Bellón Parrilla, Lucio
Provisor y Vicario General del Obispado de Cuenca
El Siervo de Dios realizó los estudios eclesiásticos en el Seminario conciliar de San Julián en Cuenca, desde 1903, licenciándose después en Derecho Canónico. Fue ordenado presbítero el 13 de junio de 1908 por el Obispo de la Diócesis de Cuenca, Monseñor Wenceslao Sangüesa, en la Catedral de Cuenca, previas letras dimisorias del Obispo de Ciudad Real.
El 24 de agosto de 1909 obtuvo la provisión de un beneficio en la Catedral correspondiente a la Corona, también fue nombrado capellán caudatario del Obispo. El 4 de octubre de 1909, fue nombrado profesor de liturgia en el Seminario. En 1912, fue Fiscal interino en el Obispado de Cuenca. En 1914 fue nombrado Provisor y Vicario General del Obispado, cargos que desempeñó hasta su asesinato. El 20 de febrero de 1924, fue nombrado dignidad de maestrescuela de la Catedral por decreto real, tomando posesión el 6 de marzo del mismo año.
Durante su vida fue un sacerdote ejemplar en todos los órdenes, de carácter apacible y bondadoso, fue querido por todos. La norma de su actuación fue siempre su carácter sacerdotal, el bien del prójimo y el amor a Dios. Todos reconocían en él rectitud inquebrantable, prudencia segura y celo ardiente. Cuando comenzó la guerra y llegó a Cuenca la persecución religiosa, fue detenido y encarcelado, siendo sometido a malos tratos físicos y morales, antes de ser asesinado.
Cuando la persecución religiosa comenzó a arreciar en Cuenca, D. Lucio y su hermano, D. Juan Félix, no habían tenido problemas. La víspera de su detención les avisaron de que irían a matarlos, y dejaron su domicilio para refugiarse en el de su hermana. La noche del 9 de agosto se presentaron los milicianos en aquella casa preguntando por los sacerdotes, la hermana de los Siervos de Dios dijo que no estaban, pero ellos dijeron que sabían que estaban allí, y que era mejor que salieran y se fueran con ellos. Salieron, y les dijeron que se despidieran que ya no los iban a ver más. Salieron y doña Dolores se agarró a sus hermanos y les dijo “hermanos desde el cielo pedid por nosotros”. Junto con los hermanos Bellón condujeron al sacerdote Fernando Pérez del Cerro y otro sacerdote más, a los que maltrataron horriblemente.
Fueron asesinados en el camino de Nohales, Cuenca, en las inmediaciones del cementerio viejo de la ciudad, en las primeras horas de la madrugada del día 10 de agosto de 1936, sólo por ser sacerdotes y por odio a la fe católica.




