Herrera, Hno. José

  

HNO. JOSÉ HERRERA

Comunidad de Quintanar de la Orden (Toledo)

El Hno. José Herrera Bermejo nació en Almagro (Ciudad Real) el 25 de enero de 1914. Sus padres fueron Víctor y Dolores. Ingresó en el seminario menor franciscano de Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en 1925, en donde cursó los dos primeros años de humanidades. De 1927 a 1929 cursó el tercero y cuarto en el de La Puebla de Montalbán (Toledo). Tomó el hábito franciscano el 6 de septiembre de 1929 en el convento de Arenas de San Pedro (Ávila), en donde hizo su profesión temporal el 7 de septiembre de 1930. Pasó al convento de Pastrana (Guadalajara), donde cursó el quinto de latín y el trienio de filosofía. Era sencillo, humilde y apreciado por sus condiscípulos. Sin embargo, las dificultades para los estudios iban en aumento. Dejó, pues, un tiempo la Orden, a principios de 1934.

Después de un año o algo más, volvió a la Orden franciscana y tomó el hábito como terciario o donado. Fue destinado al convento de Quintanar de la Orden (Toledo) y allí permaneció hasta su muerte, sirviendo a la comunidad en los oficios domésticos. Padeció el martirio en Quintanar, junto con toda su comunidad en 1936.

Al empezar la guerra civil española, los ocho franciscanos de la comunidad de Quintanar de la Orden (Toledo) siguieron en su convento. El 21 de julio de 1936, les fue comunicada la orden de detención de parte del alcalde, orden que fue ejecutada por la tarde. Veinte milicianos y veinte milicianas los ataron con cordeles, de dos en dos, y los sacaron del convento. Todos los franciscanos iban con hábito. Entre burlas, los llevaron a la iglesia parroquial, convertida en prisión. Allí, les recluyeron en la capilla de la Virgen de los Dolores. Personas de la Orden Franciscana Seglar les llevaban de comer, pero no siempre se lo daban los milicianos. Estos blasfemaban delante de los religiosos, les insultaban y se burlaban de ellos, que lo soportaban en silencio. Como otros presos, los franciscanos también fueron maltratados. Alguna vez intentaron rezar en común, pero los vigilantes se lo prohibieron. Vivían en silencio y oración, preparándose al martirio.

En la noche del 25 al 26 de julio de 1936 sacaron de la iglesia a siete seglares, al P. Lorenzo Ayala y al Hno. Leocadio Polo. Hacia las 2,30 de la madrugada fueron fusilados los nueve junto a la carretera de Madrid, a poco más de un kilómetro de Quintanar, en el lugar llamado Las Canteras. El P. Ayala pidió a los verdugos que perdonasen a los padres de familia que tenían en prisión y confesó su fe con estas palabras: “Ha habido Dios, hay Dios y habrá Dios ¡Viva Cristo Rey! Los nueve fusilados fueron enterrados en el cementerio municipal.

Los demás franciscanos siguieron encarcelados. Al Hno. José Herrera le ofrecieron la libertad, pero él prefirió morir con sus hermanos, cosa que admiró a los milicianos, quienes decían que le iban a tener que matar sin querer. El 29 de julio fueron trasladados todos a la cárcel municipal. El 13 de agosto les mandaron quitarse el hábito y ponerse unos trajes pobres recogidos por el pueblo, burlándose de ellos cuando les vieron en ese atuendo. En la madrugada del 16 de agosto sacaron de la cárcel a los seis franciscanos, con tres sacerdotes y dos seglares. Los once fueron conducidos en un camión al cementerio de Quintanar y allí fusilados hacia las tres de la madrugada del 16 de agosto de 1936. El P. Camuñas dijo a los verdugos que los perdonaba. El P. Raimundo Mur gritó. ¡Viva Cristo! Sus cadáveres fueron enterrados en una fosa común del cementerio y trasladados posteriormente a la iglesia parroquial, donde permanecen.