Rubiales Aragonés, Pedro


PEDRO RUBIALES ARAGONÉS

Párroco de la iglesia de Mandayona
Nació en Maranchón, provincia de Guadalajara, el día 7 de Julio de 1901. Su padre era carpintero. Con él convivían dos hermanos que eran enanos. Cursó sus estudios en el Seminario Conciliar de San Bartolomé de Sigüenza donde se distinguió por su sólida piedad. El 22 de Diciembre de 1923 recibió el Subdiaconado, y, fue ordenado Sacerdote el 14 de Junio de 1924, por el Obispo de la diócesis, D. Eustaquio Nieto y Martín. Se distinguió por el celo que desplegó en las tareas pastorales de la parroquia de Hijes, provincia de Guadalajara, y, después, en la de Mandayona, a la que llegó alrededor del año 1931. Supo ganarse siempre la simpatía y el aprecio de sus feligreses por la finura y bondad de trato. No obstante, durante el tiempo de la República no le faltaron inquietudes sobresaltos y desprecios.

Por última vez, y con gran peligro de su vida, D. Pedro celebró la Santa Misa el 25 de Julio de 1936, día en que los milicianos llegaron en Mandayona. En la tarde de ese mismo día, diversos grupos de milicianos preguntaron, repetida e insistentemente, por él. Siempre oyeron la misma respuesta: “Que había huido hacia Madrid”. Habían logrado burlar la vigilancia y esconderle en una casa del pueblo, juntamente con un compañero sacerdote, D. Prudencio Marcial Gil Ayuso. En esta casa estuvieron refugiados durante dieciséis días, durante los que, por más empeño que pusieron sus enemigos, no lograron descubrirlos. D. Prudencio se sintió indispuesto y al acudir su hermana a visitarlo, descubrieron el lugar donde se escondían los dos sacerdotes el día 13 de Agosto de 1936.

Esa misma noche, los sacaron de allí y, al día siguiente, el 14 de Agosto de 1936, se los llevaron con engaños, pues les dijeron que los conducían al Hospital de Guadalajara, haciéndoles creer que iban a llevar a D. Prudencio Marcial para que estuviera mejor atendido. Partieron para la capital, pero la primera parada fue en las tapias del cementerio de Jadraque, allí bajaron del coche a D. Prudencio, comunicándoles que lo iban a matar. Respecto a D. Pedro, hay testimonios que aseguran, que un miembro del Comité de Jadraque le libró de una muerte segura. Éste, para asegurarse que D. Pedro llegara con vida a Guadalajara, insistió en acompañarles y lo consiguió. D. Pedro fue conducido hasta el Gobierno Civil y allí le preguntaron al Gobernador: “Qué debemos hacer con este cura que hemos cogido en Mandayona”. De sus labios salió una frase equivalente a la sentencia de muerte: “Haced lo que queráis”. En el mismo automóvil, lo trasladaron de Guadalajara a la carretera de Marchamalo donde lo asesinaron, entregando su vida por ser sacerdote, aunque se ignoran los detalles de su muerte y el lugar exacto de la misma, pues su cadáver no se pudo hallar. Atendiendo al motivo de su muerte, ser sacerdote de Cristo, el pueblo fiel pide su canonización.