Cañas Frías, Antonio
Comerciante
Como buen padre, educó a sus hijos según la doctrina católica en ambiente de intensa religiosidad. Se caracterizó por ser un gran católico practicante y de una gran honradez tanto en el trabajo, como en su familia. Solo vivía para Dios y su familia. Tuvo una fábrica de zapatos, junto con su hermano, y después una tienda de calzado. Pertenecía a varias Hermandades de Semana Santa, entre otras a la de Jesús Nazareno del Salvador, lo que le ayudaba a contemplar diariamente la Pasión del Señor.
Conforme iba arreciando la persecución religiosa, se enfervorizó mucho más su espíritu religioso, pensando que tenía que hacer sacrificios más costosos, incluso dando la vida para salvar a España y a sus hijos del ambiente de impiedad e infidelidad que les invadía. En plena persecución, seguía rezando con su mujer y sus hijos, los días festivos leían la misa, y los días de diario rezaban el Rosario y hacían lectura espiritual. Estas prácticas religiosas se las inculcaban a su mujer y a sus hijos. Su esposa solía repetirle que, si pedía a Dios con tanta fuerza el sacrificio de su muerte, al final lo conseguiría, él le respondía que eso es lo que quería.
El día 8 de noviembre de 1936, fueron incautados sus dos negocios por los milicianos, y cinco días más tarde fue detenido junto a su hermano y llevado al Seminario Conciliar de San Julián, constituido en cárcel. Preguntó por qué lo habían detenido. Como le respondieron que porque era católico y que con su esposa llevaba a sus hijos a misa, él contestó que, si ese era el motivo, que ya podían hacer lo que quisieran con él. Estuvo encarcelado con su hermano Jesús David. Los dos se animaban mutuamente, rezaban de rodillas delante de la cruz que habían rayado en la pared, componiendo versos piadosos al Señor y conversando sobre el fruto de su pasión y muerte. Fueron maltratados con crueldad, pero Antonio seguía dando ánimo a su hermano, diciéndole que, si ellos morían por Dios, Este no dejaría a sus hijos desamparados. Le repetía: “Sé fuerte, no llores, Dios no desampara a sus hijos”.
En la cárcel, cada día que amanecía, exclamaba: “Un día más de vida que nos concede Dios”, pues estaba convencido de que los matarían. Por fin un día, presintiendo que lo matarían pronto, al separarse de su mujer, que le había visitado en la cárcel, se despidió hasta la eternidad. Llegada la noche, lo llevaron junto a las paredes del cementerio y cuando lo iban a matar, abrió los brazos, formando la Santa Cruz, recordando el calvario de Cristo y gritando con fuerte voz “Viva Cristo Rey”.
Fue asesinado, junto a su hermano Jesús Daniel, el día 19 de noviembre de 1936, por ser un buen católico y por odio a la fe católica. Al día siguiente, los familiares y unos amigos sepultaron su cuerpo en el cementerio de Cuenca. Tenía 37 años de edad cuando fue asesinado. El pueblo creyente le concede fama de mártir.




