Martínez Jiménez, Antonio


ANTONIO MARTÍNEZ JIMÉNEZ

Párroco de Santa Quiteria de Alcázar de San Juan
Antonio Martínez Jiménez nace en Terrinches (Ciudad Real), el día 22 de junio de 1895, hijo de Francisco Martínez y de Juana Jiménez de quienes recibió una educación profundamente cristiana, ya desde su más tierna edad, inculcándole un especial amor a la Santísima Eucaristía y a la Virgen María. Fue bautizado al día siguiente y le pusieron los nombres de Antonio José. El 12 de octubre de 1909, guiado por la voz del Señor, ingresó en el Seminario de Ciudad Real, de donde salió, ya sacerdote, el 20 de junio de 1920. Los que fueron sus compañeros en el Seminario refieren, sencilla y brevemente, su vida como seminarista: “Fue – dicen – un seminarista modelo: se distinguió, en especial, en una asidua aplicación a los estudios y en la escrupulosa observación del Reglamento del Seminario”. Cantó su primera misa a los tres días de su ordenación sacerdotal (23 – 6-1920). El 24 de agosto de este mismo año fue enviado de coadjutor a Piedrabuena, ya desde los primeros pasos en su misión mostró un ardiente celo por la juventud. Dos años más tarde, el 22 de enero de 1922 fue trasladado a la Solana; fue Director del Colegio del Ave María y de tres Congregaciones de jóvenes y niños, fundadas por él mismo. Era al mismo tiempo confesor extraordinario de tres Comunidades de Religiosas de la localidad por quienes fue muy estima por sus virtudes. El 25 de octubre del año 1927 fue nombrado cura de su pueblo natal, Terrinches y allí dejó arraigada abundante semilla de vocaciones religiosas y sacerdotales. En enero del siguiente año fue nombrado Ecónomo de la Parroquia de Santa María, de Alcázar de San Juan, y llega el 25 de febrero de 1929 y más tarde, finales de junio de 1932 Párroco de Santa Quiteria, de la misma población. Trabajó, en verdad, sin tregua; pero en su misión de apóstol recogió exuberante cosecha espiritual en las dos parroquias; fue para sus feligreses uno de esos apóstoles que llevan el ejemplo por delante de la palabra: sus virtudes eran la predicación más elocuente. Desde los primeros pasos de su misión sacerdotal se distinguió por su celo apostólico con niños y jóvenes; pobres y enfermos. Incansable confesor, director de almas y elocuente predicador, querido de todos por sus grandes virtudes, Dios bendijo su labor sacerdotal con abundantes vocaciones religiosas y sacerdotales.

Dando, más y más, rienda suelta a su celo, se aplicó – como siempre – a enseñar el camino del cielo a la juventud de su parroquia. Ved sus frutos: gran número de jóvenes de Acción Católica dirigidos suyos supieron derramar generosos su sangre por Cristo en defensa de sus ideales cristianos. A pesar de que la revolución marxista había ya estallado, resistió don Antonio, sin abandonar la grey que le estaba confiada, hasta el 21 de julio, que salió de Alcázar de San Juan; pero al llegar a Campo de Criptana, fue descubierto por una pandilla de milicianos, que se apoderaron de él, y entre burlas e insultos y malos tratos lo llevaron a la cárcel; en ella estuvo hasta el 22 por la noche, que después de confesar a algunos de sus compañeros de prisión y exhortar a todos a sufrir por Dios, y aun si fuera necesario a padecer el martirio por confesar su Religión, fue asesinado. Murió de rodillas y con el crucifijo entre las manos; dos tiros tan sólo pusieron fin a su preciosa vida: uno en la boca y otro le destrozó el corazón. Días antes de la revolución - parece que tuvo un presentimiento más que humano de su muerte -, hablando en su último sermón, a sus feligreses, los exhortaba con estas palabras: "Soldados de Cristo, no seáis cobardes; se nos ofrece el Cielo en avión; -¡Sed valientes, vuestro capitán va delante! Un tiro en el corazón, y a tomar posesión del Cielo".

Su cuerpo, fue en secreto, sacado por la noche y abandonado en un campo al lado de la carretera de Alcázar de San Juan. Allí estuvo algún tiempo, hasta que, una vez descubierto, fue conducido y sepultado en el cementerio del mismo Alcázar de San Juan. El médico forense, al reconocer que aquellos restos eran de don Antonio, le quitó de entre las manos el crucifijo con que había muerto el mártir, que aun conservaba fuertemente asido entre los dedos, y también se quedó con las gafas para poder entregarlas a los familiares suyo en cuanto pudiera, lo que realizó al terminar la revolución.

El 17 de septiembre de 1939, los restos mortales de D. Antonio fueron exhumados y trasladados al panteón levantado en el cementerio de Alcázar de San Juan. Finalmente sus restos fueron trasladados, el día 10 de octubre de 1959, festividad de Santo Tomás de Villanueva, a la Parroquia Santa Quiteria de Alcázar de San Juan. Desde el momento de su martirio son numerosas las personas que atribuyen a la intercesión de D. Antonio la obtención de gracias y favores extraordinarios.