Baquero, P. Anacleto

  

P. ANACLETO BAQUERO

Comunidad de Guadalajara

El P. Anacleto Baquero Alcázar nació en Consuegra (Toledo) el 13 de julio de 1864. Observó buena conducta, asistía con frecuencia a la iglesia y se preparó en latinidad con los franciscanos de su pueblo para entrar en la Orden. Tomó el hábito franciscano el 7 de septiembre de 1879 en Pastrana (Guadalajara), en donde hizo su profesión temporal en la misma fecha del año 1880 y cursó el primer año de filosofía. El segundo y tercero los hizo en el convento de La Puebla de Montalbán (Toledo). Pasó entonces a Consuegra, en donde hizo su profesión solemne el 7 de septiembre de 1883 y cursó tres años de teología hasta 1886. Estudió el curso de cánones en Almagro (Ciudad Real) y en junio de 1887 salió para Filipinas siendo aún diácono. Estudió el año de moral en Manila. Allí fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1887.

Desde 1888 a 1894 fue, primeramente, coadjutor y después párroco y superior en el convento y parroquia de la isla de Polillo. En 1894 fue nombrado párroco de Bay (provincia de La Laguna). Allí le encontró la revolución independentista filipina en 1898. Entonces fue hecho prisionero, con otros franciscanos, por los filipinos. Su cautiverio duró veintiún meses, con numerosas penalidades. El 1 de marzo de 1900 llegó a Manila con un gran grupo de liberados. Desde entonces, excepto un corto tiempo de coadjutor en la parroquia de Catarman (Samar), residió en Manila hasta su regreso a España. Fue discreto, vicario y confesor por el idioma tagalo en la comunidad de Ntra. Sra. de los Ángeles.

En 1914 fue destinado a España como vicario de la comunidad de Quintanar de la Orden (Toledo). De 1917 a 1920 vivió en los conventos de Almansa (Albacete) y Guadalajara. Los tres años siguientes residió en el convento de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). En 1923 volvió al de Guadalajara en donde vivió hasta su muerte. Allí era confesor de cinco comunidades de religiosas. Se mostraba sencillo, muy sufrido y piadoso, bondadosísimo y servicial.

Empezada la guerra española de 1936, los franciscanos siguieron su vida normal hasta el 22 de julio, en que los milicianos tomaron Guadalajara. Entonces se confesaron todos, se vistieron de seglar y pasaron al convento de las concepcionistas, con las que comparten la iglesia aún hoy. Cuando anocheció, ambas comunidades se fueron a la casa de una hermana del P. Adolfo. A la mañana siguiente, fueron a pedir alojamiento a diversas personas. Al no conseguirlo, se fueron al asilo de las Hermanitas de los ancianos. Allí procuraban no dar indicios de su condición de religiosos, pero uno celebraba a escondidas para las religiosas y los demás comulgaban. Pudieron burlar algunos registros de los milicianos, pero el 13 de agosto tuvieron que salir del asilo ante la inminencia de un registro más minucioso y con amenazas de matar a religiosas y religiosos si encontraban alguno escondido.

El P. Adolfo Cuadrado intentó irse a su pueblo, Pastrana. A la salida de Guadalajara, fue detenido por los milicianos del control y fusilado en el lugar llamado El Sotillo. Fr. Dionisio salió en atuendo y con instrumentos de segador y llegó hasta el pueblo de Horche. A los dos días fue encontrado por los milicianos y conducido en su camión hasta la cárcel de Guadalajara. El P. Silverio y el P. Anacleto se fueron al convento de las adoratrices, en donde estuvieron hasta el día 22 de agosto, en que los milicianos se incautaron del edificio. El P. Silverio tuvo que pasar de unas casas a otras por el peligro de ser encontrado. El 4 de septiembre se fue a la cárcel con dos sacerdotes por ser ya el único sitio seguro para ellos. El P. Anacleto no encontró quien le acogiera en su casa y pasó unos días en la calle, yendo a cenar y a dormir en el asilo de ancianos. Después entró en el hospital provincial, pues podía pasar por enfermo dado que padecía cáncer de piel en la cara. Allí estuvo hasta el 28 de octubre, en que los enfermos que eran de derechas fueron llevados a la cárcel.

En ésta, el P. Silverio estaba en el departamento asignado a sacerdotes, unos veinte. El departamento estaba más vigilado por los milicianos. Los sacerdotes rezaban y se confesaban entre sí, preparándose para la muerte que estaban convencidos que sufrirían. El P. Anacleto estaba en la enfermería. Fr. Dionisio, en uno de los dormitorios o pabellones de los presos. Fr. Dionisio iba todos los días a la enfermería para atender el P. Anacleto, rezaba y animaba a los presos con sencillez, “con la fe del carbonero”.

El 6 de diciembre de 1936, los carceleros mandaron a los presos que saliesen al patio. Cuando llegaban a una galería descubierta, recibían la muerte a tiros. Casi todos murieron, 277 ó 278, entre ellos los franciscanos, el P. Silverio, el P. Anacleto y Fr. Dionisio. Pocos quedaron con vida. Uno de ellos fue Higinio Busons, que luego publicó lo sucedido. La matanza fue autorizada por el Gobernador civil. Parte de los cadáveres fueron enterrados en el cementerio municipal y parte junto a la carretera de Guadalajara a Loeches. En 1941 todos ellos fueron exhumados y colocados en el panteón de los mártires en el cementerio de la ciudad.