García-Sotoca y Marqués, Juan Pedro


JUAN PEDRO GARCÍA-SOTOCA Y MARQUES

Coadjutor de Valdepeñas
Juan Pedro nace en el seno de una familia cristiana y muy humilde en la calle Calvario nº 8 de Valdepeñas (Ciudad Real) el día el 18 de marzo de 1903. Hijo de Julián García–Sotoca Hervás, de profesión jornalero y de María del Carmen Marqués López de Lerma, naturales de Valdepeñas. Fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción el día 21 de marzo del mismo año, por el Lic. Canuto García Barbero, Cura Párroco-Arcipreste y se le puso por nombre Juan Pedro. Huérfano de padre, y el mayor de los hermanos de una familia numerosa y pobre, hace sus primeros estudios con los jesuitas y pasa después al Seminario de Ciudad Real donde termina los estudios eclesiásticos con gran aprovechamiento, ordenándose de sacerdote en Ciudad Real por D. Narciso de Estenaga, el 24 de enero del 1930 y canta su primera Misa el 29 del mismo mes. Después de superar muchas dudas, por su excesiva delicadeza de conciencia, llegó al sacerdocio. Otro hermano, José, también seminarista no llegó al sacerdocio por haber enfermado y fallecido siendo aún seminarista.

Antes de ser nombrado coadjutor de la Asunción de Valdepeñas, su último cargo pastoral, ejerció el ministerio sacerdotal como cura de Solana del Pino, coadjutor de Miguelturra y del Santo Cristo de Valdepeñas. Apresado, como los demás sacerdotes de Valdepeñas, primero en la Delegación de Policía, en la cárcel después con sus compañeros sacerdotes D. José García Carpintero, D. Domingo Chacón y, por último, en el Cementerio de Valdepeñas, la noche de 29 al 30 de agosto del 1936, los milicianos del batallón Torres, dieron fin a su vida ejemplar de sacerdote, no sin antes haberle sacado los ojos, fracturado un brazo, sacado la lengua con la que pronunciaba palabras de perdón para quienes acabaron con su vida.

D. Juan Pedro, como el resto de los sacerdotes de Valdepeñas martirizados con poca diferencia de días en el mes de agosto, goza de fama de martirio, ejemplar sacerdote, que a pesar de ser bárbaramente torturado se mantuvo fiel a su condición sacerdotal por la que moría. Sus restos reposan en fosas comunes y su nombre es recordado junto con los de sus compañeros sacerdotes en el Panteón del Cementerio de Valdepeñas.