Sánchez Castaño, Saturnino
SATURNINO SÁNCHEZ CASTAÑO
Capellán del Asilo de Ancianos de Hellín
Nació el 6 de enero de 1896 en La Ñora (Murcia). Siendo muy joven ingresó en el Seminario de San Fulgencio de Murcia. Tras ser ordenado sacerdote ejerció diversos cargos, hasta ser nombrado Capellán del Asilo de Ancianos de Hellín (Albacete). Vivía en esta ciudad en compañía de su hermano Antonio, también sacerdote, y de otra hermana, que los atendía y cuidaba.
El inicio de la guerra civil les sorprende en Hellín, y comienzan a ser conscientes del peligro que corren por su condición de sacerdotes. Y en vez de huir, asumen este riesgo, animándose arduamente ambos hermanos. Como cierto día su hermano aludiese al mucho tiempo que llevaban sin confesar, don Saturnino le respondió: No tardaremos mucho en confesar a Jesucristo. Será la noche que menos lo pensemos. Y advirtiendo, que al oír esto, su hermana se entristeció, trató de consolarla, añadiendo: ¿Puede haber algo más hermoso y apetecible que el martirio? Sin enfermedad y sin agonía se va uno derechito al cielo. Y, por otra parte, así cooperamos a la solución de España que, como muchas veces te he dicho, no se regenerará si no es lavada con sangre de mártires.
Estos presagios no tardaron mucho en cumplirse, y el día 25 de agosto de 1936, a las dos de la tarde, se presentó en el domicilio de los dos hermanos sacerdotes una patrulla de hombres armados, reclamando a Don Antonio. Pero entonces Don Saturnino, que estaba enfermo, declaró tajantemente que su hermano no saldría de casa, si él no le acompañaba. Los milicianos no pusieron objeción alguna a que acompañara a su hermano. Los llevaron, en principio, al Ayuntamiento, y allí los retuvieron hasta las dos de la madrugada del día siguiente. A esa hora, montándolos en un coche, los sacaron a la carretera de Peñas de San Pedro (Albacete). Y por ella caminaban, cuando al llegar al Olivar de Morote, Don Saturnino sufrió un colapso. Don Antonio suplicó a los milicianos que parasen el coche para que con el aire de la noche su hermano se recuperase. Al bajar, se percató que los milicianos comenzaban a preparar sus armas para disparar. No disparéis sobre mi hermano que el pobre ya no lo necesita. Y mientras extiende su brazo derecho para proteger la cabeza de Don Saturnino, dispararon sobre ambos, quedando tendidos por tierra, abrazados sus cuerpos, y acribillados a balazos. Todo esto sucedió en la madrugada del 26 de agosto.
El inicio de la guerra civil les sorprende en Hellín, y comienzan a ser conscientes del peligro que corren por su condición de sacerdotes. Y en vez de huir, asumen este riesgo, animándose arduamente ambos hermanos. Como cierto día su hermano aludiese al mucho tiempo que llevaban sin confesar, don Saturnino le respondió: No tardaremos mucho en confesar a Jesucristo. Será la noche que menos lo pensemos. Y advirtiendo, que al oír esto, su hermana se entristeció, trató de consolarla, añadiendo: ¿Puede haber algo más hermoso y apetecible que el martirio? Sin enfermedad y sin agonía se va uno derechito al cielo. Y, por otra parte, así cooperamos a la solución de España que, como muchas veces te he dicho, no se regenerará si no es lavada con sangre de mártires.
Estos presagios no tardaron mucho en cumplirse, y el día 25 de agosto de 1936, a las dos de la tarde, se presentó en el domicilio de los dos hermanos sacerdotes una patrulla de hombres armados, reclamando a Don Antonio. Pero entonces Don Saturnino, que estaba enfermo, declaró tajantemente que su hermano no saldría de casa, si él no le acompañaba. Los milicianos no pusieron objeción alguna a que acompañara a su hermano. Los llevaron, en principio, al Ayuntamiento, y allí los retuvieron hasta las dos de la madrugada del día siguiente. A esa hora, montándolos en un coche, los sacaron a la carretera de Peñas de San Pedro (Albacete). Y por ella caminaban, cuando al llegar al Olivar de Morote, Don Saturnino sufrió un colapso. Don Antonio suplicó a los milicianos que parasen el coche para que con el aire de la noche su hermano se recuperase. Al bajar, se percató que los milicianos comenzaban a preparar sus armas para disparar. No disparéis sobre mi hermano que el pobre ya no lo necesita. Y mientras extiende su brazo derecho para proteger la cabeza de Don Saturnino, dispararon sobre ambos, quedando tendidos por tierra, abrazados sus cuerpos, y acribillados a balazos. Todo esto sucedió en la madrugada del 26 de agosto.