Mediero Rodríguez, Restituto


RESTITUTO MEDIERO RODRÍGUEZ

Párroco de Oropesa
Un mes y medio duró la persecución religiosa en la villa de Oropesa: desde que estalla la guerra hasta el 30 de agosto. Y acabaron prácticamente con todo vestigio religioso: en las personas -fueron asesinados los tres sacerdotes de la Villa- como en las cosas materiales. Así nos lo narra el Padre Teodoro Toni, S.I. en su obra “Iconoclastas y mártires” (Ávila, 1937): Destrozaron totalmente el interior de la ermita de la Virgen de Peñitas. Una gran lámpara de plata, desapareció. Y el magnífico órgano, llamado “Realejo”, construido por el portugués Juan de Acuña en 1784, fue totalmente destruido. La santera en cuanto pudo recogió todos los trozos de la diminuta imagen de la Patrona de Oropesa. En las monjas Franciscanas Concepcionistas los milicianos destrozaron el precioso lienzo del altar mayor de su convento, y pulverizaron una talla de Nuestro Señor Jesucristo de Montañés. Además profanaron la momia de la fundadora de la casa, Sor Franciscana Inés de la Concepción, por ellas custodiada con tanto cariño. Un caso raro sucedió en Oropesa con la iglesia parroquial. Convertida en cárcel nada se rompió, nada se profanó. “Es inexplicable -apunta el P.Toni- este sucedido en aquel ataque de borrachera iconoclasta y en el ambiente de frío y odio espiritual”. Cuando se pudo entrar en la iglesia, descubrieron que en el Sagrario estaban los dos copones, repletos de Formas.

Restituto nació en Fontiveros (Ávila) el 14 de junio de 1872. En ese mismo mes, pero 330 años antes, había nacido el santo místico y doctor de la Iglesia, San Juan de la Cruz. Los padres de Restituto se llamaban Faustino Mediero y Teresa Rodríguez. Cursó los estudios eclesiásticos en el seminario abulense. Recibió la tonsura eclesiástica y las cuatro órdenes menores en esta ciudad durante el año 1894. En febrero de 1895 fue ordenado de subdiácono. Al mes siguiente recibe el diaconado. Y el día 8 de junio de ese mismo año de 1895 recibe la ordenación sacerdotal. Empezó su actividad sacerdotal como cura ecónomo de San Miguel en Arévalo (Ávila). A finales del año 1899 es nombrado ecónomo de Sotillo de la Adrada (Ávila). El 27 de julio de 1906 ecónomo de Arenas de San Pedro (Ávila). Permaneció hasta el 1 de enero de 1913, fecha en la que es nombrado ecónomo de El Barco de Ávila. Pasa a la provincia de Toledo (aunque entonces ese pueblo pertenecía a la diócesis de Ávila) ocupando como ecónomo la parroquia de Oropesa, era el 4 de diciembre de 1913. Tres años después es nombrado párroco el mismo pueblo, donde permanece hasta su martirio. Todas las referencias que encontramos en “El Castellano” de Toledo nos lo presentan como un excelente orador. Por ejemplo, el 10 de marzo de 1926, en donde se recoge la crónica sobre la Fiesta del árbol. O, el 11 de abril, de ese mismo año, siguiendo un curso de conferencias que se dan en Oropesa, se dice que le tocó el turno “al ilustre cura párroco de esta villa”. El tema tratado fue: “La lengua”.

“Definió minuciosa y científicamente lo que era la lengua, y con expresión gallarda cantó la hermosura de este don del Cielo que le da al hombre la facultad de descubrir su ser… Pues la palabra que sirve para conmover y arrastrar a las muchedumbres fascinadas por la elocuencia de un orador […] es también, a veces, un hacha destructora de la propia dignidad humana. Tal sucede con la lengua del blasfemo, con la lengua del obsceno, con la lengua del criticón. Puede calcularse, teniendo en cuenta que hablaba un sacerdote y un sacerdote cultísimo, lo que a este respecto diría don Restituto… Doctrina maravillosa, anécdotas curiosísimas, cuentos amenos, todo lo prodigó con enlace de suma elegancia en el desarrollo de una tesis tan entretenida y de tanto valimiento”. Curiosamente, el corresponsal termina por disculparse con el conferenciante por no haber “acertado a dar un símil en estas breves líneas de su magnífica oración del domingo”; reconociendo que “una ovación clamorosa premió tan bellísima como concienzuda disertación”. Durante 21 años y medio el Siervo de Dios se dedicó sin descanso a trabajar por la parroquia de Oropesa. Llegará a ser nombrado Arcipreste de esa zona. Los últimos años tenía seriamente quebrantada su salud, según su sobrina, Martina Mediero, el 6 de junio de 1936, después de confesar a los niños de primera comunión, que fue lo último que pudo hacer, tuvo que meterse en la cama, de donde ya no pudo salir.

Así pues, ese verano, don Resti, como popularmente todos le llamaban, a sus 64 años, estaba gotoso, diabético e hidrópico. El 30 de junio se había confesado con el coadjutor para la operación que le hicieron de sacarle dos cubos de líquido del vientre. Según el médico, don Luis Calatrava, estaba poco menos que a punto de entrar en agonía. De hecho, ya se le había administrado la unción de los enfermos. Mediada la tarde del 5 de agosto, se presentó una pandilla de milicianos preguntando por él. Se lo querían llevar. Y aunque se les hizo ver el mal estado del enfermo, se reclamó la presencia del médico. Al llegar don Luis Calatrava entraron todos en el cuarto del enfermo. Tras el dictamen y ver la herida del enfermo, se retiraron.

-“Nos vamos, sí -decían algunos-, pero pronto volveremos”. En efecto, no había pasado media hora, cuando de nuevo se agolparon en la casa parroquial, llevando una carretilla y echando por tierra las puertas a golpe de fusil. Volvían haciendo tanto ruido porque alguien había dicho que en esa casa se encontraba también el coadjutor de la parroquia, Siervo de Dios Eusebio Nicéforo Pérez, y querían atraparle. Son casi un centenar de milicianos, armados con fusiles y cuchillos… para coger preso a un sacerdote que no puede moverse de la cama. El enfermo, al oír el ruido, dijo a las personas que lo acompañaban: -Abrid, hijas abrid, que no nos harán nada, y si Dios permite que nos hagan algo, cúmplase su voluntad. Poco vale mi vida; pero, lo que sea, la doy con gusto por Dios y por el pueblo de Oropesa. En la alcoba ardía una lámpara, que el buen arcipreste mando alumbrar, en recuerdo de la que no podía consumirse ante el tabernáculo en la parroquia. Entraron los milicianos y, con las manos y las culatas de los fusiles fueron haciendo añicos, en presencia del enfermo, de todos los objetos y símbolos religiosos que encontraron. Una imagen de la Virgen de Lourdes, que estaba en la alcoba, recibió un par de tiros. El cabecilla ordena: “-¡Venga, los pantalones de este “tío”!. Sin miramientos, le sacaron arrastras de la cama, y le vistieron. A empellones, entre insultos repugnantes, le sacan de la casa. La camioneta ya está preparada. Más que subirle, le echan como una mercancía, como peso muerto. Casi no era ya otra cosa. Va deshecho en sus fuerza físicas. Muy firme su voluntad de entrega a la voluntad de Dios.

Por las calles de Oropesa empiezan a “cantarle el entierro”. Gritos de júbilo e histéricas risotadas exteriorizan su incomprensible alegría. A unos dos kilómetros del pueblo se detienen. Han decidido matarle ya. Y lo van a hacer. Imposible que se sostenga en pie. Unas estacas, clavadas en el suelo, sujetarán los cansados brazos del bondadoso párroco de Oropesa. Antes intentan hacerle blasfemar. Inútil de todo punto. Le castigan por no hacerlo. Le cortan la lengua. Después… la descarga. Su cuerpo cayó acribillado a balazos. Tras la “hazaña” un miliciano, a las pocas horas, pedía en el hospital un poco de alcohol para limpiarse las manos. Las tenía llenas de sangre ajena. La enfermera le mira horrorizada. “-No me mire usted así. Que acabo de dar 18 tiros a un tío cura y no me importaría darla a usted 25. ¡Venga ese alcohol, para desinfectarme!”. Momentos después decía el mismo miliciano en otro lugar de Oropesa: “-Mas quisiera haber matado a medio pueblo que haber cometido el crimen que acabo de hacer”. “¡Que arraigado tendría a su Dios ese tío!, decía otro miliciano. Se puso a rezar precisamente cuando le estábamos matando por eso”. Era el 5 de agosto de 1936. Sus restos mortales descansan en el presbiterio de la iglesia parroquial de Oropesa (Toledo) desde el año 1942.