Moraleda González, Antonio


ANTONIO MORALEDA GONZÁLEZ

Coadjutor de Campo de Criptana
Don Antonio Cirilo M. Moraleda González nació en Herencia (Ciudad Real) el 4 de abril de 1907 y bautizado el día 8 de abril del mismo año por don Carlos Álvarez Rodríguez -quien también moriría mártir- coadjutor de la Parroquia de la Inmaculada. Sus padres Benjamín Martín Moraleda y María Teresa González Ortega procedían de una familia muy religiosa, que contaba con dos tíos sacerdotes (uno, Operario Diocesano y mayordomo del Seminario de Toledo, don Miguel Amaro; otro, ex trinitario P. Jesús Sánchez, adscrito a la Parroquia de Herencia

Era este joven alegre y de carácter festivo. Por influencia del tío “Operario” estudió, primero en Toledo, y en Valencia finalizó los estudios eclesiásticos. Ordenado Presbítero y celebrada su primera Misa en Herencia el 10 de abril de 1931 fue destinado, primeramente, a Villanueva de los Infantes como Capellán del Asilo Hospital; y en 1934 pasó de Coadjutor a Campo de Criptana. En ésta desempeñó con toda abnegación y ardiente celo apostólico el cargo de Consiliario de los Jóvenes de Acción Católica. Esta misión, a la que se entregó con alegría, le proporcionó sus mayores satisfacciones y también sus sinsabores más acerbos.

El Centro de Acción Católica era visto por la Casa del Pueblo como su enemigo más significado. Don Antonio era el alma de la entidad juvenil y allí se le encontraba a todas horas. Ya en 1936 tuvo el valor varias veces de elevar su protesta a las autoridades socialistas por los desmanes que se estaban cometiendo y de abogar por los jóvenes católicos injustamente detenidos.

El 20 de julio se hicieron dueños, al fin, de la iglesia parroquial impidiendo la continuación del culto. Don Antonio celebró Misa el 21 en un oratorio particular y, dos horas más tarde, era detenido. A partir de este día sufrió cruel y prolongado martirio y en las primeras horas del 19 de agosto de 1936, sacado de la prisión fue asesinado en las inmediaciones del pueblo. Murió diciendo: "Padre mío, no se haga mi voluntad sino la tuya". Exhumados sus restos tres años más tarde, se hacía difícil reconocerlos a causa de las terribles mutilaciones que sufrió. Fue identificado principalmente por un Crucifijo de los llamados del P. Claret que siempre llevaba y fue hallado con manchas de su propia sangre entre las ropas. Testimonio de su temple varonil, de su fe cristiana y de su espíritu sacerdotal son unos versos que, improvisó la misma noche de su martirio: “Unido al Divino Agonizante, quiero repetir en todo y siempre la oración de abandono total, completo, absoluto: ¡Padre mío, no se haga mi voluntad, sino la tuya!...”. Así quedó escrito en el recordatorio de su muerte, guardado como reliquia por su familia. En Villanueva de los Infantes donde impartía clases para subsistir económicamente, es recordado aún por algún alumno como sacerdote alegre, sacrificado, fiel y apóstol de la juventud.