López Cañada, José
JOSÉ LÓPEZ CAÑADA
Beneficiado de la S.I.C.P. de Toledo
Natural del pueblo salmantino de Ventosa del Río. Había nacido el 21 de septiembre de 1898 y recibió la ordenación sacerdotal el 26 de mayo de 1923. Había sido capellán de las religiosas del Buen Pastor en la diócesis de Tuy (1923); coadjutor de Santa María de la Guía de Tuy (1924); beneficiado sochantre de la Santa Iglesia Catedral de León (1925); después pasó a la diócesis de Toledo. Al comenzar la persecución religiosa le encontramos ejerciendo como beneficiado sochantre en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo. Además Don José era el capellán del Convento de San Pablo de las Madres Jerónimas de Toledo.
Sumando la cifra total de sacerdotes diocesanos y religiosos (carmelitas, maristas y operarios diocesanos) que en aquel momento ejercían el ministerio solamente en la ciudad Imperial se obtiene la cifra de 103 muertes violentas, consumadas en el espacio de ¡¡¡ cuarenta y un días!!! Uno de los primeros sacerdotes que sufrieron el martirio por odium fidei en aquellas fechas trágicas fue Don José.
Sucedió el 25 de julio de 1936, solemnidad del Apóstol Santiago, patrón de España. El Capellán de las MM. Jerónimas había celebrado, como era costumbre, la Santa Misa a las siete de la mañana. Después de finalizar esta primera misa, y como sucedía en esos últimos días, acudió al Convento vecino de la Purísima de las Madres Benedictinas para poder celebrar allí también. Al finalizar, regresó a las Jerónimas. Los milicianos acababan de llegar. Tras sumir las formas consagradas del Sagrario se entregó inmediatamente a los que con amenazas exigían su presencia. Y allí mismo, en el patio del Convento, fue acribillado a tiros. Así se narra el martirio en la obra Toledo 1936, Ciudad mártir:
Llegan los milicianos del Cuartel de la Montaña. La M. Teresa, en San Pablo, no deja de asomarse al torno; una de las veces, al oler a gasolina, llama corriendo al demandadero: Está ardiendo la puerta. Juan, el demandadero, abre la puerta y una avalancha le obliga a echarse a un lado. Los milicianos invaden la portería. Algunos son de Toledo, pero la patrulla principal es la que hace cinco días ha asaltado el Cuartel de la Montaña de Madrid, aniquilando a los militares alzados contra la República. Inmediatamente, la M. Priora acude al coro a por el Santísimo. Tal vez por los nervios, es incapaz de abrir la puerta del Sagrario y decide acudir al ventanuco para dar la voz de alarma y avisar de que los marxistas están ya en la portería de San Pablo. Mientras tanto, Sor Encarnación prueba a abrir el Sagrario y, cuando lo consigue, lo lleva corriendo a las Benitas. Se lo entrega a una religiosa, puesto que Don José aún está celebrando la Santa Misa y regresa diciendo que ha conseguido entregar la Reserva al Capellán. Los milicianos la sorprenden saliendo de la ventana que comunica ambos conventos. El Capellán consume el Santísimo.
Los gritos atronadores del tropel de milicianos que, disparando, cercan los alrededores del convento, comienzan a ser audibles: - Que salga el cura, que salga el cura. Si no sale, prendemos fuego a todo el convento. No dejan de bramar como leones rugientes buscando presa: - ¿Dónde está el cura? Y una de las benedictinas le dice al sacerdote: - ¡Ay, Don José! Que le buscan a usted. - Voy a quitarme los ornamentos sagrados -le responde-, pues no quiero que los profanen. ¡Vamos al martirio que el Señor nos tiene preparado! Él mismo sale al encuentro, imitando a Nuestro Señor Jesucristo en Getsemaní: - Yo soy el cura. No hagáis nada a las religiosas. Qué escena tan horrorosa contemplan ambas Comunidades al ver cómo detienen y, entre todos, maltratan a Don José López, mientras le dicen: - Ya te hemos cogido. Ahora nos las has de pagar.
El convento de San Pablo está lleno de cientos de milicianos y milicianas rompiendo imágenes, sacando los ornamentos litúrgicos de los armarios, destrozando todo cuanto está a su alcance. Tiroteos por las galerías hacen de aquel primer momento una escena siniestra con tintes apocalípticos. Sor Serafina, otra de las jerónimas, al escuchar que van a matar a todas las monjas, instintivamente se esconde a toda prisa, metiéndose con bastante dificultad en una alacena donde las monjas dejan los recogedores. Es una especie de carbonera que está detrás de una puerta.
Oyendo tantos disparos, la novicia cree que ya han matado a las monjas, mientras exclama: - ¡Oh Dios mío! Yo no me muevo de este escondite… Así podré dar testimonio de todo cuanto ocurra. Faltándole el aliento y la respiración, Sor Serafina sale dos veces a ver si ya se han marchado. Pero desde el corredor contempla como los marxistas atropellan a su Capellán, que, con los brazos en cruz, sobresale entre todos ellos. Su rostro muestra un semblante pacífico y compasivo. Los insolentes milicianos vociferan: - Hay que matarle. Y Don José les responde: - Me vais a matar, pero yo os perdono. ¡Yo os perdono! De repente, uno de los milicianos, que ha descubierto con su mirada a Sor Serafina que está en el piso de arriba, dispara con su fusil tres tiros. Pero ninguno alcanza a la religiosa, que regresa a su escondite de la alacena. Un nuevo e incesante tiroteo dentro de los claustros parece que busca la destrucción de todo el edificio. Desde su refugio, tras contemplar cómo están a punto de asesinar al sacerdote, la novicia suplica a Dios que le dé fuerza y valor para recibir el martirio. Sor Rosa y Sor Josefina se han quedado delante del grupo de monjas; con lo cual, pueden ver todo lo que está pasando. Don José se pone de rodillas y le mandan que se incline hacia un lado. Él, sin esperar más grita: - ¡Viva Cristo Rey! Mientras repite “Yo os perdono”, le disparan seis tiros a bocajarro, dejándole muerto en el acto. A continuación, a empujones introducen en la escena al señor del Pozo, que ha querido refugiarse en la habitación que ocupa junto al Capellán estos días. Sin más diálogo, “el moro”, que es como se llama el miliciano que ha asesinado al sacerdote, le descerraja dos tiros dejándolo muerto en el acto. Ambos quedan tendidos en el suelo junto a un charco de sangre. Los furiosos milicianos gritan con alegría y enfurecidos: - Ya cayó el cura, ya cayó. Sor Josefina se pone de rodillas delante del cuerpo sin vida de Don José y, cual verónica, le limpia su cara. Un marxista le grita: - ¡Quítate de ahí! Ella se levanta y se pone con el resto del grupo.
Sumando la cifra total de sacerdotes diocesanos y religiosos (carmelitas, maristas y operarios diocesanos) que en aquel momento ejercían el ministerio solamente en la ciudad Imperial se obtiene la cifra de 103 muertes violentas, consumadas en el espacio de ¡¡¡ cuarenta y un días!!! Uno de los primeros sacerdotes que sufrieron el martirio por odium fidei en aquellas fechas trágicas fue Don José.
Sucedió el 25 de julio de 1936, solemnidad del Apóstol Santiago, patrón de España. El Capellán de las MM. Jerónimas había celebrado, como era costumbre, la Santa Misa a las siete de la mañana. Después de finalizar esta primera misa, y como sucedía en esos últimos días, acudió al Convento vecino de la Purísima de las Madres Benedictinas para poder celebrar allí también. Al finalizar, regresó a las Jerónimas. Los milicianos acababan de llegar. Tras sumir las formas consagradas del Sagrario se entregó inmediatamente a los que con amenazas exigían su presencia. Y allí mismo, en el patio del Convento, fue acribillado a tiros. Así se narra el martirio en la obra Toledo 1936, Ciudad mártir:
Llegan los milicianos del Cuartel de la Montaña. La M. Teresa, en San Pablo, no deja de asomarse al torno; una de las veces, al oler a gasolina, llama corriendo al demandadero: Está ardiendo la puerta. Juan, el demandadero, abre la puerta y una avalancha le obliga a echarse a un lado. Los milicianos invaden la portería. Algunos son de Toledo, pero la patrulla principal es la que hace cinco días ha asaltado el Cuartel de la Montaña de Madrid, aniquilando a los militares alzados contra la República. Inmediatamente, la M. Priora acude al coro a por el Santísimo. Tal vez por los nervios, es incapaz de abrir la puerta del Sagrario y decide acudir al ventanuco para dar la voz de alarma y avisar de que los marxistas están ya en la portería de San Pablo. Mientras tanto, Sor Encarnación prueba a abrir el Sagrario y, cuando lo consigue, lo lleva corriendo a las Benitas. Se lo entrega a una religiosa, puesto que Don José aún está celebrando la Santa Misa y regresa diciendo que ha conseguido entregar la Reserva al Capellán. Los milicianos la sorprenden saliendo de la ventana que comunica ambos conventos. El Capellán consume el Santísimo.
Los gritos atronadores del tropel de milicianos que, disparando, cercan los alrededores del convento, comienzan a ser audibles: - Que salga el cura, que salga el cura. Si no sale, prendemos fuego a todo el convento. No dejan de bramar como leones rugientes buscando presa: - ¿Dónde está el cura? Y una de las benedictinas le dice al sacerdote: - ¡Ay, Don José! Que le buscan a usted. - Voy a quitarme los ornamentos sagrados -le responde-, pues no quiero que los profanen. ¡Vamos al martirio que el Señor nos tiene preparado! Él mismo sale al encuentro, imitando a Nuestro Señor Jesucristo en Getsemaní: - Yo soy el cura. No hagáis nada a las religiosas. Qué escena tan horrorosa contemplan ambas Comunidades al ver cómo detienen y, entre todos, maltratan a Don José López, mientras le dicen: - Ya te hemos cogido. Ahora nos las has de pagar.
El convento de San Pablo está lleno de cientos de milicianos y milicianas rompiendo imágenes, sacando los ornamentos litúrgicos de los armarios, destrozando todo cuanto está a su alcance. Tiroteos por las galerías hacen de aquel primer momento una escena siniestra con tintes apocalípticos. Sor Serafina, otra de las jerónimas, al escuchar que van a matar a todas las monjas, instintivamente se esconde a toda prisa, metiéndose con bastante dificultad en una alacena donde las monjas dejan los recogedores. Es una especie de carbonera que está detrás de una puerta.
Oyendo tantos disparos, la novicia cree que ya han matado a las monjas, mientras exclama: - ¡Oh Dios mío! Yo no me muevo de este escondite… Así podré dar testimonio de todo cuanto ocurra. Faltándole el aliento y la respiración, Sor Serafina sale dos veces a ver si ya se han marchado. Pero desde el corredor contempla como los marxistas atropellan a su Capellán, que, con los brazos en cruz, sobresale entre todos ellos. Su rostro muestra un semblante pacífico y compasivo. Los insolentes milicianos vociferan: - Hay que matarle. Y Don José les responde: - Me vais a matar, pero yo os perdono. ¡Yo os perdono! De repente, uno de los milicianos, que ha descubierto con su mirada a Sor Serafina que está en el piso de arriba, dispara con su fusil tres tiros. Pero ninguno alcanza a la religiosa, que regresa a su escondite de la alacena. Un nuevo e incesante tiroteo dentro de los claustros parece que busca la destrucción de todo el edificio. Desde su refugio, tras contemplar cómo están a punto de asesinar al sacerdote, la novicia suplica a Dios que le dé fuerza y valor para recibir el martirio. Sor Rosa y Sor Josefina se han quedado delante del grupo de monjas; con lo cual, pueden ver todo lo que está pasando. Don José se pone de rodillas y le mandan que se incline hacia un lado. Él, sin esperar más grita: - ¡Viva Cristo Rey! Mientras repite “Yo os perdono”, le disparan seis tiros a bocajarro, dejándole muerto en el acto. A continuación, a empujones introducen en la escena al señor del Pozo, que ha querido refugiarse en la habitación que ocupa junto al Capellán estos días. Sin más diálogo, “el moro”, que es como se llama el miliciano que ha asesinado al sacerdote, le descerraja dos tiros dejándolo muerto en el acto. Ambos quedan tendidos en el suelo junto a un charco de sangre. Los furiosos milicianos gritan con alegría y enfurecidos: - Ya cayó el cura, ya cayó. Sor Josefina se pone de rodillas delante del cuerpo sin vida de Don José y, cual verónica, le limpia su cara. Un marxista le grita: - ¡Quítate de ahí! Ella se levanta y se pone con el resto del grupo.