Núñez Alcázar, Vicente
VICENTE NUÑEZ ALCÁZAR
Adscrito a la parroquia de Corral de Almaguer
Eran tres los sacerdotes que en 1936 trabajaban en la parroquia toledana de Corral de Almaguer, por entonces dependiente de la diócesis de Cuenca. Sus cuerpos reposan en la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción de dicha localidad. Don Feliciano Montero Navarro era el párroco y junto a él trabajaban otros dos sacerdotes. Don Eduardo Andrade Trujillo que era el capellán de las Monjas Concepcionistas Franciscanas. Adscrito a la parroquia figuraba también Don Vicente Nuñez Alcázar, natural de Daimiel (Ciudad Real) había nacido el 28 de octubre de 1898. Sus padres se llamaban Juan José y Eduarda y tenía tres hermanos. Los tres sacerdotes sufrieron el martirio al iniciarse el mes de noviembre.
Don Vicente fue detenido, a las diez de la noche, del 24 de julio de 1936, con el pretexto de que al día siguiente, festividad del Apóstol Santiago, iba a celebrar la Santa Misa; a las dos horas fue puesto en libertad. Le obligaron, como a los otros, a participar en la destrucción de la iglesia parroquial. Después de diferentes hostigamientos Don Feliciano, Don Eduardo y nuestro protagonista fueron nuevamente detenidos en la madrugada del 7 de noviembre. Junto a otros nueve condenados les obligaron a subir a un camión para llevarlos al cementerio de Villatobas (Toledo), donde fueron asesinados a las tres de la madrugada. Don Feliciano tuvo tiempo de absolver a todos los compañeros de prisión. Perdonó a sus asesinos y murió gritando ¡Viva Cristo Rey!
Don Vicente fue detenido, a las diez de la noche, del 24 de julio de 1936, con el pretexto de que al día siguiente, festividad del Apóstol Santiago, iba a celebrar la Santa Misa; a las dos horas fue puesto en libertad. Le obligaron, como a los otros, a participar en la destrucción de la iglesia parroquial. Después de diferentes hostigamientos Don Feliciano, Don Eduardo y nuestro protagonista fueron nuevamente detenidos en la madrugada del 7 de noviembre. Junto a otros nueve condenados les obligaron a subir a un camión para llevarlos al cementerio de Villatobas (Toledo), donde fueron asesinados a las tres de la madrugada. Don Feliciano tuvo tiempo de absolver a todos los compañeros de prisión. Perdonó a sus asesinos y murió gritando ¡Viva Cristo Rey!