López, P. Juan Antonio

  

P. JUAN ANTONIO LÓPEZ

Comunidad de Alcázar de San Juan (Ciudad Real)

El P. Juan Antonio López Linares nació en Moral de Calatrava (Ciudad Real) el 30 de marzo de 1876. Sus padres fueron Vicente y Rosa. Se preparó para hacerse sacerdote franciscano en latín y otras materias con un sacerdote del pueblo. Tomó el hábito franciscano el 15 de agosto de 1892 en Pastrana (Guadalajara), en donde profesó de votos temporales en la misma fecha del año siguiente. En el mismo convento hizo dos años de filosofía, y el tercero en La Puebla de Montalbán (Toledo). Pasó a Consuegra (Toledo) y allí estudió tres años de teología de 1896 a 1899. Hizo en ese convento la profesión solemne el 4 de junio de 1897. Recibió el presbiterado el 18 de marzo de 1899. En 1899-1900 estudió el curso de cánones en Almagro (Ciudad Real). Quedó en ese convento por unos años. De 1905 a 1908 residió en el de Ávila, siendo vicario y discreto de la comunidad, cuyos cargos desempeñó desde 1908 en Belmonte (Cuenca). De 1912 a 1919 fue profesor y maestro de disciplina en el seminario menor franciscano de Belmonte. Trasladado el seminario a Alcázar de San Juan, pasó a esta localidad con los mismos cargos hasta 1923. Poseía buenas cualidades como profesor y educador.

Después, en trienios sucesivos, de 1923 a 1935, residió en estos conventos: Guadalajara, Pastrana, Arenas de San Pedro y Almagro. Desde 1935 hasta su martirio con su comunidad en 1936, residió en Alcázar de San Juan, regentando la escuela de niños y ejerciendo el apostolado sacerdotal. Gran educador de futuros sacerdotes franciscanos, el P. Juan Antonio López, destacaba por su sencillez, bondad, simpatía, buen humor y su constancia en el trabajo.

La comunidad franciscana de Alcázar de San Juan, en julio de 1936, la componían los seis religiosos biografiados, más Fr. Isidoro Alvarez, que no padeció martirio cruento, y el P. Laurencio Alday, que cuando comenzó la guerra civil española no se encontraba en Alcázar. La comunidad estaba preparada al martirio. En uno de sus sermones había dicho el P. Ezequiel: “Si tenemos que dar la sangre, la daremos”. La noche del 20 de julio de 1936, el convento fue cercado por una turba numerosa. Cuando amaneció el día 21, llamaron a la puerta unos milicianos, “de parte de la autoridad”. Al abrir, dijeron al hermano portero, Fr. Isidoro, que venían a llevarse a los religiosos. Se presentaron todos, con el hábito puesto. Los milicianos dijeron: “¡Fuera hábitos! Tuvieron que entregar las llaves de la casa a los milicianos. Los franciscanos, ya vestidos de seglares, salieron sin llevarse nada más que lo puesto, sin protestar, ni resistirse, ni intentar huir. Sin llevarlos atados, los condujeron al Ayuntamiento, custodiados por ocho milicianos armados y escoltados por varios coches donde iban las autoridades locales. Por las calles, la gente les lanzaba insultos y blasfemias. Los franciscanos iban en silencio. En el Ayuntamiento estaban también detenidos los trinitarios, las concepcionistas franciscanas y un novicio dominico. La multitud que había en la plaza gritaba: “Dejad que los matemos nosotros si no tenéis agallas. ¡Muerte a los curas!” El alcalde les dijo desde el balcón: “Esperad, esperad, que lo que se os ha prometido se realizará”.

Hacia las dos de la tarde llevaron a los franciscanos, a los trinitarios y al novicio dominico a una ermita a las afueras de la población. En todo el día 21 no recibieron nada para comer. Lo angosto del lugar, que no tenía ventanas, y el calor del verano suponía una gran molestia, pero nadie se quejó. Al principio rezaban en común, pero se lo prohibieron. A las personas que les llevaban comida les decían los carceleros: “¡Sí, traedles cosas, que ya les quedan pocos días!” Los franciscanos se prepararon para el martirio con la oración personal y la confesión sacramental.

Hacia las 12 de la noche del día 26, los enviados por la autoridad sacaron de la ermita a los trece religiosos en dos grupos. Ellos salieron sin resistirse ni protestar. Ninguno trató de huir. Entre las 12 de la noche del 26 de julio y la 1 de la madrugada del 27 de julio de 1936 fusilaron a los franciscanos (P. Martín, P. J. Antonio López, P. Ezequiel, P. Juan Diego, Fr. Antonio Pascual y Hno. Gabriel-José), a los trinitarios y al novicio dominico a las afueras de Alcázar de San Juan, en el lugar llamado “Los Sitios” al oeste de la población. Fr. Isidoro cayó o se tiró al suelo sin ser herido y luego huyó. Los cadáveres fueron llevados al cementerio municipal y enterrados allí, una vez hecha la autopsia. En 1962 fueron trasladados a la iglesia franciscana de la localidad.