González Mateos, Julián
JULIÁN GONZÁLEZ MATEOS
Arcipreste de Arenas de San Pedro
Nació el 28 de enero de 1868 en Cebreros (Ávila). Fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1891.
Cuando comienza la guerra civil llevaba ya más de diez años ejerciendo su ministerio en Arenas de San Pedro (Ávila). Era el Arcipreste de esa zona. Se le exigió que entregara las llaves de la parroquia. No le permitieron hacer algunos entierros que fueron organizados de forma burlesca por los miembros del comité. Ciertamente el templo no sufrió graves desperfectos al ser utilizado como almacén de víveres. Testigo de excepción de todo lo que sucedió fue el sacerdote don José Serrano Cabo, natural de Arenas, que logró salvar su vida.
Como en tantos otros pueblo el ambiente se fue enrareciendo con el paso de los días. Don Julián, que tenía ya 68 años, gozaba del aprecio de todo el mundo, de sus feligreses y de tantos otros que habían recibido su ayuda en numerosas ocasiones. Incluso los propios milicianos le habían conseguido un salvoconducto, y él se fió con tal documento. Pero ni por esas pudo salvarse. La consigna dada por los diferentes comités era acabar con todos, sin excepción.
Así llegó la noche del 20 de agosto de 1936. Fueron a buscarle a su casa para que declarase en Candeleda (Ávila). Él hacía valer su salvoconducto. Pero dándose cuenta de lo que estaba sucediendo, afirmó: Me habéis engañado. Me fié de vosotros. Y el jefe de los milicianos, le respondió: Para perderme yo, te pierdes tú.
Fuera, en la carretera, tienen preparada una camioneta. Obligado a subir, emprenden el camino a Candeleda. Llegados allí no quisieron hacerse cargo de él, y al volver hacia Arenas deciden asesinarle muy cerca de Poyales del Hoyo (Ávila). Serían las tres de la madrugada del 21 de agosto. Unos pastores oyeron las descargas. El cuerpo apareció salvajemente mutilado y parte de los restos aparecían quemados.
Cuando comienza la guerra civil llevaba ya más de diez años ejerciendo su ministerio en Arenas de San Pedro (Ávila). Era el Arcipreste de esa zona. Se le exigió que entregara las llaves de la parroquia. No le permitieron hacer algunos entierros que fueron organizados de forma burlesca por los miembros del comité. Ciertamente el templo no sufrió graves desperfectos al ser utilizado como almacén de víveres. Testigo de excepción de todo lo que sucedió fue el sacerdote don José Serrano Cabo, natural de Arenas, que logró salvar su vida.
Como en tantos otros pueblo el ambiente se fue enrareciendo con el paso de los días. Don Julián, que tenía ya 68 años, gozaba del aprecio de todo el mundo, de sus feligreses y de tantos otros que habían recibido su ayuda en numerosas ocasiones. Incluso los propios milicianos le habían conseguido un salvoconducto, y él se fió con tal documento. Pero ni por esas pudo salvarse. La consigna dada por los diferentes comités era acabar con todos, sin excepción.
Así llegó la noche del 20 de agosto de 1936. Fueron a buscarle a su casa para que declarase en Candeleda (Ávila). Él hacía valer su salvoconducto. Pero dándose cuenta de lo que estaba sucediendo, afirmó: Me habéis engañado. Me fié de vosotros. Y el jefe de los milicianos, le respondió: Para perderme yo, te pierdes tú.
Fuera, en la carretera, tienen preparada una camioneta. Obligado a subir, emprenden el camino a Candeleda. Llegados allí no quisieron hacerse cargo de él, y al volver hacia Arenas deciden asesinarle muy cerca de Poyales del Hoyo (Ávila). Serían las tres de la madrugada del 21 de agosto. Unos pastores oyeron las descargas. El cuerpo apareció salvajemente mutilado y parte de los restos aparecían quemados.