Mayor García, Guillermo


GUILLERMO MAYOR GARCÍA

Párroco de Gárgoles de Arriba
Nació el 10 de Febrero de 1872 en Budia, provincia de Guadalajara, y era hijo de Antonio Mayor y Francisca García, labradores. Fue bautizado el día 11 del mismo mes y año, en la parroquia de San Pedro Apóstol de Budia por D. Pablo Calzada, siendo su madrina su tía, Lorenza García. Cursó sus estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de San Bartolomé de Sigüenza.

Fue ordenado subdiácono por el Excmo. Sr. Ochoa el día 21 de Diciembre de 1895, y, con dimisorias del Ilmo. Vicario Capitular, fue ordenó diácono en Zaragoza el día 17 de Mayo de 1896. Le fue conferido el Sagrado Orden Sacerdotal el 19 de Septiembre de 1896, por el Excmo. Sr. D. José María Caparrós y López, Obispo de Sigüenza. Al día siguiente, celebraba solemnemente su primera Misa Solemne en su pueblo natal. Comenzó su ministerio sacerdotal como párroco de Gárgoles de Arriba, provincia de Guadalajara. Después de ocho años, fue trasladado a Cogollor, provincia de Guadalajara. Después de nueve años, fue trasladado a Solanillos del Extremo, provincia de Guadalajara. Después de veinte años, volvió, durante el período de la República, a Gárgoles de Arriba como párroco, y fue aquí donde le sorprendió el comienzo de la Guerra Civil.

El día 25 de Julio de 1936, su primo, el párroco de Cifuentes, le comunicó que tomara precauciones, pues él había estado ya en peligro de muerte. Ante esta comunicación, se vio obligado a abandonar el traje talar y decidió pasar aquel día en el campo. Llegada la noche volvió al pueblo y se hospedó en casa de un vecino, Juan Campos, en la que residió hasta que se hizo imposible seguir escondido allí sin comportar por ello grave peligro para la familia que le había socorrido. Después, estuvo varios meses escondido en casas de vecinos del pueblo. A mediados de Diciembre, ante un registro del pueblo por parte de los milicianos, fue ocultado en el campo, y, su sobrina y su ama que vivían con él, fueron aconsejadas que volvieran a sus pueblos de origen para no fomentar sospechas.

Sus familiares no volvieron a saber más de él, aun cuando varias veces regresaron a Gárgoles de Arriba preguntando por D. Guillermo. Tantas como lo hicieron, siempre recibieron la misma respuesta del Secretario y, al mismo tiempo sacristán en tiempos de D. Guillermo, que había a la zona nacional en tiempos de guerra. A los cinco o seis meses de finalizar la Guerra Civil, apareció un papel en la cerradura de la iglesia parroquial de Cifuentes, dirigido al párroco. No estaba firmado, pero en él se indicaba el lugar del término de Gárgoles de Arriba, donde había sido enterrado D. Guillermo, y se acusaba como autores del crimen a los amigos que antes le protegieron. Puesta esta información en conocimiento de las autoridades judiciales, éstas procedieron a la comprobación de los hechos, y, efectivamente, en el lugar indicado se encontró el cadáver del sacerdote, con evidencias de haber sido asesinado.

Fueron detenidos el Alcalde y el Secretario, que pronto confesaron su delito y denunciaron a los ejecutores del crimen. Además, confesaron lo ocurrido. Así pues, cuando el día 17 de Diciembre lo sacaron al campo, ya habían decidido quitárselo de encima. Sin embargo desde ese día hasta la noche del 31 de Diciembre de 1936, estuvieron llevándole comida a diario. Durante estos días fueron tramando y preparando, en diversas reuniones, el modo y la forma en que cometerían el asesinato para que no pudieran ser descubiertos. Cuando todo estuvo ultimado, determinaron llevarlo a cabo, y entregaron a los tres ejecutores una pistola, al mismo tiempo que les dijeron: “No tengáis miedo, que esto no se descubrirá jamás”. Estos salieron la noche del día 31 de Diciembre a una finca propiedad de uno de ellos; allí cavaron una fosa, y, después, llevaron hasta aquel lugar a D. Guillermo. Uno por detrás trató de dispararle, pero la pistola, a pesar de haber sido probada con anterioridad, se encasquilló, y el tiro no salió. El sacerdote se dio cuenta de lo que iban a hacer y, levantando los brazos al cielo, se encomendó a Dios. Desconcertados, al ser descubiertos, le asestaron un fuerte golpe con una estaca en la cabeza y cayó desvanecido; volvieron a asestarle otro segundo golpe y, apresuradamente, lo echaron en la fosa y lo enterraron.

Cuando el cuerpo fue exhumado para hacer en él el reconocimiento, en cumplimiento de la orden mandada por el Juez del Sumario, al hacerle la autopsia, los médicos descubrieron que tenía la lengua cogida entre los dientes, prueba de que había sido enterrado con vida. Sus restos mortales fueron trasladados y enterrados en el cementerio parroquial de Budia, su pueblo natal. Tanto en el pueblo, donde ocurrieron estos lamentables sucesos, como en toda la comarca circundante, su fama de martirio es manifiesta, y por ello, el pueblo cristiano pide su canonización.