Muñoz Gamo, Julián
JULIÁN MUÑOZ GAMO
Párroco de Torija
Cuando estalle la persecución religiosa el siervo de Dios JULIÁN MUÑOZ GAMO estaba atendiendo los pueblos alcarreños de Torija y Rebollosa de Hita, en el arciprestazgo de Brihuega (Guadalajara).
Julián, hijo de Juan y Petra, nació el 16 de febrero de 1900 en Ciruelas (Guadalajara), aunque -él mismo nos explica que- desde que tenía once meses residía en Cañizar. Realizó sus estudios en el Seminario Conciliar de Toledo y recibió de manos del obispo auxiliar, monseñor Rafael Balanzá Navarro, la primera clerical tonsura, el ostiariado y lectorado el 13 de junio de 1924. El mismo Obispo auxiliar le ordenó de exorcista y acólito el 6 de junio de 1925. Tras recibir el subdiaconado, también monseñor Balanzá le ordenará de diácono el 29 de noviembre de 1929.
En mes y medio Julián tiene que incorporarse al Ejército.
Desde el Archivo Diocesano, don Juan Triviño, nos hace llegar una súplica escrita -me atrevo a describir “casi desesperada”- desde Ceuta por nuestro protagonista y que lleva fecha del 27 de enero de 1926. Se dirige al cardenal Reig presentándose como «soldado de la comandancia de artillería de Ceuta desde el día 18 del mes y año pasado (diciembre de 1925) y alumno que cursaba el cuarto de Sagrada Teología en esa Universidad Pontificia de S. Ildefonso, como alumno interno…» y pide letras dimisorias para ser ordenado en cuanto se pueda por el Patriarcas de las Indias ya que «como diácono soldado que es tiene graves inconvenientes para poder cumplir con los deberes de su estado, y causándole graves perjuicios morales y materiales y cree que todos se le evitarían ordenándole de presbítero».
En ese momento, a los sacerdotes, tanto si se ordenaban antes como después de su incorporación a filas, concedía la ley exención completa del servicio de armas, de manera que, sometidos a la jurisdicción del vicario general castrense, serán agregados a un cuerpo activo para prestar el servicio propio de su ministerio como auxiliares y bajo la dirección inmediata del capellán castrense de número [Laureano Pérez Mier, «El servicio militar del clero y el convenio español de 5 de agosto de 1950», publicado en Revista Española de Derecho Canónico, vol. 6, nº 18, 1951, págs. 1081].
La licencia que Julián Muñoz Gamo pide para ser ordenado presbítero por monseñor Francisco Muñoz Izquierdo, Patriarca de las Indias, era porque este ejercía además como vicario general castrense, desde hacía un año. Finalmente, el siervo de Dios recibió la ordenación sacerdotal el 7 de marzo de 1926.
Tras ejercer el ministerio durante un año como capellán auxiliar en África, el 16 de julio de 1927 se publica su nombramiento como ecónomo de Jócar, Fraguas, Muriel y Sacedondillo, pueblos de la provincia de Guadalajara y del arciprestazgo de Tamajón. En 1929 pasa de ecónomo a Valdearenas y Muduex, del arciprestazgo de Brihuega. De allí pasó, como se nos informa desde el Archivo Diocesano, el 1 de abril de 1933 para ser ecónomo de Torija y Rebollosa de Hita (Guadalajara).
Tres años después de su llegada a Torija llegarán los dias nefandos de la persecucion religiosa. El 23 de julio de 1936 los marxistas del pueblo se incautaron del templo parroquial, descerrajando una de sus puertas. Una vez más, órgano, altares e imágenes quedaron destruidos, también fueron destruidas cuatro de las cinco campanas que poseía la parroquia. El edificio se habilitó para salón de cine. Tres días antes que en Torija comenzó el dominio rojo en el anejo.
En el libro de “La persecución religiosa en la diócesis de Toledo” nos explica don Juan Francisco Rivera que, acogido al apoyo de sus paisanos de Cañizar, «llegó en la madrugada del 24 de julio el ecónomo de Torija, D. Julián Muñoz Gamo. Al día siguiente celebró la Santa Misa y administró un bautismo, permaneciendo oculto en la casa de su propiedad hasta el 14 de agosto en que tuvo que abandonarla, porque le avisaron que los de Cañizar y Torija querían en ella verificar un registro. Marcha a la casa deshabitada de un pariente, pero tampoco en ella estaba seguro, porque el mero hecho de ser pariente del sacerdote era razón suficiente para que cualquier domicilio engendrara sospechas y fuera allanado por los perseguidores.
Huido al campo, como un proscrito de la sociedad durmiendo a cielo descubierto estuvo hasta el 23, fecha del acoso. Son dos partidas de cazadores las que se le disputan: sus feligreses de Torija, ayudados por los marxistas de Cañizar, y un batallón de milicias aragonesas, llegadas estas al pueblo en su busca, a las ocho de la mañana.
Las pesquisas en el pueblo resultaron infructuosas; entonces con falsas promesas de seguridad, el teniente consigue que la hermana del sacerdote le escriba una carta aconsejándole la entrega a las milicias, no a los marxistas de Torija, pero D. Julián no fue hallado. No había más remedio que dar con él; seguramente que de ello dependía el éxito de la lucha civil entablada en España.
Nueva búsqueda a las tres de la tarde; a lo lejos es reconocido por el campo, y como querían salvarle… van durante largo tiempo en su persecución, disparándole con los fusiles. También se les escapa de las manos; solamente aquella noche los milicianos que hacían guardia en las eras le lograron detener y conducir a la cárcel del pueblo. En la madrugada del día 24, fue trasladado a Torija, donde un comité local lo juzgó, ingresando dos horas más tarde, en la Cárcel Provincial de Guadalajara, donde se encontró con muchos otros sacerdotes».
El 1 de septiembre de 1936 se intentó asaltar la cárcel como represalia por una incursión aérea de los militares franquistas que no causó daños. Afortunadamente, la saca pretendida por un grupo de milicianos armados no se llevó a efecto. Pero este hecho inicial dejó grabado en la conciencia de todos los presos que un nuevo intento no quedaría frustrado.
El 6 de diciembre de 1936, por la tarde, la aviación nacional bombardeaba Guadalajara, pretexto utilizado para desencadenar una tragedia. Concurrieron en ella todos los agravantes. El gobernador civil concedió explícitamente su anuencia y el ejército republicano colaboró directamente en la masacre. De este modo, la turba armada se desparramó por todas las dependencias de la cárcel e inmediatamente comenzaron los fusilamientos en masa. Los asesinatos continuaron hasta avanzada la tarde. Los milicianos subían y bajaban por dormitorios y galerías. Disparaban a quemarropa, acribillaban a los refugiados en las dependencias o los empujaban al patio para ejecutarlos. Así hasta las tres de la madrugada que acabó la descomunal masacre. Consumado el crimen, era necesario deshacerse de los cadáveres. En camiones fueron llevados, unos hasta una fosa excavada en un olivar situado en el camino de Chiloeches, y otros a fosas comunes del cementerio de Guadalajara. Entre ellos estaba nuestro protagonista.
Según el informe policial para la Causa General (legajo 1071, expediente 1, folios 67 a 70), firmado el 8 de febrero de 1944, se mató esa noche a 283 personas en la prisión central y 20 en la militar, por tanto, a un total de 303 presos.