Cañizares, Fr. Isidoro
Comunidad de La Puebla de Montalbán (Toledo)
Fr. Isidoro Cañizares Vera nació en Las Mesas (Cuenca) el 25 de mayo de 1908. Sus padres fueron José Antonio y Emérita. Piadoso desde niño, estuvo un tiempo con los trinitarios en Belmonte (Cuenca) y Castellón. Vuelto al pueblo, trabajó como jornalero. Visitaba a los enfermos y necesitados, socorriéndolos con parte de sus ganancias. Recibía con frecuencia los sacramentos y dedicaba parte de su tiempo libre a orar en la iglesia.
Consultó su vocación con el párroco y éste, considerando que era verdadera, lo encaminó a la vida franciscana. En 1933 hizo los meses de postulantado y tomó el hábito franciscano en el noviciado de Arenas de San Pedro (Ávila) el 4 de agosto de 1933. En ese convento hizo su profesión temporal el 5 de agosto de 1934. Permaneció allí varios meses y en 1935 fue destinado al convento de La Puebla de Montalbán (Toledo).
En los pocos años de vida franciscana se distinguió por su sencillez, servicialidad, piedad y diligencia en el trabajo. En el convento de Arenas de San Pedro hizo de sastre, zapatero y refitolero. En el de La Puebla, de portero. Tenía buen sentido práctico y la cojera que padecía no le acomplejaba. Años después de su muerte, el párroco de su pueblo natal atestiguaba que sus paisanos le recordaban y creían que estaba en el cielo por su bondad y por su martirio. Lo padeció el 29 de julio de 1939 junto con el P. José Antonio Sierra y el P. Agustín Arévalo.
El 24 de julio de 1936 los franciscanos de La Puebla de Montalbán fueron expulsados de su convento. Personal del Ayuntamiento y dirigentes de la Casa del Pueblo, acompañados de dos grupos de gente de la localidad, se presentaron en el convento, reclamaron las llaves y les intimaron la orden de abandonarlo. Acompañados por la gente, los religiosos se dirigieron a casa de algunas familias, que los acogieron. En ellas se preparaban al martirio con largos ratos de oración.
El 29 de julio, el P. Sierra, el P. Agustín y Fr. Isidoro salieron en coche de línea para Madrid. Al llegar al pueblo inmediato, Escalonilla, los milicianos del control, avisados de antemano, los hicieron bajar del coche, los llevaron al Ayuntamiento y allí los maltrataron. Luego los trasladaron a la cárcel municipal y continuaron la tortura. Les quitaron las medallas y rosarios que llevaban y les instaban a que blasfemasen. Para más forzarle a ello, al P. Sierra le metían en el pozo de la cárcel con la cabeza para abajo, desnudo y atado por los pies. El decía únicamente: “¡Misericordia, Señor, misericordia!”. Una persona les llevó de comer, pero los milicianos no permitieron que les entregase la comida. Por la tarde llegaron otros milicianos de Toledo, que también maltrataron a los franciscanos. Se los llevaron en un camión alegando que iban a declarar ante el Gobernador de Toledo. En el camino, pasado el pueblo de Rielves, a poco más de un kilómetro de la población, los bajaron del camión y los fusilaron junto a la misma carretera, dejando los cuerpos insepultos. Varios días después fueron enterrados en aquel mismo lugar y allí permanecieron hasta que en 1940 fueron trasladados al cementerio conventual de La Puebla de Montalbán.
Consultó su vocación con el párroco y éste, considerando que era verdadera, lo encaminó a la vida franciscana. En 1933 hizo los meses de postulantado y tomó el hábito franciscano en el noviciado de Arenas de San Pedro (Ávila) el 4 de agosto de 1933. En ese convento hizo su profesión temporal el 5 de agosto de 1934. Permaneció allí varios meses y en 1935 fue destinado al convento de La Puebla de Montalbán (Toledo).
En los pocos años de vida franciscana se distinguió por su sencillez, servicialidad, piedad y diligencia en el trabajo. En el convento de Arenas de San Pedro hizo de sastre, zapatero y refitolero. En el de La Puebla, de portero. Tenía buen sentido práctico y la cojera que padecía no le acomplejaba. Años después de su muerte, el párroco de su pueblo natal atestiguaba que sus paisanos le recordaban y creían que estaba en el cielo por su bondad y por su martirio. Lo padeció el 29 de julio de 1939 junto con el P. José Antonio Sierra y el P. Agustín Arévalo.
El 24 de julio de 1936 los franciscanos de La Puebla de Montalbán fueron expulsados de su convento. Personal del Ayuntamiento y dirigentes de la Casa del Pueblo, acompañados de dos grupos de gente de la localidad, se presentaron en el convento, reclamaron las llaves y les intimaron la orden de abandonarlo. Acompañados por la gente, los religiosos se dirigieron a casa de algunas familias, que los acogieron. En ellas se preparaban al martirio con largos ratos de oración.
El 29 de julio, el P. Sierra, el P. Agustín y Fr. Isidoro salieron en coche de línea para Madrid. Al llegar al pueblo inmediato, Escalonilla, los milicianos del control, avisados de antemano, los hicieron bajar del coche, los llevaron al Ayuntamiento y allí los maltrataron. Luego los trasladaron a la cárcel municipal y continuaron la tortura. Les quitaron las medallas y rosarios que llevaban y les instaban a que blasfemasen. Para más forzarle a ello, al P. Sierra le metían en el pozo de la cárcel con la cabeza para abajo, desnudo y atado por los pies. El decía únicamente: “¡Misericordia, Señor, misericordia!”. Una persona les llevó de comer, pero los milicianos no permitieron que les entregase la comida. Por la tarde llegaron otros milicianos de Toledo, que también maltrataron a los franciscanos. Se los llevaron en un camión alegando que iban a declarar ante el Gobernador de Toledo. En el camino, pasado el pueblo de Rielves, a poco más de un kilómetro de la población, los bajaron del camión y los fusilaron junto a la misma carretera, dejando los cuerpos insepultos. Varios días después fueron enterrados en aquel mismo lugar y allí permanecieron hasta que en 1940 fueron trasladados al cementerio conventual de La Puebla de Montalbán.
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Oración
Oh Dios, que concediste
la gracia del martirio
a los Siervos de Dios
Eustaquio Nieto y Martín, obispo,
y a los demás sacerdotes, religiosos y laicos
de nuestras diócesis,
haz que sus nombres aparezcan
en la gloria de los santos,
para que iluminen con su ejemplo
la vida y entrega de todos los cristianos.
Concédenos imitarlos
en su fortaleza ante el sufrimiento
y la gracia que por su intercesión te pedimos.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.




