Felipes, P. Silverio

  

P. SILVERIO FELIPES

Comunidad de Guadalajara
 
El P. Silverio Felipes Gómez-Navarro nació en Arenas de San Pedro (Ávila) el 19 de junio de 1876. Sus padres fueron Bartolomé y Eusebia. Para prepararse a entrar en la Orden franciscana estudió tres años de latín con los franciscanos de su pueblo natal. Tomó el hábito franciscano el 17 de mayo de 1893 en Pastrana (Guadalajara), en donde hizo su profesión temporal en la misma fecha del año 1894 y estudió los dos primeros años de filosofía. El tercero lo cursó en el convento de La Puebla de Montalbán (Toledo), en donde hizo su profesión solemne el 17 de mayo de 1897. Seguidamente estudió tres años de teología, que empezó en Consuegra (Toledo) y terminó en Arenas de San Pedro. El 22 de septiembre de 1900 fue ordenado sacerdote, al comenzar el año de cánones, que estudió en el convento de Almagro (Ciudad Real).

Al terminarlo, fue destinado al convento de Almansa (Albacete) como profesor del colegio. En 1907 fue profesor en el de Belmonte (Cuenca); en 1910 pasó al convento de Béjar (Salamanca), en 1912 al de La Puebla de Montalbán y en 1914 al de Quintanar de la Orden (Toledo). De 1917 a 1926 fue Guardián en trienios consecutivos de los conventos de Mayorga de Campos (Valladolid), Segovia y Ávila. Fue destinado en 1926 al convento de San Antonio de Madrid como definidor provincial por tres años y siguió en el mismo seis años más como Custodio (Vicario) y ecónomo provincial. Desde 1935 hasta la guerra civil española de 1936 fue superior del convento de Guadalajara. Dirigía la Orden Franciscana Seglar y la Juventud Antoniana, y era confesor de las religiosas adoratrices. Era de carácter apacible, comunicativo y alegre. Durante los estudios se mostró delicado de conciencia y cumplidor del deber. En su vida sacerdotal actuó con sencillez y amabilidad con la gente. Además de la enseñanza, se dedicó al apostolado sacerdotal, especialmente a la predicación.

Empezada la guerra española de 1936, los franciscanos siguieron su vida normal hasta el 22 de julio, en que los milicianos tomaron Guadalajara. Entonces se confesaron todos, se vistieron de seglar y pasaron al convento de las concepcionistas, con las que comparten la iglesia aún hoy. Cuando anocheció, ambas comunidades se fueron a la casa de una hermana del P. Adolfo. A la mañana siguiente, fueron a pedir alojamiento a diversas personas. Al no conseguirlo, se fueron al asilo de las Hermanitas de los ancianos. Allí procuraban no dar indicios de su condición de religiosos, pero uno celebraba a escondidas para las religiosas y los demás comulgaban. Pudieron burlar algunos registros de los milicianos, pero el 13 de agosto tuvieron que salir del asilo ante la inminencia de un registro más minucioso y con amenazas de matar a religiosas y religiosos si encontraban alguno escondido.

El P. Adolfo Cuadrado intentó irse a su pueblo, Pastrana. A la salida de Guadalajara, fue detenido por los milicianos del control y fusilado en el lugar llamado El Sotillo. Fr. Dionisio salió en atuendo y con instrumentos de segador y llegó hasta el pueblo de Horche. A los dos días fue encontrado por los milicianos y conducido en su camión hasta la cárcel de Guadalajara. El P. Silverio y el P. Anacleto se fueron al convento de las adoratrices, en donde estuvieron hasta el día 22 de agosto, en que los milicianos se incautaron del edificio. El P. Silverio tuvo que pasar de unas casas a otras por el peligro de ser encontrado. El 4 de septiembre se fue a la cárcel con dos sacerdotes por ser ya el único sitio seguro para ellos. El P. Anacleto no encontró quien le acogiera en su casa y pasó unos días en la calle, yendo a cenar y a dormir en el asilo de ancianos. Después entró en el hospital provincial, pues podía pasar por enfermo dado que padecía cáncer de piel en la cara. Allí estuvo hasta el 28 de octubre, en que los enfermos que eran de derechas fueron llevados a la cárcel. En ésta, el P. Silverio estaba en el departamento asignado a sacerdotes, unos veinte. El departamento estaba más vigilado por los milicianos. Los sacerdotes rezaban y se confesaban entre sí, preparándose para la muerte que estaban convencidos que sufrirían. El P. Anacleto estaba en la enfermería. Fr. Dionisio, en uno de los dormitorios o pabellones de los presos. Fr. Dionisio iba todos los días a la enfermería para atender el P. Anacleto, rezaba y animaba a los presos con sencillez, “con la fe del carbonero”.

El 6 de diciembre de 1936, los carceleros mandaron a los presos que saliesen al patio. Cuando llegaban a una galería descubierta, recibían la muerte a tiros. Casi todos murieron, 277 ó 278, entre ellos los franciscanos, el P. Silverio, el P. Anacleto y Fr. Dionisio. Pocos quedaron con vida. Uno de ellos fue Higinio Busons, que luego publicó lo sucedido. La matanza fue autorizada por el Gobernador civil. Parte de los cadáveres fueron enterrados en el cementerio municipal y parte junto a la carretera de Guadalajara a Loeches. En 1941 todos ellos fueron exhumados y colocados en el panteón de los mártires en el cementerio de la ciudad.