Urraco Alcocer, Bernardo
BERNARDO URRACO ALCOCER
"Profesor del Seminario Menor de Talavera de la Reina"
Bernardo, cuyos padres se llamaban Gregorio y Baldomera, era natural de Siruela (Badajoz) y había nacido el 21 de julio de 1901. Por la documentación que nos ofrece el Colegio Español de Roma, sabemos que cursó sus dos primeros años de Filosofía en el Seminario Conciliar de Toledo (1919-20 y 1920-21). Después el 18 de noviembre de 1921 ingresa en el Colegio Español de Roma, y en él permanecerá hasta el 30 de junio de 1926.
El curso 1923-1924 comenzó con la visita al Colegio Español de los Reyes de España. Bernardo se dirige a su abuela, pues por esa fecha ya había perdido a sus padres, para contarle todos los detalles. La carta lleva fecha del 23 de noviembre de 1923.
Alfonso XIII fue recibido por el Papa Pío XI el 19 de noviembre. La visita al Colegio Español de Roma la hizo junto con su esposa la reina Victoria Eugenia de Battenberg y el Presidente del Directorio militar, Miguel Primo de Rivera.
Bernardo le explica a su abuela que después de visitar la Basílica de Santa María la Mayor se dirigieron al Colegio, “donde les esperábamos con la alegría y el ansia natural… Al salir los reyes del auto… una tempestad de aplausos y vivas al Rey, a la Reina y a España atronó los aires… Ellos, entre tanto, sonreían satisfechos y nos decían frases cariñosas… no queriendo dejar pasar la ocasión de besar la mano a los reyes. Poco detrás, llegó Primo de Rivera... y las autoridades eclesiásticas en primera fila, los cardenales Enrique Reig y Casanova, arzobispo de Toledo; Rafael Merry del Val, secretario del Santo Oficio; Giorgi, Penitenciario Mayor; Mistrángelo, arzobispo de Florencia, Vico y Ragonessi ambos nuncios anteriormente de España. Además varios obispos, los embajadores de España en Roma, el Duque del Infantado, Milans del Bosch, etc. y toda la colonia española. También el Beato Ricardo Plá Espí, secretario del Cardenal Reig y el Siervo de Dios Manuel de los Ríos Martín Rueda.
“Habló primero el Sr. Rector, haciendo la historia del Colegio… después se cantó una jota aragonesa... Luego leyó un alumno una poesía, en que se recordaban las glorias de los españoles de otros tiempos, los derroches de piedad y de heroísmo de España… Terminó la poesía con un saludo al Rey y a la Reina, y pidiéndoles la concesión del título de Real a nuestro Pontificio Colegio. Después habló el Rey, diciéndonos que hacía mucho tiempo que conocía los triunfos del Colegio, que estaba orgulloso de nosotros, y pidiéndonos que donde quiera que después de nuestros estudios fuésemos establecidos, nos acordáramos de llevar el amor a España…
…Cuando contesten, cuéntenme muchas cosas de ahí. Den recuerdos a toda la familia y reciban un abrazo de su nieto, Bernardo”.La siguiente carta que ha conservado la familia, también se la dirige a su abuela. Está fechada en Roma el 21 de marzo de 1926.
Como les había anunciado, el día de San José recibí la ordenación sacerdotal, y al día siguiente celebré mi primera Misa. ¡Qué alegrías y qué penas tan grandes he sentido esos días! Alegría por ver al fin realizados mis deseos de tantos años; por verme revestido de una potestad tan grande que no tiene su igual en la tierra; poder de hacer bajar a Cristo del cielo al altar y de ofrecerle allí al Eterno Padre como víctima inmaculada por los pecados de todo el mundo. Poder también de perdonar los pecados de los hombres, de modo que con esto y con lo anterior queda el sacerdote constituido mediador entre el cielo y la tierra, siendo a un mismo tiempo, representante de la cristiandad entera que, por medio de él, ofrece a Dios el debido sacrificio y de Dios mismo que, por medio de él, perdona los pecados y santifica a los hombres.
¡Cuán bueno se requiere ser para cumplir esta misión dignamente! Pidan ustedes a Dios por mediación de la Virgen de Altagracia, que jamás me deje de su mano para que no tenga nunca que avergonzarme de llamarme sacerdote.
Pero he sentido también grande pena por no poder estos días apartar un instante el pensamiento de los seres queridos, a quienes la muerte arrebató, que tanto hubieran gozado en un día como este. Sobre todo, no puedo apartar mi pensamiento de mi pobre padre, quien para no tener ninguna alegría en este mundo, se vio también privado de la de ver sacerdote a su hijo. Cierto estoy que desde el cielo, junto con mi madre, el hermano Lucrecio, la hermana Mónica y todos los demás parientes muertos, habrá asistido a mi primera Misa.
Si al menos hubiera tenido el consuelo de que ustedes hubieran estado presentes, pero también esto me faltó… Pero no por eso fue menos el fervor con que supliqué al Señor al tenerle en mis manos, a la vez que el descanso eterno para los muertos, toda clase de bendiciones para mi abuela, mis hermanos y toda mi familia. Me acordé mucho también del pueblo y de España, que los sentimientos de la región y de la patria nunca se sienten tan hondamente como cuando se está lejos de ellas. Dios, sin embargo, ha querido concederme estos días aquí, alegrías muy grandes. La ordenación fue lo más tierno y conmovedor que imaginarse puede y después todo han sido fiestas y regocijos. Superiores y alumnos se esforzaban en ser los primeros en besar las manos y recibir la bendición de los nuevos sacerdotes, y en ir después a felicitarlos a sus cuartos.
Lo mismo en la Universidad, donde hasta los profesores no se desdeñaban de arrodillarse ante un pobre alumno, besarle las manos y recibir de él la bendición.
La primera Misa, como verán por las estampas, la dije en S. Gregorio. Escogí ese lugar por llamarse así mi padre y más principalmente porque, según una piadosa creencia debida a cierto hecho ocurrido en la vida de S. Gregorio, las misas allí dichas tienen eficacia especial por las almas del purgatorio. La apliqué, naturalmente, por mi padre y por mi madre, por quienes seguiré aplicando otras muchas los días siguientes. Luego les tocará el turno a los demás difuntos de la familia. Me ayudaron a Misa dos seminaristas toledanos y me hizo de padrino un condiscípulo de Toledo también, que se ha ordenado de sacerdote conmigo. Los demás días me ayudarán otros paisanos, entre ellos uno de Badajoz, que es de un pueblo cerca del nuestro.
Quisiera escribir en particular a cada uno de los familiares… Hace varios días que tengo escrita la carta y no la he mandado antes por aguardar las estampas… Reciba un cariñoso abrazo de su nieto: Bernardo.
Tras su ordenación, sabemos por los testigos, que fue nombrado coadjutor de la parroquia de Santa Brígida de Peñalsordo (Badajoz) y párroco de Capilla, pueblecito también pacense. Después de dos años pasó a la parroquia de Novés y de allí sería trasladado al Seminario Menor de San Joaquín en Talavera de la Reina (Toledo), donde ejercía como profesor de latín y griego.
Cuando estalla la Guerra civil sabemos, por su familia, que escribió una carta a su hermano pidiéndole poder trasladarse al domicilio familiar en Siruela (Badajoz) para estar más seguro. Pero su hermano le informó que las cosas no estaban muy bien en el pueblo y que el 20 de julio habían sido detenidos el Siervo de Dios Prudencio Gallego Valmayor, capellán de las Franciscanas y el Siervo de Dios Ildefonso Nieto Ambrosio, párroco de Garlitos, que por ser natural de Siruela, se encontraba en el pueblo cuando le detuvieron. Esos días el párroco de Siruela, Don Pedro Manuel Perezagua estaba de vacaciones con su familia en Sonseca. Todos sufrirían el martirio después de Bernardo, los dos primeros el 18 de agosto y el párroco de Siruela el 9 de septiembre. Toda la información le llevó a desistir al sacerdote de dicha intención. Entonces decidió refugiarse en la Casa de la Misericordia de la Plaza del Pan, también conocido como Asilo de la Misericordia, donde las Hijas de la Caridad ejercían su apostolado con los ancianos.
Después todo transcurrió muy deprisa. Según se sabe el Siervo de Dios Nemesio Maregil Azaña, que era regente de la parroquia de Sevilleja de la Jara (Toledo), movido por la amistad con Bernardo había acudido a refugiarse en el Seminario Menor de Talavera. Juntos se trasladaron al Asilo, donde pudieron celebrar y ejercer el ministerio. Sería aquí donde los dos jóvenes sacerdotes fueron denunciados por un anciano y detenidos el 3 de agosto. Inmediatamente fueron llevados hasta las cercanías de Cazalegas (Toledo), y acribillados a balazos. Al llegar el mediodía, los dos sacerdotes seguían tendidos en la carretera, los milicianos los echaron en una carreta y los taparon con una manta. Testigos recuerdan que estuvieron en la puerta del cementerio parroquial, apoyados en una pared de la entrada, luego, les dieron sepultura. En la actualidad sus restos reposan en la Iglesia Colegial de Santa María la Mayor de Talavera de la Reina (Toledo).
El curso 1923-1924 comenzó con la visita al Colegio Español de los Reyes de España. Bernardo se dirige a su abuela, pues por esa fecha ya había perdido a sus padres, para contarle todos los detalles. La carta lleva fecha del 23 de noviembre de 1923.
Alfonso XIII fue recibido por el Papa Pío XI el 19 de noviembre. La visita al Colegio Español de Roma la hizo junto con su esposa la reina Victoria Eugenia de Battenberg y el Presidente del Directorio militar, Miguel Primo de Rivera.
Bernardo le explica a su abuela que después de visitar la Basílica de Santa María la Mayor se dirigieron al Colegio, “donde les esperábamos con la alegría y el ansia natural… Al salir los reyes del auto… una tempestad de aplausos y vivas al Rey, a la Reina y a España atronó los aires… Ellos, entre tanto, sonreían satisfechos y nos decían frases cariñosas… no queriendo dejar pasar la ocasión de besar la mano a los reyes. Poco detrás, llegó Primo de Rivera... y las autoridades eclesiásticas en primera fila, los cardenales Enrique Reig y Casanova, arzobispo de Toledo; Rafael Merry del Val, secretario del Santo Oficio; Giorgi, Penitenciario Mayor; Mistrángelo, arzobispo de Florencia, Vico y Ragonessi ambos nuncios anteriormente de España. Además varios obispos, los embajadores de España en Roma, el Duque del Infantado, Milans del Bosch, etc. y toda la colonia española. También el Beato Ricardo Plá Espí, secretario del Cardenal Reig y el Siervo de Dios Manuel de los Ríos Martín Rueda.
“Habló primero el Sr. Rector, haciendo la historia del Colegio… después se cantó una jota aragonesa... Luego leyó un alumno una poesía, en que se recordaban las glorias de los españoles de otros tiempos, los derroches de piedad y de heroísmo de España… Terminó la poesía con un saludo al Rey y a la Reina, y pidiéndoles la concesión del título de Real a nuestro Pontificio Colegio. Después habló el Rey, diciéndonos que hacía mucho tiempo que conocía los triunfos del Colegio, que estaba orgulloso de nosotros, y pidiéndonos que donde quiera que después de nuestros estudios fuésemos establecidos, nos acordáramos de llevar el amor a España…
…Cuando contesten, cuéntenme muchas cosas de ahí. Den recuerdos a toda la familia y reciban un abrazo de su nieto, Bernardo”.La siguiente carta que ha conservado la familia, también se la dirige a su abuela. Está fechada en Roma el 21 de marzo de 1926.
Como les había anunciado, el día de San José recibí la ordenación sacerdotal, y al día siguiente celebré mi primera Misa. ¡Qué alegrías y qué penas tan grandes he sentido esos días! Alegría por ver al fin realizados mis deseos de tantos años; por verme revestido de una potestad tan grande que no tiene su igual en la tierra; poder de hacer bajar a Cristo del cielo al altar y de ofrecerle allí al Eterno Padre como víctima inmaculada por los pecados de todo el mundo. Poder también de perdonar los pecados de los hombres, de modo que con esto y con lo anterior queda el sacerdote constituido mediador entre el cielo y la tierra, siendo a un mismo tiempo, representante de la cristiandad entera que, por medio de él, ofrece a Dios el debido sacrificio y de Dios mismo que, por medio de él, perdona los pecados y santifica a los hombres.
¡Cuán bueno se requiere ser para cumplir esta misión dignamente! Pidan ustedes a Dios por mediación de la Virgen de Altagracia, que jamás me deje de su mano para que no tenga nunca que avergonzarme de llamarme sacerdote.
Pero he sentido también grande pena por no poder estos días apartar un instante el pensamiento de los seres queridos, a quienes la muerte arrebató, que tanto hubieran gozado en un día como este. Sobre todo, no puedo apartar mi pensamiento de mi pobre padre, quien para no tener ninguna alegría en este mundo, se vio también privado de la de ver sacerdote a su hijo. Cierto estoy que desde el cielo, junto con mi madre, el hermano Lucrecio, la hermana Mónica y todos los demás parientes muertos, habrá asistido a mi primera Misa.
Si al menos hubiera tenido el consuelo de que ustedes hubieran estado presentes, pero también esto me faltó… Pero no por eso fue menos el fervor con que supliqué al Señor al tenerle en mis manos, a la vez que el descanso eterno para los muertos, toda clase de bendiciones para mi abuela, mis hermanos y toda mi familia. Me acordé mucho también del pueblo y de España, que los sentimientos de la región y de la patria nunca se sienten tan hondamente como cuando se está lejos de ellas. Dios, sin embargo, ha querido concederme estos días aquí, alegrías muy grandes. La ordenación fue lo más tierno y conmovedor que imaginarse puede y después todo han sido fiestas y regocijos. Superiores y alumnos se esforzaban en ser los primeros en besar las manos y recibir la bendición de los nuevos sacerdotes, y en ir después a felicitarlos a sus cuartos.
Lo mismo en la Universidad, donde hasta los profesores no se desdeñaban de arrodillarse ante un pobre alumno, besarle las manos y recibir de él la bendición.
La primera Misa, como verán por las estampas, la dije en S. Gregorio. Escogí ese lugar por llamarse así mi padre y más principalmente porque, según una piadosa creencia debida a cierto hecho ocurrido en la vida de S. Gregorio, las misas allí dichas tienen eficacia especial por las almas del purgatorio. La apliqué, naturalmente, por mi padre y por mi madre, por quienes seguiré aplicando otras muchas los días siguientes. Luego les tocará el turno a los demás difuntos de la familia. Me ayudaron a Misa dos seminaristas toledanos y me hizo de padrino un condiscípulo de Toledo también, que se ha ordenado de sacerdote conmigo. Los demás días me ayudarán otros paisanos, entre ellos uno de Badajoz, que es de un pueblo cerca del nuestro.
Quisiera escribir en particular a cada uno de los familiares… Hace varios días que tengo escrita la carta y no la he mandado antes por aguardar las estampas… Reciba un cariñoso abrazo de su nieto: Bernardo.
Tras su ordenación, sabemos por los testigos, que fue nombrado coadjutor de la parroquia de Santa Brígida de Peñalsordo (Badajoz) y párroco de Capilla, pueblecito también pacense. Después de dos años pasó a la parroquia de Novés y de allí sería trasladado al Seminario Menor de San Joaquín en Talavera de la Reina (Toledo), donde ejercía como profesor de latín y griego.
Cuando estalla la Guerra civil sabemos, por su familia, que escribió una carta a su hermano pidiéndole poder trasladarse al domicilio familiar en Siruela (Badajoz) para estar más seguro. Pero su hermano le informó que las cosas no estaban muy bien en el pueblo y que el 20 de julio habían sido detenidos el Siervo de Dios Prudencio Gallego Valmayor, capellán de las Franciscanas y el Siervo de Dios Ildefonso Nieto Ambrosio, párroco de Garlitos, que por ser natural de Siruela, se encontraba en el pueblo cuando le detuvieron. Esos días el párroco de Siruela, Don Pedro Manuel Perezagua estaba de vacaciones con su familia en Sonseca. Todos sufrirían el martirio después de Bernardo, los dos primeros el 18 de agosto y el párroco de Siruela el 9 de septiembre. Toda la información le llevó a desistir al sacerdote de dicha intención. Entonces decidió refugiarse en la Casa de la Misericordia de la Plaza del Pan, también conocido como Asilo de la Misericordia, donde las Hijas de la Caridad ejercían su apostolado con los ancianos.
Después todo transcurrió muy deprisa. Según se sabe el Siervo de Dios Nemesio Maregil Azaña, que era regente de la parroquia de Sevilleja de la Jara (Toledo), movido por la amistad con Bernardo había acudido a refugiarse en el Seminario Menor de Talavera. Juntos se trasladaron al Asilo, donde pudieron celebrar y ejercer el ministerio. Sería aquí donde los dos jóvenes sacerdotes fueron denunciados por un anciano y detenidos el 3 de agosto. Inmediatamente fueron llevados hasta las cercanías de Cazalegas (Toledo), y acribillados a balazos. Al llegar el mediodía, los dos sacerdotes seguían tendidos en la carretera, los milicianos los echaron en una carreta y los taparon con una manta. Testigos recuerdan que estuvieron en la puerta del cementerio parroquial, apoyados en una pared de la entrada, luego, les dieron sepultura. En la actualidad sus restos reposan en la Iglesia Colegial de Santa María la Mayor de Talavera de la Reina (Toledo).