Cano Solana, Juan

  

JUAN CANO SOLANA

Seminarista
Nace en El Arenal, diócesis y provincia de Ávila, el 12 de enero de 1919. Es hijo de Juan Cano e Hilaria Solana Vinuesa. Bautizado en el mismo pueblo el día 13 de febrero. Respecto a la situación que vive el pintoresco paraje del Arenal, de 2351 habitantes en 1936, se puede apuntar que, ya en 1933, queda constituido el comité rojo en este pueblo y, desde entonces, van surgiendo trabas a toda manifestación religiosa. Las autoridades comunistas impiden la enseñanza de la doctrina cristiana, aunque muchas familias lo solicitan. Antes de 1936, son arrancados los crucifijos de los centros oficiales y se prohíbe tocar las campanas.

A partir del 18 de julio, los rojos se incautan de la iglesia parroquial. Se impide la celebración de cualquier acto de culto y son destruidas muchas imágenes sagradas, hasta 29, según afirma el párroco en un detallado informe enviado al obispado en 1937. Se suceden las burlas a lo sagrado y profanas ceremonias para ridiculizar la religión. Los mismos socialistas del pueblo no se atreven a realizar tales actos y se deja a los forasteros el pillaje y la destrucción. El mismo párroco, don Felipe Pérez Calvo, es apresado en la iglesia parroquial, entre burlas e insultos. Hasta 25 veces le hacen declarar ante el comité. Al final, el sacerdote salva su vida huyendo entre peñascales y pinos y refugiándose en la sierra hasta la liberación del pueblo el 12 de septiembre.

Juan Cano Solana era un joven seminarista que cursaba primero de filosofía en el Seminario de Ávila. Era ya época de vacaciones, por lo que se encontraba descansando en su pueblo natal. Su acreditada piedad se veía obligada a soportar duras pruebas; pero, a pesar de su juventud, supo estar a la altura de su arraigada y firme fe cristiana.

El día que lo detuvieron, el 18 de agosto, se encontraba en casa de sus padres. La madre lo llamó, porque se llevaban al padre y éste salió de la casa; pero como al que buscaban era al “curilla”, lo detuvieron. Lo llevaron preso al Palacio de Arenas de San Pedro. Allí lo pudieron ir a visitar todavía. Su madre le decía: “mira, Juan, cuando te pregunten... debes declarar... debes decir... ten mucho cuidado con lo que contestas”. “Madre –contestaba él- no te preocupes. Si importa muy poco mi declaración. Si a mí me juzgan exclusivamente por ser seminarista”. Alguien declaró por aquellas fechas que había oído que los rojos se esforzaron repetidas veces por colocar en peligro la acrisolada honra y pureza del joven seminarista. Nada logran sino fortalecer su ánimo. De allí le sacan hacia el Prado Yegua, donde lo asesinan. Se dice en el pueblo que murió gritando “viva Cristo Rey”. Serían las dos de la madrugada del día 25 de agosto de 1936.

En Arenas de San Pedro se dijo por aquellos días que “había un jovencito que hacía exclamaciones al Sagrado Corazón”. “Esta noche han sacado a un santo”, se dijo. Se le obligó a cavar su propia fosa. Mientras tuvo vida, fue preparando espiritualmente a las otras víctimas. Junto a él murieron otros seis hombres del Arenal. Él recibió un tiro entre los ojos. Así quedaba tronchada violentamente una joven vida, por el delito de ser seminarista piadoso. Tenía 19 años.

Está enterrado en el cementerio del Arenal. El párroco de entonces, don Felipe Pérez Calvo, da testimonio de todo lo sucedido. En el pueblo, sigue viva su memoria. Sus familiares y convecinos se alegrarían de su canonización.