Rulo Tapial, Vicente


VICENTE RULO TAPIAL

Párroco de Los Alares y Valdeazores
Nació Vicente en la villa de Camuñas el 22 de enero de 1868, siendo bautizado al día siguiente en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Sus padres se llamaban Gumersindo, sirviente de labores de campo y María Asunción. Tras su paso por el Seminario de Toledo, recibió la ordenación sacerdotal el 8 de junio de 1895 a los 27 años de edad: la fotografía que acompaña el artículo -con sotana abotonada, cuello español y manteo- era la que individualmente se hacían los recién ordenados.

Su primer destino fue como coadjutor en la parroquia de Los Navalucillos (Toledo), dejando muy buen recuerdo en la feligresía. En 1901 fue nombrado párroco de los pueblos toledanos de Alares y Valdeazores (Toledo), que por aquel entonces pertenecían al arciprestazgo de Puente del Arzobispo (Toledo). Según el Anuario Diocesano de 1930, entre Alares y Valdeazores atendía a 728 almas. Cuando estalla la persecución religiosa llevaba ya nuestro protagonista ¡34 años de ministerio en Los Alares y tenía 68 años de edad! Vivía en la casa rectoral, en cuyo solar se alza la actual, frente al templo parroquial. Con él residía su hermana Lorenza, y un sobrino al que sus padres enviaron para que los tíos le enderezaran. De natural afable y bondadoso, tenía don Vicente un “pronto” fuerte que le duraba poco. Era habilidoso y aficionado a la carpintería y a la mecánica.

Al servicio de todos y no sólo como pastor, también era requerido para que hiciera de “abogado” en la formalización de tratos y contratos de compraventa, y no fueron pocas las veces que actuaba como médico entre la feligresía. En alguna ocasión se desplazaba a Los Navalucillos para solicitar la elaboración de algún medicamento a Ramón Boned, el farmacéutico, quien solía prestarle sus servicios desinteresadamente. El Siervo de Dios tenía mucho trato con Isidoro Merchán Gómez-Romero (abuelo materno de Enrique Molina Merchán, uno de los redactores de la biografía del mártir). Isidoro cursó en Toledo prácticamente toda la carrera sacerdotal, aunque no llegó a ordenarse y ejerció después de barbero-cirujano en Los Navalucillos (Toledo), su pueblo natal. Algo menor que don Vicente, éste fue su fámulo-prefecto durante algún curso. Les unía, pues, una buena amistad y cuando don Vicente bajaba a Los Navalucillos siempre se hospedaba en casa de Isidoro, quien le solía regalar ropa y zapatos. No olvidemos que los ingresos del párroco de Los Alares serían muy escasos y como afirman los testigos “don Vicente vivía estrictamente de la pobreza evangélica”. Coincidía Isidoro en las apreciaciones que manifestaban los feligreses acerca de las virtudes de su párroco, destacando la puntual y cariñosa asistencia a enfermos y moribundos así como su dedicación a los más pobres y a los niños. Decían de él que era un hombre culto, con dotes artísticas y con inquietudes. Con ocasión de un cumpleaños, debió ser poco antes de 1921, Isidoro le regaló una espléndida navaja de afeitar con las cachas de marfil, mientras le decía: “-Vicente, que te conozco: a ver si vas a empeñar la navaja el mes que viene para ayudar a un parroquianos…”

Finalmente, llego el trágico verano de 1936. Don Vicente como tantos sacerdotes se expresaba con la frase que tantos repitieron: “-¿Quién me va a querer mal aquí?”. En verdad, nadie le podía querer mal y los alareños aducen que no habría pasado nada de no ser porque de fuera vinieron a instigarlos. Una vez más al miedo se unió la cobardía. En los últimos días del mes de julio llegó a Los Alares un sujeto de un pueblo de los Montes de Toledo y preguntó “si tenían todavía al cuervo”. Algunas personas aconsejaron al Siervo de Dios que se despojara de la sotana, a lo que él se negó; pero, más tarde le fue ordenado expresamente por el alcalde pedáneo. Vestido de paisano con una chaqueta de paño, parecía más pequeño y más viejo.

En el Archivo Diocesano se conserva esta interesantísima carta que el Siervo de Dios dirige al Secretario de Cámara desde Los Alares el 24 de julio de 1936. Según lo relatado el Siervo de Dios no salía de su domicilio salvo para celebrar la santa Misa a la que aún asistían algunas personas. No se tocaba la campana: estaba prohibido desde mucho antes del comienzo de la guerra. Los niños tiraban piedras contra la puerta de la iglesia, daban voces e incluso llegaban a entrar alborotando. Don Vicente seguía celebrando la Misa como si no ocurriese nada. Finalmente fue arrestado en su propia casa. Su hermana Lorenza ya había fallecido por aquel entonces. El 5 de agosto fueron a por el cura “para darle el paseo”. Los que declaran dicen que eran unos cinco hombres. Don Isidoro Merchán contaba que entre los victimarios figuraba una joven, hermana de un muchacho cojo que había sido muy favorecido por el Siervo de Dios. Todos iban armados con escopetas y mosquetones.

Uno de los fusileros se disculpó con el párroco: “-Nada tenemos personalmente contra usted, don Vicente, pero es que usted es cura”. “Por más vueltas y explicaciones que se den al hecho -afirman los redactores- ¿no es esto una muerte in odium fidei?” Temiendo que la víctima no pudiera llegar al lugar decidido para matarle, se requirió a su sobrino Pedro Cebrián Rulo para que los acompañara con un burro en el que subieron al sacerdote, quien rogo a sus verdugos que le dejaran vestir con su sotana, a lo que accedieron. Todo el largo camino, don Vicente iba tranquilo y rezando en voz baja. Por un camino de herradura llegaron al paraje de Riofrío, cerca de Valdeazores, a más de una legua de Los Alares o lo que es lo mismo a más de una hora y media de marcha. Desmontó don Vicente y le ataron a un roble, ordenando a su sobrino Pedro que se alejara: “-Tú ya puedes volver”.

Había Pedro recorrido un trecho cuando oyó los disparos. Algunos dicen que tiraban sin darle para asustarlo y así hacerle sufrir más. Lo cierto es que siguieron los disparos y desatándole dejaron tirado el cuerpo sangrante al pie del roble. Uno de ellos le asestó el tiro de gracia. Entre todos lo medio enterraron allí mismo. Del cuerpo podía verse salir perfectamente partes de la sotana como pudo comprobar alguien días después. Semisepultado allí permaneció todo lo que duró la contienda. Siendo enterrado en el cementerio de Los Alares el 13 de septiembre de 1939.