Mayor Bermejo, Antonio
ANTONIO MAYOR BERMEJO
Párroco de Durón
Era natural de Budia, provincia de Guadalajara, y nació el 21 de Octubre de 1876. Era hijo de José María Mayor y Lucía Bermejo. Fue bautizado por D. Pablo Calzada en la parroquia de San Pedro Apóstol el día 23 del mismo mes y año, siendo su madrina, Segunda Millana. Cursó los dos primeros cursos de latín en Santo Domingo de la Calzada, provincia de La Rioja, donde residía su tío, D. José Bermejo de la Cueva, canónico de aquella Colegiata. Pasó después al Seminario Conciliar de San Bartolomé de Sigüenza, provincia de Guadalajara, donde estudió el resto de la carrera eclesiástica.
Fue ordenado subdiácono el 18 de Marzo de 1899, y, diácono el 18 de Septiembre del mismo año. El Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Toribio de Minguella y Arnedo, le confirió el Sagrado Orden Sacerdotal el 31 de Marzo de 1900. Como buen hijo de Budia y devoto ferviente de la Virgen, celebró solemnemente su primera Misa en la Ermita de Nuestra Señora del Peral, patrona de su pueblo natal. La primera feligresía que encomendaron a D. Antonio, fue la de Villel de Mesa, provincia de Guadalajara. Después trabajó en la parroquia de Masegoso de Tajuña, provincia de Guadalajara, y, poco después, en la de Durón, provincia de Guadalajara, donde ejerció su ministerio sacerdotal durante treinta y cinco años.
Cuando estalló la Guerra Civil y, ante la amenaza de los milicianos, que hacían inseguro todo lugar y toda persona, decidió trasladarse de Durón a su pueblo natal, para refugiarse en la casa de Juan Martínez Bermejo, amigo y esposo de su prima carnal, Trinidad Bermejo. Allí estuvo algo más de un mes, pero las autoridades del pueblo lo sabían, y, de cuando en cuando, los milicianos pasaban por la casa de Juan, exigiendo la presencia del sacerdote a quien le pedían dinero. Y, por fin, llegó el fatídico día. Los milicianos se presentaron en la casa urgiendo la presencia del sacerdote en el Ayuntamiento, y, allá fue D. Antonio, el 2 de Septiembre de 1936, acompañado de su pariente Juan. A la puerta del Ayuntamiento le esperaba un camión para llevarle a Guadalajara, pero Juan no permitió dejarlo sólo a la suerte de aquellos milicianos y se empeño en acompañarlo. Este gesto, de momento, le salvó la vida, pues era frecuente hacer bajar en el camino a los detenidos, tirotearlos en la cuneta y abandonarlos muertos o malheridos.
Llegados a Guadalajara fueron encerrados en la Cárcel Provincial, sin causa ni acusación alguna, sin nada que justificara su falta de libertad. Sus familiares no volvieron a verlos, pero se comunicaron por carta durante algún tiempo. El día 6 de Diciembre de 1936, por la tarde, la aviación nacional bombardeaba Guadalajara. Los milicianos, enfurecidos por este hecho, asaltaron la cárcel y fusilaron a todos los detenidos, comenzando por los sacerdotes. Sus restos reposan en una fosa común del cementerio de Guadalajara. La inscripción de su muerte fue registrada el 24 de Agosto de 1939, en el Registro Civil de Budia. En la capital de Guadalajara, sigue muy vivo el recuerdo de este trágica ejecución, y, por ello, el pueblo cristiano alcarreño, considerando mártires a todos los que fueron inmolados en estas circunstancias, pide su canonización.
Fue ordenado subdiácono el 18 de Marzo de 1899, y, diácono el 18 de Septiembre del mismo año. El Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Toribio de Minguella y Arnedo, le confirió el Sagrado Orden Sacerdotal el 31 de Marzo de 1900. Como buen hijo de Budia y devoto ferviente de la Virgen, celebró solemnemente su primera Misa en la Ermita de Nuestra Señora del Peral, patrona de su pueblo natal. La primera feligresía que encomendaron a D. Antonio, fue la de Villel de Mesa, provincia de Guadalajara. Después trabajó en la parroquia de Masegoso de Tajuña, provincia de Guadalajara, y, poco después, en la de Durón, provincia de Guadalajara, donde ejerció su ministerio sacerdotal durante treinta y cinco años.
Cuando estalló la Guerra Civil y, ante la amenaza de los milicianos, que hacían inseguro todo lugar y toda persona, decidió trasladarse de Durón a su pueblo natal, para refugiarse en la casa de Juan Martínez Bermejo, amigo y esposo de su prima carnal, Trinidad Bermejo. Allí estuvo algo más de un mes, pero las autoridades del pueblo lo sabían, y, de cuando en cuando, los milicianos pasaban por la casa de Juan, exigiendo la presencia del sacerdote a quien le pedían dinero. Y, por fin, llegó el fatídico día. Los milicianos se presentaron en la casa urgiendo la presencia del sacerdote en el Ayuntamiento, y, allá fue D. Antonio, el 2 de Septiembre de 1936, acompañado de su pariente Juan. A la puerta del Ayuntamiento le esperaba un camión para llevarle a Guadalajara, pero Juan no permitió dejarlo sólo a la suerte de aquellos milicianos y se empeño en acompañarlo. Este gesto, de momento, le salvó la vida, pues era frecuente hacer bajar en el camino a los detenidos, tirotearlos en la cuneta y abandonarlos muertos o malheridos.
Llegados a Guadalajara fueron encerrados en la Cárcel Provincial, sin causa ni acusación alguna, sin nada que justificara su falta de libertad. Sus familiares no volvieron a verlos, pero se comunicaron por carta durante algún tiempo. El día 6 de Diciembre de 1936, por la tarde, la aviación nacional bombardeaba Guadalajara. Los milicianos, enfurecidos por este hecho, asaltaron la cárcel y fusilaron a todos los detenidos, comenzando por los sacerdotes. Sus restos reposan en una fosa común del cementerio de Guadalajara. La inscripción de su muerte fue registrada el 24 de Agosto de 1939, en el Registro Civil de Budia. En la capital de Guadalajara, sigue muy vivo el recuerdo de este trágica ejecución, y, por ello, el pueblo cristiano alcarreño, considerando mártires a todos los que fueron inmolados en estas circunstancias, pide su canonización.