Arróniz Olmos, José


JOSÉ ARRÓNIZ OLMOS

Ecónomo de Casas de Ves
Natural de Zarandona (Murcia), nació el 29 de agosto de 1895. Realizó sus estudios de humanidades y teología en el seminario de San Fulgencio de Murcia con muy buenas calificaciones. Tras recibir la ordenación sacerdotal ingresó en la Compañía de Jesús, pero resentida su salud debió regresar a la diócesis. Tras algunos nombramientos, al estallar la guerra, le encontramos ejerciendo de ecónomo de Casas de Ves (Albacete). Testigos recuerdan el afecto que sus feligreses de Casas de Ves profesan a Don José. Le atraían singularmente los pobres. A ellos iba y ellos le buscaban, encontrando siempre en él al sacerdote desprendido y dadivoso, que se olvida de sí mismo, para remediar las necesidades ajenas. Repetidos fueron los casos, de enfermedades contagiosas, a quien asistió y después de muertos amortajó él mismo, porque hasta los propios familiares rehusaban acercarse a ellos. Según el testimonio de personas próximas a él, en más de una ocasión le oyeron decir: Presiento que voy a morir joven y que moriré mártir.

El 27 de julio fue detenido en Casas de Ves e ingresó, junto con otras personas, en la cárcel del pueblo. Según el testimonio de alguno de sus feligreses, mientras estuvo en prisión, contribuyó a sostener el ánimo de sus compañeros. Estos le oyeron decir: ¡Qué dicha si yo derramara mi sangre por Jesucristo el día de San Ignacio! Y, precisamente el 31 de julio, festividad de San Ignacio de Loyola, fue asesinado.

El día 31, unos milicianos forasteros, procedentes de Valencia, invaden la cárcel en las primeras horas de la tarde buscando posibles personas sospechosas de ser sus víctimas. Una vez en el interior de la cárcel les sorprende encontrar un sacerdote que viste con sotana. Inmediatamente fue sacado, con otros cuatro detenidos, a las afueras de Casas de Ves (Albacete), para ser asesinado. Antes de ser asesinado, absolvió a los cuatro que iban a morir con él. Y después pronunció estas palabras: Ofrezco mi vida y mi sangre para ahorrar la de aquellos a quienes sería más penoso morir, pensando en sus padres, esposas e hijos. Quisiera Dios que con mi vida haya bastante. Finalmente, mirando a los que ya se disponían a disparar les dijo: Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen. Sonó una descarga y Don José cayó al suelo con el cráneo acribillado.