Pérez Fernández, Andrés


ANDRÉS PÉREZ FERNÁNDEZ

Presidente de la Juventud de la AC de La Torre de Esteban Hambrán
Andrés nació el 1 de diciembre de 1920 en Novés (Toledo); sus padres se llamaban Leoncio y María Gloria. Pasó a vivir a Torrijos (Toledo) y tomó la primera comunión de manos del Beato Liberio González Nombela. Desde 1930 vivió en La Torre de Esteban Hambrán (Toledo). En 1936, Andrés era un joven de 15 años, que parecía de más edad por su seriedad, honradez, amor al prójimo. Adoraba a sus padres y cuidaba y daba ejemplo a sus hermanos. Era un joven muy inteligente; hoy diríamos un superdotado. Los señores maestros de aquel entonces, D. Blas Herranz y D. Emiliano, le dijeron a su madre: “Andrés nos ha pasado, no hay tema que no sepa; no tenemos más que enseñarle”. Con 15 años llevaba la contabilidad y la oficina de la fábrica de alcoholes de D. Isidoro Alonso.

Era un gran dibujante, tanto a carboncillo como al óleo, lo cual hacía a una gran velocidad. Dibujaba a la Virgen de Linares, patrona de La Torre, como si fuera una fotografía. En la casa pintó en el salón el Santo Cristo de Limpias, de tamaño natural en una de las paredes; al estallar la persecución, hubo que taparlo con un armario. Era de una inteligencia y capacidad de trabajo tremenda. Además de la oficina de la fábrica, dirigía a los jóvenes para representar obras de teatro; lo único que hacía mal era cantar. Era presidente de la Juventud de Acción Católica de La Torre. El 22 de julio de 1936, sobre las 18,00 horas, detuvieron a su padre y a otros treinta y dos más, trasladándolos a la cárcel modelo de Madrid. Desde ese día pusieron dos milicianos en la entrada de la casa, día y noche, con la orden de prohibir la salida a su madre y a sus hermanos; sólo le autorizaban a Francisco para poder pedir comida por las calles a los conocidos. “Así estuvimos – narra su hermano Francisco - hasta el día 10 de octubre de 1936, en que pusieron en libertad a su padre y quitaron la vigilancia de mi casa”.

Andrés no salió de casa desde el día 22 de julio (Santa María Magdalena), patrona de la iglesia parroquial donde comulgó ese día. El 23 de julio asesinaron a su amigo Daniel Ventero, también de la Acción Católica y a otros dos más, junto a la iglesia. Al día siguiente por la tarde, en el patio de la casa –relata Francisco- vi y oí cómo mi hermano Andrés, sentado en una silla, tenía a mi hermano pequeño sentado en sus piernas y le decía: “Ricardo, tienes que ser muy bueno, tienes que querer mucho a papá y mamá y a los hermanos. Yo mañana (día 25) me iré muy lejos, al cielo, pero no te preocupes, yo pediré al Niño Jesús por ti; sé muy bueno”. Esto me sorprendió mucho y yo con mi inocencia se lo dije a mi madre, rompiendo la pobre a llorar”.

El 25 de julio, fiesta de Santiago Apóstol, a las 7,00 horas se presentaron varios milicianos en su casa llevándole detenido. Al doblar la esquina de la calle, le ataron las manos por detrás con alambre; su hermano Francisco lo vio porque salió detrás de él. Sobre las 11,00 horas del mismo día, mi madre me dijo: “Paquito, hijo, vete a ver qué pasa con tu hermano”. “Cogí de la mano a mi hermano menor Ricardo”, explica Francisco, que en aquel entonces tenía cinco años, “y nos fuimos hacia la plaza del Ayuntamiento. Al llegar junto a la iglesia, vi a una muchedumbre de hombres y mujeres; los dos pudimos comprobar cómo insultaban a Andrés, pegándole con palos, pinchándole con leznas y agujas con una soga atada al cuello. Llevaba la camisa llena de sangre, lo mismo que la cara y los brazos”. “La chusma que lo rodeaba, gritaba: Blasfema contra Dios, contra la Virgen de Linares, y contra el Cristo”, mientras le pegaban y escupían. Mi hermano pequeño y yo mirábamos con estupor y en un momento volvió la cabeza y nos miró con cara de pena, y al mismo tiempo, con dulzura. Yo en aquel momento tenía once años pero jamás se me ha borrado la imagen”.

Andrés Pérez y sus amigos, Sabas de 18 años y Pedro de 20, fueron llevados en varios vehículos al cruce de carreteras, llamado “Las Bolas”, con la carretera de Extremadura. Iban unos cuarenta hombres para asesinarlos. Allí les dijeron que podían irse, que quedaban libres, a lo que mi hermano les dijo: “No lo hagáis, que os van a matar por la espalda”. A pesar de eso salieron corriendo y así los mataron. Andrés estuvo de rodillas rezando y les dijo: “Ya me podéis matar, que Dios os perdone como yo os perdono”. Según estaba de rodillas le dispararon a los pies, muriendo desangrado. Los mataron a los tres en una viña al lado izquierdo de la carretera nacional N-V Madrid-Badajoz. La viña era propiedad de un señor del pueblo de las Ventas de Retamosa. La muerte de Andrés y la de los otros dos jóvenes, la presenció un señor que sabía conducir turismos y le obligaron a conducir un vehículo marca Crysler, propiedad de D. Isidoro Alonso, dueño al mismo tiempo de la fábrica de alcoholes en la que trabajaba Andrés, y nos narró su martirio. En el cementerio del convento hicieron una fosa a lo largo de la pared y allí los tiraron.

El 14 de octubre de 1936 las tropas llamadas “nacionales” tomaron el pueblo. En el mes de noviembre se construyó una fosa y un mausoleo donde fueron enterrados todos los asesinados en sus correspondientes féretros. “Cuando sacaron a mi hermano Andrés –prosigue el relato - yo recuerdo perfectamente cómo mi pobre madre lo recibió sentada en una lápida y con una sábana. Allí le fue quitando la tierra y lavando la cara, y también recuerdo que mí hermano tenía los dos pies destrozados y algo raro: no desprendía mal olor, ni estaba en estado de descomposición”. En el año 1937 ó 1938 (no sé la fecha exacta), sí recuerdo que me dieron permiso en el seminario de Toledo (por entonces el declarante era seminarista) para el traslado de los restos del cementerio a la iglesia parroquial. Creo que estaba de Cardenal Primado el Dr. Gomá, y de Obispo Auxiliar el Dr. Modrego. Por orden del Señor Obispo, pusieron el féretro de Andrés arriba del todo, por si hubiera que sacarlo.

“Todos los jóvenes del pueblo que fueron llamados a incorporarse al ejército, pasaban por casa para que mi madre les diese un pequeño trozo de la camisa de Andrés o un poco de pelo. En sus casas les hacían un escapulario con ello. Todos regresaron al pueblo al finalizar la guerra, sin sufrir heridas”. “Un día en que acompañé a mi madre y fuimos a poner flores en el lugar donde sufrieron el martirio (se colocó una cruz que había hecho el padre de Andrés), llegó un señor y nos dijo: “Yo era el dueño de la viña, pero desde el asesinato de los tres jóvenes, aquí no se recolectará ni una uva, porque está regada con la sangre de los mártires. Puede usted hacer de la viña lo que le plazca”. Cosa con la que este señor cumplió. “Cuando empezaron las obras de la autopista Madrid-Badajoz, la empresa constructora rogó a mi hermano Ricardo que quitase la cruz para que no la rompiesen las máquinas”. Como queda dicho, el Siervo Andrés Pérez Fernández está enterrado en la iglesia parroquial de Santa María Magdalena de la Torre de Esteban Hambrán (Toledo).