Huertas Medina, Buenaventura


BUENAVENTURA HUERTAS MEDINA

Sacristán de la parroquia de La Villa de Don Fadrique
Natural de Socuéllamos (Ciudad Real), Buenaventura Huertas Medina nació el 14 de julio de 1873. Huérfano de padre y madre, se crió junto a tres de sus hermanos en casa de su tío José María Huertas, párroco de La Villa de Don Fadrique (Toledo), quien les inculcó los valores religiosos. Contrajo matrimonio con María Josefa García-Molero Aguado, nacida en La Villa de Don Fadrique; tuvieron 14 hijos, de los cuales dos hijas fueron religiosas carmelitas, una en Granada y otra en Yepes (Toledo). Funcionario del Ayuntamiento de La Villa de Don Fadrique, Buenaventura Huertas Medina (conocido en el pueblo como el Sr. Ventura) compartía su trabajo con la sacristía de la parroquia Nuestra Señora de la Asunción. Además, era director de la banda municipal, maestro de música y organista, por lo que dirigía todos los actos musicales de la parroquia, cuyo párroco era el Beato Francisco López-Gasco Fernández-Largo (al que popularmente todos llamaban Don Paco) y su coadjutor, el Beato Miguel Beato Sánchez.

En su casa, Buenaventura Huertas recibía a los sacerdotes, seminaristas y cantores del coro de la parroquia, para ensayar las novenas o mantener tertulias, de carácter religioso en su mayoría. Asistía a misa diaria con su esposa y participaba activamente en todos los actos religiosos organizados por la parroquia. Era muy recto, cumplidor y no faltó nunca a sus deberes, incluso justo después de morir repentinamente, un 7 de septiembre, uno de sus hijos a los 26 años, José María Huertas, sacristán y organista de Villarrobledo. El 11 de septiembre, festividad del Cristo del Consuelo, Buenaventura Huertas estaba dirigiendo la banda en la procesión del Cristo, lo que despertó la admiración de todo el pueblo. Al día siguiente de comenzar la Guerra Civil, Buenaventura Huertas fue a abrir la iglesia de La Villa de Don Fadrique como todos los días con su esposa; pero unos milicianos les quitaron las llaves y no les quedó más remedio que regresar a su casa, situada junto a la iglesia. Después, los milicianos echaron al párroco de su casa, quien se refugió en casa de Buenaventura Huertas, donde se quedó a vivir.

Unos días más tarde se llevaron al párroco a la iglesia para registrarla. Mientras los milicianos estaban en la bóveda y en la torre, Don Francisco sacó el Santísimo del Sagrario, lo llevó a casa de Buenaventura Huertas y así pudo evitar su profanación. Durante el tiempo en el que el párroco estuvo refugiado en su casa con el Santísimo, celebró misa diaria a primera hora de la mañana en una de las habitaciones donde se había instalado un altar; asistían los moradores de la casa: Buenaventura Huertas, su esposa, algunos de sus hijos y nietos.

A los pocos días, detuvieron a Buenaventura Huertas y, unos cinco días después, al Beato Francisco López-Largo. Compartían celda con otros siete detenidos. Allí, sufrieron tortura diariamente. Como Buenaventura Huertas sufría una enfermedad crónica, necesitaba cuidados diarios, por lo que los milicianos lo sacaban de la cárcel y lo llevaban a su casa para que recibiera tales cuidados siempre vigilado por un miliciano. En la única ocasión en la que el miliciano no estuvo presente, Buenaventura Huertas comentó a su esposa: “Estamos nueve mártires allí. Más vale que nos fusilaran. Haced una novena al Niño Jesús de Praga”. Él sentía una profunda devoción por el Niño Jesús de Praga. Pasada una semana, el 9 de agosto de 1936, llevaron a ocho de los nueve detenidos a “dar el paseo” a un lugar cercano a La Villa de Don Fadrique llamado Media Luna, donde completaron entre torturas la muerte de todos ellos. El párroco pidió a los milicianos ser el último en morir, con el objeto de poder dar la absolución a los demás. Respetaron su voluntad y así se hizo.

Cuando le tocó el turno a Buenaventura Huertas, pusieron los milicianos en el suelo el crucifijo que llevaba él siempre en un bolsillo para que lo pisoteara, con la promesa de que así salvaría la vida. Se negó y lo atormentaron hasta matarlo. Sus últimas palabras fueron: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. La Providencia quiso que el mismo día fusilaran en Madrid a uno de los hermanos de Buenaventura Huertas, también por motivos religiosos. Se trata del escolapio, Ataulfo Huertas, Rector del Colegio San Antón, situado en la Calle Hortaleza de Madrid.