Martín Páramo, Gregorio
GREGORIO MARTÍN PÁRAMO
Capellanía de San José de Toledo
Gregorio había nacido el siete de enero de 1877 en el pueblo toledano de Ventas con Peña Aguilera. Como ya dijimos era tío, por parte de madre, del Siervo de Dios Emilio López Martín. Don Gregorio recibió la ordenación sacerdotal el 22 de mayo de 1902. Su primer destino es la coadjutoría de la parroquia de Orgaz (Toledo). En una crónica de “El Castellano” (16 de mayo de 1908) comentando las fiestas del 3 de mayo del Santísimo Cristo de la Misericordia de Mazarambroz, se destaca que “la función religiosa ha aumentando su esplendor por el Sermón encomendado al orador sagrado D. Gregorio Martín Páramo, Teniente de la Parroquia de Orgaz, verdadera composición retórica, llena de elocuencia, sin carecer de parte sugestiva, que llenó de júbilo a los oyentes”. En 1909 se le traslada a Yepes. Conservamos un documento oficial, de octubre de 1910, en el que, junto a su párroco, firma como coadjutor de dicha parroquia.
De 1912 a 1923 ejerce de ecónomo en Mazarambroz (Toledo) El 4 de julio de 1915 predica en la fiesta de la Virgen Blanca del Castañar de Cisneros que enclavado en los Montes de Toledo “linda con los dilatados términos de Mazarambroz, Pulgar, Cuerva y Ventas con Peña Aguilera, a la vez que con la vecina provincia de Ciudad Real”. Pasa a Toledo como sacristán segundo de la Santa Iglesia Catedral Primada. Al año siguiente se le nombre coadjutor de la parroquia de Santiago Apóstol en la Ciudad Imperial. Después, en 1927, ostenta la capellanía de San Román en la ciudad de Toledo, iglesia filial de la parroquia de Santa Leocadia. En 1936 rige la capellanía de San José y está encargado de la iglesia filial de San Juan Bautista. En la Capilla de San José, en la toledana calle de Nuñez de Arce, tuvo lugar la quinta fundación de Santa Teresa de Jesús. Aquí la Santa escribió los primeros capítulos de “Las Moradas”. La capilla es obra de Nicolás de Vergara (1588) y casi diez años más tarde, el Greco se encargaría de pintar el famoso “San José con el Niño”. Tras la muerte de Santa Teresa, la comunidad se trasladó en 1608 al Convento de la Puerta del Cambrón. Por ello, el Siervo de Dios Gregorio Martín se encarga de celebrar en la Capilla pero no era el capellán de las MM. Carmelitas, cargo que ostenta el también mártir, Siervo de Dios Manuel Quesada Martín. Tras el estallido de la guerra civil española, los guardias civiles de las comandancias de los pueblos junto a los militares, como ya hemos narrado en otras ocasiones, se encierran en el Alcázar para su defensa. Mientras tanto en el Palacio Arzobispal se instalan las oficinas de la F.A.I. y las de la C.N.T. Los marxistas celebraban sus triunfos con vergonzosas orgías, con banquetes y embriagueces.
Pasados los primeros días de guerra, los milicianos atacaban con rabia el invicto Alcázar. Incluso trajeron expertos mineros de Asturias con toneladas de dinamita para volar el grandioso edificio. Poco a poco algunos sacerdotes, entre ellos don Emilio y don Gregorio, fueron detenidos y conducidos a la Prisión Provincial. Los demás caían asesinados por las calles de la Ciudad Imperial. Solo unos pocos lograran escapar. Junto al Beato José Polo Benito, beatificado en Roma en el 2007, fueron encarcelados directamente o trasladados desde la Diputación a la cárcel de Gilitos los Siervos de Dios Agustín Rodríguez y Fausto Cantero; el Chantre de la catedral de Cádiz, natural de Olías del Rey, Siervo de Dios Calixto Paniagua Huecas; y los Siervos de Dios Gregorio Martín y Emilio López, cuyas vidas se han narrado ya en esta sección. El grupo se completa con los Siervos de Dios Antonio Arbó Delgado, beneficiado de la Catedral de Toledo; Segundo Blanco Fernández de Lara, maestro de ceremonias de la Catedral Primada; Raimundo Ramírez Gutiérrez, que a pesar de ser anciano y estar casi ciego, es coadjutor de la parroquia de San Martín; Manuel Hernández Díaz-Guerra que es coadjutor de Portillo (Toledo), y Feliciano Lorente Garrido, párroco de Arcicóllar y Camarenilla (Toledo). Además de los once sacerdotes, que caerán asesinados en la luctuosa jornada de la madrugada del 23 de agosto, también fue masacrada la Comunidad de los Hermanos Maristas de Toledo: los Hermanos Cipriano José Iglesias, Eduardo María Alonso, Jean Marie Gombert, Addón Iglesias, Julio Fermín Múzquiz, Javier Benito Alonso, Anacleto Luis Busto, Bruno José Ayape, Félix Amancio Noriega y el Hermano Evencio Pérez. Faltaba el Hermano Jorge Luis, que será sacrificado un día después, cuando él mismo haga ver a los milicianos que se habían olvidado de él, por estar ocupándose de las tareas culinarias cargo que ejerce en la Comunidad y destino que le dan tras ser detenidos.
Estalla la Guerra civil, y entre las 72 tristes jornadas de enfrentamiento que se vivieron en la ciudad de Toledo hay una que culminó con caracteres de pesadilla. Como ya hemos narrado el 22 de agosto de 1936, unos aviones del ejército republicano que bombardeaban el Alcázar erraron en su puntería matando a varios soldados de su propio ejército. Este suceso produjo cierta efervescencia entre los milicianos, pero nada hubiese ocurrido si los jefes no hubieran tomado el hecho como motivo para perpetrar unos asesinatos en los que ya venía meditando. La horrorosa matanza de prisioneros, a la que la impericia de un aviador sirvió como pretexto, había de realizarse de todos modos. Ambos sucesos fueron enlazados casuísticamente, pero la elección de víctimas no fue debida al azar. Los encargados de consumar el hecho sabían perfectamente lo que tenían que realizar y no hubo titubeos ni improvisación. Cuando anocheció 80 personas, en dos grupos fuertemente escoltados por milicianos, franqueaban las puertas de la cárcel. El asesinato fue perpetrado con nocturnidad y traición. El mismo engaño con que los presos fueron sacados de la cárcel es una prueba de la alevosía del crimen. Allí estaban los Siervos de Dios Emilio López y Gregorio Martín. Los detenidos bajaban del Convento de Gilitos, convertido en prisión, hacia la puerta del Cambrón de Toledo. Al llegar el grupo fue dividido: a unos los encaminaron a la cercana Fuente del Salobre y a los otros hacía el Puente de San Martín. La Puerta, de la que hablábamos al principio, hoy desaparecida contempló esta cruel escena en la que nuestros mártires fueron sacrificados. Sucedió en la madrugada del 22 al 23 de agosto de 1936.
De 1912 a 1923 ejerce de ecónomo en Mazarambroz (Toledo) El 4 de julio de 1915 predica en la fiesta de la Virgen Blanca del Castañar de Cisneros que enclavado en los Montes de Toledo “linda con los dilatados términos de Mazarambroz, Pulgar, Cuerva y Ventas con Peña Aguilera, a la vez que con la vecina provincia de Ciudad Real”. Pasa a Toledo como sacristán segundo de la Santa Iglesia Catedral Primada. Al año siguiente se le nombre coadjutor de la parroquia de Santiago Apóstol en la Ciudad Imperial. Después, en 1927, ostenta la capellanía de San Román en la ciudad de Toledo, iglesia filial de la parroquia de Santa Leocadia. En 1936 rige la capellanía de San José y está encargado de la iglesia filial de San Juan Bautista. En la Capilla de San José, en la toledana calle de Nuñez de Arce, tuvo lugar la quinta fundación de Santa Teresa de Jesús. Aquí la Santa escribió los primeros capítulos de “Las Moradas”. La capilla es obra de Nicolás de Vergara (1588) y casi diez años más tarde, el Greco se encargaría de pintar el famoso “San José con el Niño”. Tras la muerte de Santa Teresa, la comunidad se trasladó en 1608 al Convento de la Puerta del Cambrón. Por ello, el Siervo de Dios Gregorio Martín se encarga de celebrar en la Capilla pero no era el capellán de las MM. Carmelitas, cargo que ostenta el también mártir, Siervo de Dios Manuel Quesada Martín. Tras el estallido de la guerra civil española, los guardias civiles de las comandancias de los pueblos junto a los militares, como ya hemos narrado en otras ocasiones, se encierran en el Alcázar para su defensa. Mientras tanto en el Palacio Arzobispal se instalan las oficinas de la F.A.I. y las de la C.N.T. Los marxistas celebraban sus triunfos con vergonzosas orgías, con banquetes y embriagueces.
Pasados los primeros días de guerra, los milicianos atacaban con rabia el invicto Alcázar. Incluso trajeron expertos mineros de Asturias con toneladas de dinamita para volar el grandioso edificio. Poco a poco algunos sacerdotes, entre ellos don Emilio y don Gregorio, fueron detenidos y conducidos a la Prisión Provincial. Los demás caían asesinados por las calles de la Ciudad Imperial. Solo unos pocos lograran escapar. Junto al Beato José Polo Benito, beatificado en Roma en el 2007, fueron encarcelados directamente o trasladados desde la Diputación a la cárcel de Gilitos los Siervos de Dios Agustín Rodríguez y Fausto Cantero; el Chantre de la catedral de Cádiz, natural de Olías del Rey, Siervo de Dios Calixto Paniagua Huecas; y los Siervos de Dios Gregorio Martín y Emilio López, cuyas vidas se han narrado ya en esta sección. El grupo se completa con los Siervos de Dios Antonio Arbó Delgado, beneficiado de la Catedral de Toledo; Segundo Blanco Fernández de Lara, maestro de ceremonias de la Catedral Primada; Raimundo Ramírez Gutiérrez, que a pesar de ser anciano y estar casi ciego, es coadjutor de la parroquia de San Martín; Manuel Hernández Díaz-Guerra que es coadjutor de Portillo (Toledo), y Feliciano Lorente Garrido, párroco de Arcicóllar y Camarenilla (Toledo). Además de los once sacerdotes, que caerán asesinados en la luctuosa jornada de la madrugada del 23 de agosto, también fue masacrada la Comunidad de los Hermanos Maristas de Toledo: los Hermanos Cipriano José Iglesias, Eduardo María Alonso, Jean Marie Gombert, Addón Iglesias, Julio Fermín Múzquiz, Javier Benito Alonso, Anacleto Luis Busto, Bruno José Ayape, Félix Amancio Noriega y el Hermano Evencio Pérez. Faltaba el Hermano Jorge Luis, que será sacrificado un día después, cuando él mismo haga ver a los milicianos que se habían olvidado de él, por estar ocupándose de las tareas culinarias cargo que ejerce en la Comunidad y destino que le dan tras ser detenidos.
Estalla la Guerra civil, y entre las 72 tristes jornadas de enfrentamiento que se vivieron en la ciudad de Toledo hay una que culminó con caracteres de pesadilla. Como ya hemos narrado el 22 de agosto de 1936, unos aviones del ejército republicano que bombardeaban el Alcázar erraron en su puntería matando a varios soldados de su propio ejército. Este suceso produjo cierta efervescencia entre los milicianos, pero nada hubiese ocurrido si los jefes no hubieran tomado el hecho como motivo para perpetrar unos asesinatos en los que ya venía meditando. La horrorosa matanza de prisioneros, a la que la impericia de un aviador sirvió como pretexto, había de realizarse de todos modos. Ambos sucesos fueron enlazados casuísticamente, pero la elección de víctimas no fue debida al azar. Los encargados de consumar el hecho sabían perfectamente lo que tenían que realizar y no hubo titubeos ni improvisación. Cuando anocheció 80 personas, en dos grupos fuertemente escoltados por milicianos, franqueaban las puertas de la cárcel. El asesinato fue perpetrado con nocturnidad y traición. El mismo engaño con que los presos fueron sacados de la cárcel es una prueba de la alevosía del crimen. Allí estaban los Siervos de Dios Emilio López y Gregorio Martín. Los detenidos bajaban del Convento de Gilitos, convertido en prisión, hacia la puerta del Cambrón de Toledo. Al llegar el grupo fue dividido: a unos los encaminaron a la cercana Fuente del Salobre y a los otros hacía el Puente de San Martín. La Puerta, de la que hablábamos al principio, hoy desaparecida contempló esta cruel escena en la que nuestros mártires fueron sacrificados. Sucedió en la madrugada del 22 al 23 de agosto de 1936.