Bellón Parrilla, Juan Félix
Beneficiado de la Catedral de Cuenca y oficial del tribunal eclesiástico
Fue familiar del obispo de Cuenca, D. Wenceslao Sangüesa. Cursó sus estudios en el Seminario Conciliar de San Julián de Cuenca de 1907 a 1919. Fue ordenado presbítero el 22 de septiembre de 1917 por el Obispo de la Diócesis de Cuenca, Monseñor Wenceslao Sangüesa, en la Catedral de Cuenca, previas letras dimisorias del Obispo de Ciudad Real.
El 5 de febrero de 1920 presentó instancia para tomar parte en la oposición a beneficiado, que había vacante en la catedral de Cuenca. Ese mismo año fue nombrado beneficiado de la Catedral y oficial del tribunal eclesiástico. Fue un sacerdote ejemplar, resaltando en él su carácter apacible y bondadoso, amigo de lo humilde y de los humildes. Tuvo siempre una idea clara de la situación que estaba sucediendo por entonces en la vida española y sabía el riesgo que corría por el hecho de ser sacerdote.
Cuando la persecución religiosa comenzó a arreciar en Cuenca, D. Juan Féliz y su hermano, D. Lucio, no habían tenido problemas. La víspera de su detención les avisaron de que irían a matarlos, y dejaron su domicilio para refugiarse en el de su hermana. La noche del 9 de agosto se presentaron los milicianos en aquella casa preguntando por los sacerdotes, la hermana de los Siervos de Dios dijo que no estaban, pero ellos dijeron que sabían que estaban allí, y que era mejor que salieran y se fueran con ellos. Salieron, y les dijeron que se despidieran que ya no los iban a ver más. Salieron y doña Dolores se agarró a sus hermanos y les dijo “hermanos desde el cielo pedid por nosotros”. Junto con los hermanos Bellón condujeron al sacerdote Fernando Pérez del Cerro y otro sacerdote más, a los que maltrataron horriblemente. Fueron asesinados en el camino de Nohales, Cuenca, en las inmediaciones del cementerio viejo de la ciudad, en las primeras horas de la madrugada del día 10 de agosto de 1936, sólo por ser sacerdotes y por odio a la fe católica.
D. Juan Félix, que contaba 41 años de edad, entregó su alma a Dios con la entereza cristiana que le caracterizó durante toda su vida. Se recuerda su muerte y tiene fama de mártir.




