Culebras, Fr. Dionisio

  

FR. DIONISIO CULEBRAS

Comunidad de Guadalajara

Fr. Dionisio Culebras Ardiz nació en Gascueña (Cuenca) el 9 de octubre de 1882. Sus padres fueron Víctor y Concepción. La muerte del padre obligó a Dionisio a trabajar en el campo siendo aún niño. Nunca faltaba a los actos religiosos y le gustaba llevar estampas y medallas, aunque los compañeros se burlasen de él. Siendo ya joven, en tiempo de siega, asistía a misa antes de empezar su labor. Se llevaba al campo el rosario y libros religiosos. Dilató su entrada en religión por ayudar a la familia. En 1904 empezó el postulantado en el convento de Pastrana (Guadalajara). Tomó el hábito franciscano el 29 de octubre de 1904 en Arenas de San Pedro (Ávila), en donde hizo su profesión temporal en la misma fecha de 1905.

Como hermano no clérigo, trabajó en las tareas domésticas de los conventos, la más frecuente de las cuales fue la de cocinero. Siguió dos años más en Arenas. De ahí pasó a Almagro (Ciudad Real), en donde hizo la profesión solemne el 12 de noviembre de 1908. Su siguiente destino fue Alcázar de San Juan (Ciudad Real), en donde trabajó como cocinero hasta 1922, excepto los años 1919-1920, que lo hizo en Quintanar de la Orden (Toledo). En 1922 salió para Filipinas. Por seis años fue sacristán en el convento de Ntra. Sra. de los Ángeles, de Manila. Enfermo, volvió a España en 1928 y, después de un tiempo de recuperación, fue destinado a Guadalajara. En ese convento permaneció hasta su muerte, trabajando como hortelano y cocinero.

Se entregaba con dedicación plena y con fidelidad al trabajo. Era afable, fervoroso, obediente y asiduo a los actos de comunidad. Las religiosas del asilo de ancianos, donde los franciscanos estuvieron un tiempo acogidos durante la guerra, y los compañeros de prisión le califican como piadoso y bondadoso. Empezada la guerra española de 1936, los franciscanos siguieron su vida normal hasta el 22 de julio, en que los milicianos tomaron Guadalajara. Entonces se confesaron todos, se vistieron de seglar y pasaron al convento de las concepcionistas, con las que comparten la iglesia aún hoy. Cuando anocheció, ambas comunidades se fueron a la casa de una hermana del P. Adolfo. A la mañana siguiente, fueron a pedir alojamiento a diversas personas. Al no conseguirlo, se fueron al asilo de las Hermanitas de los ancianos. Allí procuraban no dar indicios de su condición de religiosos, pero uno celebraba a escondidas para las religiosas y los demás comulgaban. Pudieron burlar algunos registros de los milicianos, pero el 13 de agosto tuvieron que salir del asilo ante la inminencia de un registro más minucioso y con amenazas de matar a religiosas y religiosos si encontraban alguno escondido.

El P. Adolfo Cuadrado intentó irse a su pueblo, Pastrana. A la salida de Guadalajara, fue detenido por los milicianos del control y fusilado en el lugar llamado El Sotillo. Fr. Dionisio salió en atuendo y con instrumentos de segador y llegó hasta el pueblo de Horche. A los dos días fue encontrado por los milicianos y conducido en su camión hasta la cárcel de Guadalajara. El P. Silverio y el P. Anacleto se fueron al convento de las adoratrices, en donde estuvieron hasta el día 22 de agosto, en que los milicianos se incautaron del edificio. El P. Silverio tuvo que pasar de unas casas a otras por el peligro de ser encontrado. El 4 de septiembre se fue a la cárcel con dos sacerdotes por ser ya el único sitio seguro para ellos. El P. Anacleto no encontró quien le acogiera en su casa y pasó unos días en la calle, yendo a cenar y a dormir en el asilo de ancianos. Después entró en el hospital provincial, pues podía pasar por enfermo dado que padecía cáncer de piel en la cara. Allí estuvo hasta el 28 de octubre, en que los enfermos que eran de derechas fueron llevados a la cárcel de Guadalajara.

En ésta, el P. Silverio estaba en el departamento asignado a sacerdotes, unos veinte. El departamento estaba más vigilado por los milicianos. Los sacerdotes rezaban y se confesaban entre sí, preparándose para la muerte que estaban convencidos que sufrirían. El P. Anacleto estaba en la enfermería. Fr. Dionisio, en uno de los dormitorios o pabellones de los presos. Fr. Dionisio iba todos los días a la enfermería para atender el P. Anacleto, rezaba y animaba a los presos con sencillez, “con la fe del carbonero”.

El 6 de diciembre de 1936, los carceleros mandaron a los presos que saliesen al patio. Cuando llegaban a una galería descubierta, recibían la muerte a tiros. Casi todos murieron, 277 ó 278, entre ellos los franciscanos, el P. Silverio, el P. Anacleto y Fr. Dionisio. Pocos quedaron con vida. Uno de ellos fue Higinio Busons, que luego publicó lo sucedido. La matanza fue autorizada por el Gobernador civil. Parte de los cadáveres fueron enterrados en el cementerio municipal y parte junto a la carretera de Guadalajara a Loeches. En 1941 todos ellos fueron exhumados y colocados en el panteón de los mártires en el cementerio de la ciudad.