Moreno, P. Ezequiel

  

P. EZEQUIEL MORENO

Comunidad de Alcázar de San Juan (Ciudad Real)

El P. Ezequiel Moreno-Cid Rodríguez nació en Consuegra (Toledo) el 7 de junio de 1868. Sus padres fueron Antonio y Juana. Preparado en latín y humanidades en los franciscanos de su pueblo, tomó el hábito franciscano el 22 de octubre de 1885 en Pastrana (Guadalajara). En ese convento hizo su profesión temporal el 22 de octubre de 1886 y cursó el primero de filosofía. El segundo lo hizo en Arenas de San Pedro (Ávila) y el tercero en La Puebla de Montalbán (Toledo), en donde emitió su profesión solemne el 27 de octubre de 1889. Cursó el primero de teología en Arenas de San Pedro y en septiembre de 1890 salió para Filipinas. Terminó sus estudios sacerdotales en Manila y fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1892

Por unos dos años fue compañero del capelllán de las clarisas de Manila. Desde 1894 ó 1895 fue coadjutor del párroco de Binangonan de Bay. Cuando llegó la independencia filipina, pudo acogerse con tiempo a Manila y no sufrió prisión. En septiembre de 1898 salió para España con un grupo de religiosos repatriados. Pasado un tiempo en el convento de Consuegra, residió después en el de Pastrana, fue compañero del capellán de las concepcionistas de Almonacid de Zorita (Guadalajara) y, desde 1910, del capellán de las concepcionistas de Torrelaguna (Madrid). De 1910 a 1920 fue profesor de enseñanza primaria en el convento de Alcázar de San Juan. Residió luego un trienio en Arenas de San Pedro y, desde 1923 hasta 1934 en Quintanar de la Orden (Toledo). Desde esa fecha hasta su muerte perteneció a la comunidad de Alcázar de San Juan, con la que padeció el martirio en 1936. Desde joven brilló por su sencillez, por ser pacífico y muy tratable, pronto siempre a los destinos de la obediencia y al trabajo. En los años en que estuvo dedicado a la enseñanza mostró gran paciencia con los niños.

La comunidad franciscana de Alcázar de San Juan, en julio de 1936, la componían los seis religiosos biografiados, más Fr. Isidoro Alvarez, que no padeció martirio cruento, y el P. Laurencio Alday, que cuando comenzó la guerra civil española no se encontraba en Alcázar. La comunidad estaba preparada al martirio. En uno de sus sermones había dicho el P. Ezequiel: “Si tenemos que dar la sangre, la daremos”. La noche del 20 de julio de 1936, el convento fue cercado por una turba numerosa. Cuando amaneció el día 21, llamaron a la puerta unos milicianos, “de parte de la autoridad”. Al abrir, dijeron al hermano portero, Fr. Isidoro, que venían a llevarse a los religiosos. Se presentaron todos, con el hábito puesto. Los milicianos dijeron: “¡Fuera hábitos! Tuvieron que entregar las llaves de la casa a los milicianos. Los franciscanos, ya vestidos de seglares, salieron sin llevarse nada más que lo puesto, sin protestar, ni resistirse, ni intentar huir. Sin llevarlos atados, los condujeron al Ayuntamiento, custodiados por ocho milicianos armados y escoltados por varios coches donde iban las autoridades locales. Por las calles, la gente les lanzaba insultos y blasfemias. Los franciscanos iban en silencio. En el Ayuntamiento estaban también detenidos los trinitarios, las concepcionistas franciscanas y un novicio dominico. La multitud que había en la plaza gritaba: “Dejad que los matemos nosotros si no tenéis agallas. ¡Muerte a los curas!” El alcalde les dijo desde el balcón: “Esperad, esperad, que lo que se os ha prometido se realizará”.

Hacia las dos de la tarde llevaron a los franciscanos, a los trinitarios y al novicio dominico a una ermita a las afueras de la población. En todo el día 21 no recibieron nada para comer. Lo angosto del lugar, que no tenía ventanas, y el calor del verano suponía una gran molestia, pero nadie se quejó. Al principio rezaban en común, pero se lo prohibieron. A las personas que les llevaban comida les decían los carceleros: “¡Sí, traedles cosas, que ya les quedan pocos días!” Los franciscanos se prepararon para el martirio con la oración personal y la confesión sacramental.

Hacia las 12 de la noche del día 26, los enviados por la autoridad sacaron de la ermita a los trece religiosos en dos grupos. Ellos salieron sin resistirse ni protestar. Ninguno trató de huir. Entre las 12 de la noche del 26 de julio y la 1 de la madrugada del 27 de julio de 1936 fusilaron a los franciscanos (P. Martín, P. J. Antonio López, P. Ezequiel, P. Juan Diego, Fr. Antonio Pascual y Hno. Gabriel-José), a los trinitarios y al novicio dominico a las afueras de Alcázar de San Juan, en el lugar llamado “Los Sitios” al oeste de la población. Fr. Isidoro cayó o se tiró al suelo sin ser herido y luego huyó. Los cadáveres fueron llevados al cementerio municipal y enterrados allí, una vez hecha la autopsia. En 1962 fueron trasladados a la iglesia franciscana de la localidad.