Hidalgo Hidalgo, Pedro Manuel

Cura ecónomo de Albalate de las Nogueras

Don Pedro Manuel nació en Albalate de las Nogueras, Cuenca, el 14 de mayo de 1880, sus padres se llamaban Julián y Felisa. El Siervo de Dios realizó los estudios eclesiásticos en el Seminario conciliar de San Julián en Cuenca, desde el año 1917. Fue ordenado presbítero el 6 de junio de 1903, por el Obispo de la Diócesis de Cuenca, Monseñor José Moreno Mazón, en la Catedral de Cuenca.

Su primer destino fue el de cura ecónomo de su mismo pueblo, Albalate de la Nogueras, en 1911 fue nombrado párroco de Pineda de Cigüela, volviendo en 1919 otra vez a Albalate como párroco. Siendo ejemplar en la dedicación de su ministerio.

Este sacerdote ejemplar murió de muerte natural después de la liberación a consecuencia del terrible martirio que sufrió por ser sacerdote y no querer blasfemar. Según declaró después de su liberación, “aquello era un gran infierno”. En su cautiverio, entre otros, ayudó a prepararse para bien morir a don Federico Viejobueno y al señor Mombiedro, que murieron cristianamente a las pocas horas.

Iniciada la persecución religiosa, en el pueblo de Albalate, la iglesia parroquial y la ermita de Santa Quiteria y todos los altares e imágenes fueron destrozados. Don Pedro Manuel fue encarcelado a principios de agosto de 1936 en el cuartel de las Milicias de Cuenca donde estuvo casi un mes. Según la declaración de un testigo presencial y compañero de cautiverio, don José García Huerta, el siervo de Dios fue herido en el Pinar de Jábaga por las milicias rojas que habían pretendido asesinarlo. Después de esto ingresó en el Hospital de Santiago, de Cuenca, el 1 de septiembre, sin que nadie sospechase que era sacerdote, hasta un día en el que un anciano, al despedirse, le besó la mano, y las enfermeras rojas descubrieron así que aquel enfermo era un sacerdote. Entonces empezó de nuevo su persecución y su martirio. Las enfermeras divulgaron entre sus amigos milicianos que en el Hospital de Santiago había un cura enfermo y los milicianos empezaron a visitarlo y a martirizarlo, cada día se presentaban en la sala como una docena de milicianos y enfermeras que blasfemaban, golpeaban, insultaban y amenazaban con la muerte al sacerdote enfermo.

Un día por la mañana se presentaron los milicianos con una enfermera y apalearon al sacerdote en la cama, quitándole la ropa, arrastrándolo desnudo fuera del lecho, y pretendiendo, entre insultos groseros y golpes, que celebrara burlescamente en aquella situación el matrimonio de una enfermera con un miliciano. El mismo día por la tarde volvieron con la pretensión de que blasfemara de Dios y de la Santísima Virgen, pero el sacerdote se negó a ello con la mayor energía. Blasfemaban ellos diabólicamente y le proponían que les imitase, pero él siempre rechazó con gran valentía todas las insinuaciones en ese sentido. Los insultos y los palos se renovaban continuamente y le pinchaban con las navajas, haciéndole brotar la sangre del cuerpo.

Cada día que pasaba el odio contra el sacerdote era mayor: querían a todo trance que blasfemara y le prometían que si lo hacía no volverían a molestarle. Pero si la primera negativa fue enérgica la segunda no fue menos. Al verse fracasados en sus intentos satánicos, aquellos milicianos sacaron del lecho al sacerdote y lo colgaron de una ventana de las que miran hacia el puente de San Antón, cogido por los pies con la cabeza abajo, teniéndolo así durante unos quince minutos con amenazas de soltarlo si no blasfemaba.

Al día siguiente volvieron los milicianos y las enfermeras, que rodearon la cama del sacerdote. Empezaron fingiendo halagos cariñosos y le prometieron que nada le harían si blasfemaba, pasando después a las amenazas de tirarle por la ventana si no lo hacía. El Siervo de Dios respondió: “Tiradme por la ventana cuando queráis, pero yo no blasfemo contra Dios ni la Virgen Santísima”. Un miliciano le replicó: “¿Pero es que tú crees que hay Virgen, so cínico?” Don Manuel, con valentía y firmeza retadora ante aquella chusma de blasfemos desenfrenados respondió: “¡Sí, creo que hay Virgen!… ¿No habéis tenido vosotros madre?… ¿No tenéis también retratos de vuestra madre?… ¿Qué diríais vosotros si yo blasfemase contra vuestra madre y me ensuciara en su retrato?” Y el testigo presencial dice: “Fue tal el efecto que estas últimas palabras hicieron en aquella chusma salvaje que, sin decir ni una palabra, se marcharon todos de la habitación con la cabeza gacha y todos avergonzados”.

Unas horas después, el Director del hospital ordenaba el traslado de don Pedro Manuel y de su compañero a la Cárcel Provincial, donde continuaron presos hasta el final de la Guerra Civil.

Después de la contienda pudo volver a su pueblo natal, allí don Pedro Manuel Hidalgo, el 29 de junio de 1939, como consecuencia de las torturas sufridas durante años, murió en el ósculo del Señor y bajo la protección de la Santísima Virgen, cuyo honor había defendido con sufrimientos horribles en un martirio gloriosos, prefiriendo todos los dolores, afrentas y la muerte antes que proferir palabras injuriosas contra Dios y Santa María. Tenía 59 años de edad. Sus restos fueron enterrados en la ermita de Albalate de las Nogueras. Es considerado mártir.

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Oración

Oh Dios, que concediste
la gracia del martirio
a los Siervos de Dios
Eustaquio Nieto y Martín, obispo,
y a los demás sacerdotes, religiosos y laicos
de nuestras diócesis,
haz que sus nombres aparezcan
en la gloria de los santos,
para que iluminen con su ejemplo
la vida y entrega de todos los cristianos.
Concédenos imitarlos
en su fortaleza ante el sufrimiento
y la gracia que por su intercesión te pedimos.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.