Polo, Hno. Leocadio

  

HNO. LEOCADIO POLO

Comunidad de Quintanar de la Orden (Toledo)

El Hno. Leocadio Polo Lanciego nació en Portalrubio de Guadamejud (Cuenca) el 26 de abril de 1902. Sus padres fueron Luis y María. De los diez a los diecisiete años ayudó desinteresadamente al párroco y fue edificante por su piedad y su virtud. El 18 de marzo de 1922 tomó el hábito como hermano no clérigo en la provincia franciscana de Andalucía. Hizo su profesión temporal el 19 de marzo de 1923 y fue destinado al convento de San Miguel de las Victorias en La Laguna (Tenerife). No fue admitido a la profesión solemne al no ser favorable el informe de su comunidad y tuvo que dejar la Orden en 1926.

Dos años después Leocadio pidió ser admitido en la Provincia de Castilla. El 7 de octubre de 1928 tomó el hábito de postulante en el convento de Consuegra (Toledo). Terminó el postulantado en el de Arenas de San Pedro (Ávila). En él vistió el hábito franciscano como hermano no clérigo el 20 de mayo de 1929. Abandonó el noviciado el 19 de septiembre de 1929.

No debió dejar la Orden. Tomó el hábito como hermano terciario o donado el 29 de diciembre de 1929 en el convento de Quintanar de la Orden, en el que permaneció hasta su muerte. Padeció el martirio, junto con toda su comunidad, en Quintanar en 1936.

Al empezar la guerra civil española, los ocho franciscanos de la comunidad de Quintanar de la Orden (Toledo) siguieron en su convento. El 21 de julio de 1936, les fue comunicada la orden de detención de parte del alcalde, orden que fue ejecutada por la tarde. Veinte milicianos y veinte milicianas los ataron con cordeles, de dos en dos, y los sacaron del convento. Todos los franciscanos iban con hábito. Entre burlas, los llevaron a la iglesia parroquial, convertida en prisión. Allí, les recluyeron en la capilla de la Virgen de los Dolores. Personas de la Orden Franciscana Seglar les llevaban de comer, pero no siempre se lo daban los milicianos. Estos blasfemaban delante de los religiosos, les insultaban y se burlaban de ellos, que lo soportaban en silencio. Como otros presos, los franciscanos también fueron maltratados. Alguna vez intentaron rezar en común, pero los vigilantes se lo prohibieron. Vivían en silencio y oración, preparándose al martirio.

En la noche del 25 al 26 de julio de 1936 sacaron de la iglesia a siete seglares, al P. Lorenzo Ayala y al Hno. Leocadio Polo. Hacia las 2,30 de la madrugada fueron fusilados los nueve junto a la carretera de Madrid, a poco más de un kilómetro de Quintanar, en el lugar llamado Las Canteras. El P. Ayala pidió a los verdugos que perdonasen a los padres de familia que tenían en prisión y confesó su fe con estas palabras: “Ha habido Dios, hay Dios y habrá Dios ¡Viva Cristo Rey! Los nueve fusilados fueron enterrados en el cementerio municipal.

Los demás franciscanos siguieron encarcelados. Al Hno. José Herrera le ofrecieron la libertad, pero él prefirió morir con sus hermanos, cosa que admiró a los milicianos, quienes decían que le iban a tener que matar sin querer. El 29 de julio fueron trasladados todos a la cárcel municipal. El 13 de agosto les mandaron quitarse el hábito y ponerse unos trajes pobres recogidos por el pueblo, burlándose de ellos cuando les vieron en ese atuendo. En la madrugada del 16 de agosto sacaron de la cárcel a los seis franciscanos, con tres sacerdotes y dos seglares. Los once fueron conducidos en un camión al cementerio de Quintanar y allí fusilados hacia las tres de la madrugada del 16 de agosto de 1936. El P. Camuñas dijo a los verdugos que los perdonaba. El P. Raimundo Mur gritó. ¡Viva Cristo! Sus cadáveres fueron enterrados en una fosa común del cementerio y trasladados posteriormente a la iglesia parroquial, donde permanecen.