López, Hno. Gabriel José

  

HNO. GABRIEL-JOSÉ LÓPEZ

Comunidad de Alcázar de San Juan (Ciudad Real)

El Hno. Gabriel-José López Martínez nació en Villar del Cobo (Teruel) el 17 de marzo de 1881. Sus padres fueron José y Bernardina. Gabriel tenía dificultades en la escuela para aprender, pero era patente su buena conducta y su inclinación a lo religioso. Quedó huérfano de madre siendo aún niño. No recibió buen trato de la segunda mujer de su padre, pero él siguió siendo bueno y pacífico. Desde los catorce años, trabajó como pastor y campesino.

Después de un tiempo de postulantado, recibió el hábito de hermano terciario o donado el 5 de marzo de 1913 en el convento de Belmonte (Cuenca). En el mismo profesó como hermano terciario el 7 de marzo de 1914. Permaneció en Belmonte hasta que en 1919 el seminario menor de la Provincia franciscana de Castilla fue trasladado a Alcázar de San Juan. Pasó entonces a esa nueva sede del seminario y allí permaneció hasta su muerte. En ambas casas Gabriel se ocupó de las faenas domésticas: refitolero, recadero, encargado de la limpieza, ayudante del cocinero y del sacristán, siempre sacrificado y obediente. Lo hacía todo con sencillez, diligencia y alegría. Por la simpatía y bondad con que los trataba, era la alegría de los seminaristas menores. Padeció el martirio con su comunidad en julio de 1936.

La comunidad franciscana de Alcázar de San Juan, en julio de 1936, la componían los seis religiosos biografiados, más Fr. Isidoro Alvarez, que no padeció martirio cruento, y el P. Laurencio Alday, que cuando comenzó la guerra civil española no se encontraba en Alcázar. La comunidad estaba preparada al martirio. En uno de sus sermones había dicho el P. Ezequiel: “Si tenemos que dar la sangre, la daremos”. La noche del 20 de julio de 1936, el convento fue cercado por una turba numerosa. Cuando amaneció el día 21, llamaron a la puerta unos milicianos, “de parte de la autoridad”. Al abrir, dijeron al hermano portero, Fr. Isidoro, que venían a llevarse a los religiosos. Se presentaron todos, con el hábito puesto. Los milicianos dijeron: “¡Fuera hábitos! Tuvieron que entregar las llaves de la casa a los milicianos. Los franciscanos, ya vestidos de seglares, salieron sin llevarse nada más que lo puesto, sin protestar, ni resistirse, ni intentar huir. Sin llevarlos atados, los condujeron al Ayuntamiento, custodiados por ocho milicianos armados y escoltados por varios coches donde iban las autoridades locales. Por las calles, la gente les lanzaba insultos y blasfemias. Los franciscanos iban en silencio. En el Ayuntamiento estaban también detenidos los trinitarios, las concepcionistas franciscanas y un novicio dominico. La multitud que había en la plaza gritaba: “Dejad que los matemos nosotros si no tenéis agallas. ¡Muerte a los curas!” El alcalde les dijo desde el balcón: “Esperad, esperad, que lo que se os ha prometido se realizará”.

Hacia las dos de la tarde llevaron a los franciscanos, a los trinitarios y al novicio dominico a una ermita a las afueras de la población. En todo el día 21 no recibieron nada para comer. Lo angosto del lugar, que no tenía ventanas, y el calor del verano suponía una gran molestia, pero nadie se quejó. Al principio rezaban en común, pero se lo prohibieron. A las personas que les llevaban comida les decían los carceleros: “¡Sí, traedles cosas, que ya les quedan pocos días!” Los franciscanos se prepararon para el martirio con la oración personal y la confesión sacramental.

Hacia las 12 de la noche del día 26, los enviados por la autoridad sacaron de la ermita a los trece religiosos en dos grupos. Ellos salieron sin resistirse ni protestar. Ninguno trató de huir. Entre las 12 de la noche del 26 de julio y la 1 de la madrugada del 27 de julio de 1936 fusilaron a los franciscanos (P. Martín, P. J. Antonio López, P. Ezequiel, P. Juan Diego, Fr. Antonio Pascual y Hno. Gabriel-José), a los trinitarios y al novicio dominico a las afueras de Alcázar de San Juan, en el lugar llamado “Los Sitios” al oeste de la población. Fr. Isidoro cayó o se tiró al suelo sin ser herido y luego huyó. Los cadáveres fueron llevados al cementerio municipal y enterrados allí, una vez hecha la autopsia. En 1962 fueron trasladados a la iglesia franciscana de la localidad.