Arévalo, P. Agustín

  

P. AGUSTÍN ARÉVALO

Comunidad de La Puebla de Montalbán (Toledo)
El P. Agustín Arévalo Malagón nació en Almagro (Ciudad Real) el 2 de abril de 1913. Sus padres fueron Julio y Nieves. Recibió la educación primaria en los franciscanos del pueblo y fue acólito en su iglesia. Ingresó en 1924 en el seminario menor franciscano de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). En él cursó dos años de humanidades y otros dos en el de La Puebla de Montalbán (Toledo). Tomó el hábito franciscano el 25 de agosto de 1928 y profesó el 26 de agosto de 1929 en el noviciado de Arenas de San Pedro (Ávila). Cursó el trienio de filosofía en el convento de Pastrana (Guadalajara)de 1929 a 1932. El primer curso de teología lo estudió en el de Alcázar de San Juan en 1932-33. Los tres restantes, en el de Consuegra (Toledo) de 1933 a 1936. En este último convento hizo su profesión solemne el 11 de noviembre de 1934. En marzo de 1936 fue ordenado diácono en Toledo, y el 6 ó 7 de junio de 1936, recibió la ordenación sacerdotal en Ciudad Real. Un condiscípulo le define como persona de inteligencia común, de carácter alegre, sincero, respetuoso con los superiores y devoto de la Madre de Dios. A finales de junio de 1936, acabado el cuarto curso de teología, fue destinado al convento de La Puebla de Montalbán. Recibió el martirio el 29 de julio de 1936 junto con el P. José Antonio Sierra y Fr. Isidoro Cañizares.

El 24 de julio de 1936 los franciscanos de La Puebla de Montalbán fueron expulsados de su convento. Personal del Ayuntamiento y dirigentes de la Casa del Pueblo, acompañados de dos grupos de gente de la localidad, se presentaron en el convento, reclamaron las llaves y les intimaron la orden de abandonarlo. Acompañados por la gente, los religiosos se dirigieron a casa de algunas familias, que los acogieron. En ellas se preparaban al martirio con largos ratos de oración.

El 29 de julio, el P. Sierra, el P. Agustín y Fr. Isidoro salieron en coche de línea para Madrid. Al llegar al pueblo inmediato, Escalonilla, los milicianos del control, avisados de antemano, los hicieron bajar del coche, los llevaron al Ayuntamiento y allí los maltrataron. Luego los trasladaron a la cárcel municipal y continuaron la tortura. Les quitaron las medallas y rosarios que llevaban y les instaban a que blasfemasen. Para más forzarle a ello, al P. Sierra le metían en el pozo de la cárcel con la cabeza para abajo, desnudo y atado por los pies. El decía únicamente: “¡Misericordia, Señor, misericordia!”. Una persona les llevó de comer, pero los milicianos no permitieron que les entregase la comida. Por la tarde llegaron otros milicianos de Toledo, que también maltrataron a los franciscanos. Se los llevaron en un camión alegando que iban a declarar ante el Gobernador de Toledo. En el camino, pasado el pueblo de Rielves, a poco más de un kilómetro de la población, los bajaron del camión y los fusilaron junto a la misma carretera, dejando los cuerpos insepultos. Varios días después fueron enterrados en aquel mismo lugar y allí permanecieron hasta que en 1940 fueron trasladados al cementerio conventual de La Puebla de Montalbán.