Gómez, P. Martín

  

P. MARTÍN GÓMEZ

Comunidad de Alcázar de San Juan (Ciudad Real)

El P. Martín Gómez-de-Lázaro Pérez nació en Consuegra (Toledo) el 30 de enero de 1875. Sus padres fueron Cruz y Plácida. Como preparación para ingresar en la Orden, estudió tres años de latín y humanidades con los franciscanos de su pueblo natal. Tomó el hábito franciscano el 16 de junio de 1891 en Pastrana (Guadalajara), en donde hizo su profesión temporal el 17 de junio de 1892 y cursó los dos primeros años de filosofía. Cursó el tercero en La Puebla de Montalbán (Toledo) y hacia el final del curso, el 17 de junio de 1895 hizo en ese convento su profesión solemne. Al año siguiente, estudió el primero de teología en Arenas de San Pedro (Ávila). De 1896 a 1898 estudió el segundo y tercero en Consuegra, y completó su formación con el curso de cánones en Almagro (Ciudad Real) en 1898-1899. Fue ordenado sacerdote el 18 de septiembre de 1898. Destacó por su buena conducta y por su inteligencia, memoria y aplicación al estudio.

De 1899 a 1902 fue preceptor de latinidad en el convento de Mayorga de Campos (Valladolid). De 1902 a 1905 fue profesor en el colegio franciscano de Almansa (Albacete). De 1905 a 1922 estuvo como misionero en Filipinas; hasta 1913 como coadjutor en la parroquia de Camalig, y desde esa fecha como párroco de la misma.

En 1922 regresó a España y atendió a la Orden Franciscana Seglar en Segovia. De 1923 a 1926 fue Guardián del convento-noviciado de Arenas de San Pedro. En 1926 fue nombrado Guardián del de Mayorga de Campos, y de 1927 a 1929 desempeñó el mismo cargo en el seminario de filosofía de Pastrana. De 1929 a 1932 fue definidor provincial y residió en el convento de Ávila. De 1932 a 1935 fue Guardián del convento de La Puebla de Montalbán. Desde 1935 hasta su muerte fue Guardián del convento de Alcázar de San Juan. Padeció el martirio con su comunidad en esta localidad el 27 de julio de 1936. Además de los oficios de gobierno y ministerio sacerdotal, ejerció los de cantor y predicador de los conventos. Era asiduo al confesonario, fiel en el cumplimiento de sus deberes, austero y sacrificado.

La comunidad franciscana de Alcázar de San Juan, en julio de 1936, la componían los seis religiosos biografiados, más Fr. Isidoro Alvarez, que no padeció martirio cruento, y el P. Laurencio Alday, que cuando comenzó la guerra civil española no se encontraba en Alcázar. La comunidad estaba preparada al martirio. En uno de sus sermones había dicho el P. Ezequiel: “Si tenemos que dar la sangre, la daremos”. La noche del 20 de julio de 1936, el convento fue cercado por una turba numerosa. Cuando amaneció el día 21, llamaron a la puerta unos milicianos, “de parte de la autoridad”. Al abrir, dijeron al hermano portero, Fr. Isidoro, que venían a llevarse a los religiosos. Se presentaron todos, con el hábito puesto. Los milicianos dijeron: “¡Fuera hábitos! Tuvieron que entregar las llaves de la casa a los milicianos. Los franciscanos, ya vestidos de seglares, salieron sin llevarse nada más que lo puesto, sin protestar, ni resistirse, ni intentar huir. Sin llevarlos atados, los condujeron al Ayuntamiento, custodiados por ocho milicianos armados y escoltados por varios coches donde iban las autoridades locales. Por las calles, la gente les lanzaba insultos y blasfemias. Los franciscanos iban en silencio. En el Ayuntamiento estaban también detenidos los trinitarios, las concepcionistas franciscanas y un novicio dominico. La multitud que había en la plaza gritaba: “Dejad que los matemos nosotros si no tenéis agallas. ¡Muerte a los curas!” El alcalde les dijo desde el balcón: “Esperad, esperad, que lo que se os ha prometido se realizará”.

Hacia las dos de la tarde llevaron a los franciscanos, a los trinitarios y al novicio dominico a una ermita a las afueras de la población. En todo el día 21 no recibieron nada para comer. Lo angosto del lugar, que no tenía ventanas, y el calor del verano suponía una gran molestia, pero nadie se quejó. Al principio rezaban en común, pero se lo prohibieron. A las personas que les llevaban comida les decían los carceleros: “¡Sí, traedles cosas, que ya les quedan pocos días!” Los franciscanos se prepararon para el martirio con la oración personal y la confesión sacramental.

Hacia las 12 de la noche del día 26, los enviados por la autoridad sacaron de la ermita a los trece religiosos en dos grupos. Ellos salieron sin resistirse ni protestar. Ninguno trató de huir. Entre las 12 de la noche del 26 de julio y la 1 de la madrugada del 27 de julio de 1936 fusilaron a los franciscanos (P. Martín, P. J. Antonio López, P. Ezequiel, P. Juan Diego, Fr. Antonio Pascual y Hno. Gabriel-José), a los trinitarios y al novicio dominico a las afueras de Alcázar de San Juan, en el lugar llamado “Los Sitios” al oeste de la población. Fr. Isidoro cayó o se tiró al suelo sin ser herido y luego huyó. Los cadáveres fueron llevados al cementerio municipal y enterrados allí, una vez hecha la autopsia. En 1962 fueron trasladados a la iglesia franciscana de la localidad.