Mosquera y Suárez de Figueroa, Santiago
SANTIAGO MOSQUERA Y SUÁREZ DE FIGUEROA
Estudiante y Congregante mariano
En una obra escrita por el famoso padre benedictino Fray Justo López de Urbel, titulada “Los mártires de la Iglesia”, hay un Santiago Mosqueracapítulo dedicado al Siervo de Dios Santiago Mosquera, primo carnal de Piedaíta, la Sierva de Dios Mª de la Piedad Suárez de Figueroa y Mora. Fray Justo escribe: “Era un niño de quince años. No se comprende muy bien qué clase de hombres poseen suficiente valor para asesinar a un niño. No es, desgraciadamente, un trance nuevo. Los primeros pasos de la Iglesia van ya teñidos de sangre infantil, y esto es, si se para mientes en ello, profundamente significativo...” Santiago había nacido el 3 de febrero de 1920 en Villanueva de Alcardete (Toledo) y según declara su propia hermana, era de carácter extrovertido, travieso, simpático... Eran ocho hermanos y como los tres mayores pertenecía a la Congregación de San Luis Gonzaga de Madrid. Habían estudiado en Colegios de la Compañía de Jesús: Ramón tenía 24 años, hizo el bachillerato en el Colegio de Nuestra Señora del Recuerdo en Chamartín de la Rosa (Madrid), era artillero y estudiaba el último curso de Leyes en la Universidad; José María y Luis, habían estudiado en Areneros (Madrid), se preparaban para ingresar en la Academia General de la Marina y en la Academia General Militar respectivamente. Santiago estaba estudiando en el Colegio que los PP. Jesuitas tenían en Estremoz (Portugal).
Cuando tenía 16 años estalló la guerra. El 25 de julio de 1936 los milicianos se presentaron en casa de los Mosquera. Iban buscando armas y encontraron dos escopetas de caza. El padre se encontraba fuera del pueblo. Inmediatamente fueron detenidos sus hermanos Ramón y Luis. Santiago se indignó por la injusta detención y gritando les preguntó: "¿Por qué?... si todos en el pueblo tienen escopetas para ir a cazar conejos y perdices". También él fue detenido. Conducidos a la iglesia parroquial de Santiago Apóstol que, como en tantos otros lugares hacía de cárcel, fueron encerrados en las capillas laterales que tenían verjas de hierro y puertas con candados. Fueron salvajemente maltratados. Allí los tuvieron hasta el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción. Ese día, en la madrugada, señalaron un grupo de doce personas encabezados por el párroco de Villanueva de Alcardete. Los fusilaron a unos tres kilómetros de La Villa de Don Fadrique, en el grupo estaban Ramón y Luis, hermanos de Santiago. Entretanto también fue detenida la madre de Santiago a la que querían sacar el lugar donde se escondía su esposo. Éste, ajeno a cuanto estaba sucediendo, se encontraba en Portugal realizando un trabajo para el periódico "El Debate". Tras maltratarla física y verbalmente la dejaron regresar a casa, diciéndola que su hijo Santiago seguiría detenido hasta que apareciera su marido. Aunque el otro hermano José María logró huir al campo durante las primeras semanas, también sería asesinado en la carretera de Valencia.
Fray Justo Pérez de Urbel escribe: “Santiago, un adolescente de dieciséis años, merecía figurar, ya antes de su martirio, en las estampas de los ángeles, que hacen cortejo al Cordero Inmaculado de Cristo Jesús, por su bondad, docilidad, pureza angelical, ternura fraternal y filial obediencia”. En la iglesia-prisión quedaban todavía seis personas: junto a Santiago estaba el coadjutor de la parroquia de Villanueva, el Siervo de Dios Eugenio Rubio Pradillo. Amarrarron a Santiago a una estaca. Y la horrible y continua cantinela de siempre.
-Blasfema. -Nunca. Aunque me matéis. -Blasfema. -Puedes pegarme otra vez. Yo no blasfemo. Otra bofetada le producía sangre sobre la sangre. Atado a la estaca estuvo dos días sin comer ni beber. El niño gemía dolorosamente... -Si haces lo que nosotros hacemos... comes y te perdonamos la vida. El joven cerraba los ojos y no respondía. -Abre los ojos o te pego un tiro. Y uno de aquellos criminales le aplicaba una pistola al vientre. -No quiero veros. -¿Qué no quieres vernos? Ahora sí que vas a ver. Pero las estrellas. Y con un látigo, cruzaron repetidamente el rostro de Santiago.
Es inútil tratar de prolongar al lector el martirio de describir lo que hicieron con este joven. Se trata de las verdaderas Actas de los mártires de los primeros siglos, de las persecuciones romanas, actualizadas con tal veracidad que parece que escuchamos a Tarsicio, a Cecilia, a Eulogio, a Sixto o a Cornelio... La noche del 24 al 25 de agosto de 1936 los seis detenidos que quedaban fueron conducidos al cementerio de Villanueva de Alcardete (Toledo) para ser fusilados. Sigue narrando Fray Justo: “Ya están contra el paredón. Una descarga, dos descargas, y el crimen ha sido consumado”. Santiago no murió, fue gravemente herido en sus piernas por la metralla de los fusiles. La escena es dantesca. “Deseamos que el lector se imagine la escena. Un niño con las piernas destrozadas a tiros, entre los cadáveres de sus amigos, en un cementerio, una noche entera... Todavía tendría confianza en la piedad de los hombres...” El 25 de agosto, Villanueva siempre recordará con horror el final de la historia. Aunque intentó escapar, le fue imposible. Esperó que amaneciera. Santiago escucha que alguien se acerca: “El sepulturero se acerca. Crece la confianza en el pecho de Santiago, se ensancha su fe y su corazón late con más ansiedad, y exclama: ¡Piedad, buen hombre, piedad!”. La respuesta de los labios es mejor silenciarla. Los testigos declaran que el sepulturero le obligó a nuevamente a blasfemar contra Dios y María. Santiago le dijo que eso no lo podía hacer, pues era pecado contra Dios; el sepulturero le dijo que si no blasfemaba, lo mataría y Santiago le dijo: “-Prefiero morir antes que ofender a Dios”. El cruel asesino tomó un pico y de un golpe acabó con su vida. Según cuentan los diferentes testigos, tras la guerra su cuerpo, que no se sabía donde lo habían enterrado, fue hallado casi milagrosamente... tenía su rosario en la mano izquierda y su rostro reflejaba la serenidad del encuentro con Dios.
Cuando tenía 16 años estalló la guerra. El 25 de julio de 1936 los milicianos se presentaron en casa de los Mosquera. Iban buscando armas y encontraron dos escopetas de caza. El padre se encontraba fuera del pueblo. Inmediatamente fueron detenidos sus hermanos Ramón y Luis. Santiago se indignó por la injusta detención y gritando les preguntó: "¿Por qué?... si todos en el pueblo tienen escopetas para ir a cazar conejos y perdices". También él fue detenido. Conducidos a la iglesia parroquial de Santiago Apóstol que, como en tantos otros lugares hacía de cárcel, fueron encerrados en las capillas laterales que tenían verjas de hierro y puertas con candados. Fueron salvajemente maltratados. Allí los tuvieron hasta el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción. Ese día, en la madrugada, señalaron un grupo de doce personas encabezados por el párroco de Villanueva de Alcardete. Los fusilaron a unos tres kilómetros de La Villa de Don Fadrique, en el grupo estaban Ramón y Luis, hermanos de Santiago. Entretanto también fue detenida la madre de Santiago a la que querían sacar el lugar donde se escondía su esposo. Éste, ajeno a cuanto estaba sucediendo, se encontraba en Portugal realizando un trabajo para el periódico "El Debate". Tras maltratarla física y verbalmente la dejaron regresar a casa, diciéndola que su hijo Santiago seguiría detenido hasta que apareciera su marido. Aunque el otro hermano José María logró huir al campo durante las primeras semanas, también sería asesinado en la carretera de Valencia.
Fray Justo Pérez de Urbel escribe: “Santiago, un adolescente de dieciséis años, merecía figurar, ya antes de su martirio, en las estampas de los ángeles, que hacen cortejo al Cordero Inmaculado de Cristo Jesús, por su bondad, docilidad, pureza angelical, ternura fraternal y filial obediencia”. En la iglesia-prisión quedaban todavía seis personas: junto a Santiago estaba el coadjutor de la parroquia de Villanueva, el Siervo de Dios Eugenio Rubio Pradillo. Amarrarron a Santiago a una estaca. Y la horrible y continua cantinela de siempre.
-Blasfema. -Nunca. Aunque me matéis. -Blasfema. -Puedes pegarme otra vez. Yo no blasfemo. Otra bofetada le producía sangre sobre la sangre. Atado a la estaca estuvo dos días sin comer ni beber. El niño gemía dolorosamente... -Si haces lo que nosotros hacemos... comes y te perdonamos la vida. El joven cerraba los ojos y no respondía. -Abre los ojos o te pego un tiro. Y uno de aquellos criminales le aplicaba una pistola al vientre. -No quiero veros. -¿Qué no quieres vernos? Ahora sí que vas a ver. Pero las estrellas. Y con un látigo, cruzaron repetidamente el rostro de Santiago.
Es inútil tratar de prolongar al lector el martirio de describir lo que hicieron con este joven. Se trata de las verdaderas Actas de los mártires de los primeros siglos, de las persecuciones romanas, actualizadas con tal veracidad que parece que escuchamos a Tarsicio, a Cecilia, a Eulogio, a Sixto o a Cornelio... La noche del 24 al 25 de agosto de 1936 los seis detenidos que quedaban fueron conducidos al cementerio de Villanueva de Alcardete (Toledo) para ser fusilados. Sigue narrando Fray Justo: “Ya están contra el paredón. Una descarga, dos descargas, y el crimen ha sido consumado”. Santiago no murió, fue gravemente herido en sus piernas por la metralla de los fusiles. La escena es dantesca. “Deseamos que el lector se imagine la escena. Un niño con las piernas destrozadas a tiros, entre los cadáveres de sus amigos, en un cementerio, una noche entera... Todavía tendría confianza en la piedad de los hombres...” El 25 de agosto, Villanueva siempre recordará con horror el final de la historia. Aunque intentó escapar, le fue imposible. Esperó que amaneciera. Santiago escucha que alguien se acerca: “El sepulturero se acerca. Crece la confianza en el pecho de Santiago, se ensancha su fe y su corazón late con más ansiedad, y exclama: ¡Piedad, buen hombre, piedad!”. La respuesta de los labios es mejor silenciarla. Los testigos declaran que el sepulturero le obligó a nuevamente a blasfemar contra Dios y María. Santiago le dijo que eso no lo podía hacer, pues era pecado contra Dios; el sepulturero le dijo que si no blasfemaba, lo mataría y Santiago le dijo: “-Prefiero morir antes que ofender a Dios”. El cruel asesino tomó un pico y de un golpe acabó con su vida. Según cuentan los diferentes testigos, tras la guerra su cuerpo, que no se sabía donde lo habían enterrado, fue hallado casi milagrosamente... tenía su rosario en la mano izquierda y su rostro reflejaba la serenidad del encuentro con Dios.