Jiménez Ramírez, Juan José


JUAN JOSÉ JIMÉNEZ RAMÍREZ

Capellán de la Casa de la Misericordia
Nació en Albacete el 14 de abril de 1877. Ingresó en el Seminario de San Fulgencio de Murcia, y en septiembre de 1900 celebró su primera misa. Desde 1908 ejerce como capellán de la Casa de la Misericordia de Albacete, cargo que ya no abandonó hasta su muerte; porque, cuando, al advenimiento de la República, hubo de cesar como Capellán de la Beneficencia Oficial, continuó prestando sus servicios espirituales en el mismo centro benéfico atendiendo a las religiosas que en él trabajaban. Por diez años fue también profesor de religión del Instituto de Enseñanza Media. Hombre de carácter abierto, trato jovial, muy amigo de servir a todo el mundo y caritativo. Todo el que se veía en apuro o necesidad acudía a él. Lo que unido, a una posición económica desahogada, le convertía en una de las figuras más populares de Albacete. Mientras por una parte alternaba con lo más selecto de la ciudad, por otra, los pobres lo asediaban a todas horas, en demanda de limosnas, que él siempre daba generosamente; y los que no tenían trabajo, en petición de recomendaciones para aquellos, que los procuraban emplear, especialmente en el ferrocarril por mediación de su hermano. Por todo esto, desde el primer momento fue señalado por las izquierdas como una de sus víctimas. Se comenzó por desacreditarle ante la gente con calumnias absurdas: que si todas las limosnas que daba y toda la protección que dispensaba a los obreros, no habían sido más que añagazas, para sobornarlos y arrancarles el voto... que si en su casa guardaba una “silla eléctrica”, para dar muerte en ella a todos los obreros y a sus mujeres e hijos... que si se le habían cogido unas “listas negras”, en las que figuraban los nombres de todas sus futuras víctimas... que, en los días de la sublevación en Albacete, se le había visto hacer fuego de pistola desde la torre del Colegio de Dominicas sobre los aparatos de aviación republicana, que bombardeaban a los sublevados... Las calumnias no podían ser más burdas e inverosímiles... pero determinadas gentes se las creían sin dudarlo.

Y así fue que, apenas las milicias republicanas entraron en Albacete, una de las primeras reacciones de la gente fue asaltar la casa de Don Juan José. Se hizo una hoguera con los libros; fue saqueada la despensa; los asaltantes se distribuyeron muebles y ropas... y la silla giratoria del piano fue paseada por las calles como trofeo y cuerpo del delito, pues habían encontrado la “silla eléctrica”.

A quien no se encontró fue a Don Juan José. Una vez más corrieron todo tipo de versiones: que si lo habían asesinado los milicianos cuando pretendía huir; que si lo habían detenido dos días después de lo sucedido en la carretera de Valdeganga; que si se había suicidado en un paraje denominado los Yesares, al ser perseguido por los milicianos... Los dirigentes del Frente Popular de Albacete, sin embargo sospechaban que en realidad debía estar escondido en casa de una sobrina suya, casada con un maquinista del ferrocarril. Hicieron varios registros pero no lo encontraron. Finalmente fue delatado por la madre del marido de la sobrina. Éste se había dirigido a ella para expresarle la angustia que estaba viviendo, y la mujer se apresuró a dar cuenta al Gobierno Civil para salvar la vida de su hijo. La noticia corrió como un reguero de pólvora. Poco a poco se comenzó a congregar gente en las inmediaciones de la casa, en actitud aireada y amenazante. En vista de esto, las autoridades decidieron enviar una compañía entera de la Infantería para practicar la detención, aunque alarmados por la actitud de la muchedumbre prevalecerá el criterio el Gobernador que afirmó: Cuando el pueblo se manifiesta con tan unánime decisión, hay que acatar su voluntad. Fue precisamente un grupo de ferroviarios, compañeros del padre de Don Juan José y que, actualmente lo eran de su propio hermano, de sus primos, de sus sobrinos, tantos de los cuales debían su empleo a una recomendación del sacerdote, los que se adelantaron para ejecutarle. Penetraron en la casa, y apoderándose del sacerdote, le conducen al patio, sacándole por la calle del Muelle. Allí le dicen que se adelante hacia la puerta, porque en ella le espera un coche, que le ha de llevar a un centro oficial para prestar declaración.

Fue entonces cuando recibió por la espalda unos disparos que le hacen desplomarse sin vida. El primero que disparó, salió a la calle enarbolando su pistola humeante y gritando: ¡He sido yo! ¡He sido yo! La multitud lo recibió como un héroe; y, levantándole en hombros, lo llevaron victorioso hasta el edificio del Gobierno Civil. Aseguran que las últimas palabras de Don Juan José fueron estas: No creía tener tantos enemigos en mi pueblo. El lugar del asesinato fue la casa ya mencionado, de su sobrina, sita en la esquina de las calles de San Agustín y del Muelle, de Albacete. Estos salvajes sucesos acontecieron el 1 de agosto de 1936.