Sáiz Rabadán, Eduardo
Párroco de Sisante
El Siervo de Dios realizó los estudios eclesiásticos en el Seminario conciliar de San Julián en Cuenca, durante los cursos de 1884-1900. Fue ordenado presbítero el 23 de septiembre de 1893, por el Obispo de la Diócesis de Cuenca, Monseñor Pelayo González Conde, en la Catedral de Cuenca.
El primer oficio parroquial que recibió fue el de regente de Casas de Fernando Alonso, al que volvió también en 1904 y ecónomo de Valdeganga en 1902, en 1908 de Villar de Cantos. Siendo nombrado en 1910 párroco de Casas de Guijarro, 1912 en Sisante, en 1916 coadjutor en Casas de Guijarro, 1920 a Sisante como párroco. Se caracterizaba por su vida ejemplar y su conducta intachable. Todos los feligreses de las parroquias en las que estuvo le tenían mucho aprecio.
Al iniciarse la persecución religiosa, el Siervo de Dios se encontraba en Sisante. Este pueblo era un pueblo muy religioso, se hallaban establecidas muchas cofradías y asociaciones piadosas entre las que destacaban la del Santísimo Cristo de Esperanza y la de Nuestro Padre Jesús. Fueron los milicianos armados venidos de fuera, los que se adueñaron de esta población. A pesar de lo que estaba ocurriendo, en este pueblo se continuó celebrando el culto, hasta que el uno de agosto de 1936 fue más invadido, si cabe, por los milicianos venidos de Madrid, que al ver el templo parroquial, comenzaron a decir: “¿Pero qué hace esta Iglesia sin quemar?…; ¡Poco va a durar!”. Así fue. Al poco rato irrumpieron en la iglesia y arrancaron el sagrario, profanando el Santísimo Sacramento y los vasos sagrados que lo guardaban, llevándose las formas consagradas, dando pruebas que eran perseguidores de Dios y de la Religión Católica ya que comenzaron por lo principal que allí había. Poco después comenzaron a sacar las imágenes de los santos a la plaza contigua, donde les prendieron fuego. Otro tanto hicieron con el convento e iglesia de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Casi al mismo tiempo, fueron a por el sacerdote del pueblo, el Siervo de Dios, que fue maltratado y atropellado hasta el extremo de dejarlo maltrecho y sin poderse moverse del lecho. Diariamente le visitaban los milicianos para reiterarle con saña la amenaza de matarlo en cuanto pudiera levantarse. Así, el día 18 de noviembre de 1936, a las cuatro de la tarde, fue apresado por los mismos milicianos que le visitaban diariamente. En las primeras horas de la noche lo asesinaron, en la carretera de Cuenca, cerca de Atalaya de Cañavate.
Según su partida de defunción falleció por cinco balazos, algunos testigos afirman que los milicianos se jactaron de haberlo molido a palos, a pesar de que sabían, como reconoció el propio forense, “que sólo hubiera podido vivir unos días más”. La causa única de su persecución y muerte fue su carácter sacerdotal y los verdugos obraron por verdadero odio a la fe. Lo enterraron en el cementerio de Atalaya del Cañavate y después fue trasladado al cementerio de Sisante. Tenía 68 años de edad cuando fue asesinado.




