Heras Martínez, Pablo
PABLO HERAS MARTÍNEZ
Párroco de La Puebla de Almoradiel (Toledo)
En la parroquia de san Juan Bautista de La Puebla de Almoradiel (Toledo) hubo tres grandes sacerdotes que derramaron su sangre por Cristo y por su Iglesia. El primero de ellos es el párroco, los otros don Juventino Cicuéndez y don Mónico Rodeño. Desde 1907 ejercía de párroco en la Puebla de Almoradiel el sacerdote Don Pablo Heras Martínez. Era natural de Alcohujate (Cuenca) y había nacido el 4 de enero de 1876. En 1897 fue ordenado sacerdote. Fue nombrado profesor del Seminario de Cuenca, y en 1902 profesor del Colegio de Uclés. Después de ejercer el ministerio en diferentes parroquias es enviado a Puebla de Almoradiel, pueblo de la provincia de Toledo que pertenecía a la diócesis de Cuenca.
Según los testimonios recogidos era un sacerdote prudente y culto, celebraba la Santa Misa con gran devoción dando muestra de una vida interior intensa, distinguido por su caridad hacia los más necesitados. Y fue precisamente su actividad caritativa lo que hizo que en un principio fuera respetado, aunque tuvo que abandonar la casa parroquial refugiándose en casa de su ama de llaves. Aquí comienza don Pablo su Getsemaní consciente del odio que se estaba manifestando a Dios por parte de algunos, llegando a profanar los templos, destrozando las imágenes y retablos, incluido el altar en el que se celebraba todos los días la Santa Misa. Cuando estalla la guerra en julio de 1936 tuvo que abandonar la casa rectoral. Algunos días después, fue encerrado en la checa que se habilitó en la ermita de la Virgen del Egido, donde sufrió un trato cruel durante mes y medio, con golpes, insultos, sarcasmos y toda clase de tormentos clavándole agujas y alfileres. A pesar de ello, sufrió todo con edificante serenidad y resignación, alentando a todos los encarcelados al martirio por la gloria de Dios y el bien de España y confortándolos con el sacramento de la penitencia.
Tras recibir su última paliza en la Villa de Don Fadrique, Don Pablo seguía exhortando a aquellos que iban a morir junto a él a permanecer fieles. Los milicianos se decían: -Vamos a matarlo ya, que este nos convence a todos. Murió en la noche del 26 de septiembre en el cementerio de Tembleque (Toledo).
Según los testimonios recogidos era un sacerdote prudente y culto, celebraba la Santa Misa con gran devoción dando muestra de una vida interior intensa, distinguido por su caridad hacia los más necesitados. Y fue precisamente su actividad caritativa lo que hizo que en un principio fuera respetado, aunque tuvo que abandonar la casa parroquial refugiándose en casa de su ama de llaves. Aquí comienza don Pablo su Getsemaní consciente del odio que se estaba manifestando a Dios por parte de algunos, llegando a profanar los templos, destrozando las imágenes y retablos, incluido el altar en el que se celebraba todos los días la Santa Misa. Cuando estalla la guerra en julio de 1936 tuvo que abandonar la casa rectoral. Algunos días después, fue encerrado en la checa que se habilitó en la ermita de la Virgen del Egido, donde sufrió un trato cruel durante mes y medio, con golpes, insultos, sarcasmos y toda clase de tormentos clavándole agujas y alfileres. A pesar de ello, sufrió todo con edificante serenidad y resignación, alentando a todos los encarcelados al martirio por la gloria de Dios y el bien de España y confortándolos con el sacramento de la penitencia.
Tras recibir su última paliza en la Villa de Don Fadrique, Don Pablo seguía exhortando a aquellos que iban a morir junto a él a permanecer fieles. Los milicianos se decían: -Vamos a matarlo ya, que este nos convence a todos. Murió en la noche del 26 de septiembre en el cementerio de Tembleque (Toledo).