Laplana Torres, Manuel
Beneficiado de la Santa Iglesia Catedral de Cuenca
El Siervo de Dios residió en la casa de Paúles de Bellpuig, preceptoría de latín y humanidades del Obispado de Solsona, durante los años académicos de 1906/1909. Después realizó los estudios eclesiásticos en el Seminario de Barbastro, desde el año 1910. Fue ordenado presbítero el 22 de diciembre de 1917, por el Arzobispo de Zaragoza, Monseñor Juan Soldevila y Romero, futuro Cardenal. Antes de su llegada a Cuenca fue mayordomo y profesor del Seminario de Barbastro, donde enseñaba Teología.
Cuando Monseñor Cruz Laplana y Laguna, primo hermano del Siervo de Dios, que fue nombrado Obispo de Cuenca el 30 de noviembre de 1921 y tomó posesión de la Diócesis el 8 de abril de 1922, pensó en él como sacerdote de confianza para ser su mayordomo y para llevar la administración de la Diócesis que se le había encomendado. Poco después se produjo una vacante de beneficiario de la Catedral de Cuenca por defunción de D. Eugenio Villanueva y el Siervo de Dios optó a ella, siendo elegido el 7 de septiembre de 1923, tomando posesión de la misma el 17 de septiembre. También fue profesor de Teología del Seminario de San Julián en Cuenca durante el curso 1922/1923. El Siervo de Dios acompañó a Monseñor Cruz Laplana y Laguna en su viaje a Tierra Santa en el año 1924.
Iniciada la persecución religiosa, compartió los mismos padecimientos y malos tratos que el Obispo Laplana y Laguna al ser recluido junto con él en el Seminario, que los milicianos habían convertido en cárcel. Allí se encontraba la noche del día 7 al 8 de agosto de 1936, cuando el Obispo fue sacado del Seminario para darle muerte. Don Fernando Español, su familiar, le acompañó hasta el martirio; pero don Manuel no se enteró de lo que había pasado aquella noche. “Por la mañana del día 8 se enteró Mosén Manuel, el mayordomo del Señor Obispo de Cuenca, de que los milicianos se habían llevado, por la noche, al Prelado y a su familiar. Decía con mucho sentimiento: ¡Ay, cuánto siento no haberme apercibido yo de que se los llevaban y me hubiera ido con ellos!… Confío que no les habrá pasado nada malo”.
El día 9 de agosto recibió la visita de un miliciano de Barbastro que aseguraba conocerlo y que le prometía un salvoconducto y la salida del Seminario. En realidad, sólo querían reconocerlo y saber dónde estaba para llevárselo por la noche. En la cena esa noche comentaba: “Esta tarde he rezado el Víacrucis con más fervor que nunca… Ya estoy preparado para todo” y dirigiéndose a las religiosas Mercedarias que habían hecho la cena, les dijo: “¿Qué quieren las cocineras para el Cielo?…. ¡Qué bien se estará en el Cielo! ¡Qué día tan hermoso es hoy para sufrir el martirio, la fiesta de San Lorenzo!”.
Algunos de los testigos declaran que cuando lo sacaban del Seminario a media noche del día 10, preguntó a los milicianos: “¿Se puede saber dónde me llevan?”. Y dijo: “Vamos a la muerte, vamos al martirio por Dios y por España”. Al amanecer del día 11 de agosto, el cadáver del Siervo de Dios yacía muerto, de un tiro en la cabeza, en el lado derecho del camino que va de la ciudad al cementerio.
Después fue enterrado en el mismo cementerio. Lo mataron por ser sacerdote y por odio a la fe de Cristo.




