Llorente García, Germán


GERMÁN LLORENTE GARCÍA

Coadjutor de Brihuega
Era natural de Cañizar, provincia de Guadalajara, y nació el día 9 de Febrero de 1901. Era hijo de Daniel Llorente y Josefa García Muñoz. El Cardenal Segura le confirió el Sagrado Orden Sacerdotal en Toledo el día 5 de Abril de 1930. En 1936 ejercía su ministerio sacerdotal como coadjutor de Brihuega, provincia de Guadalajara. Se escondió, al ver como se desarrollaban los acontecimientos, y casi quedó paralítico por la postura adoptada. El día 14 de Agosto de 1936, habían sido martirizados el párroco-arcipreste de Brihuega, D. Ángel Ríos Ravanera, y dos de sus coadjutores, D. Ambenio Díaz Maroto y D. Telesforo Hidalgo Villarrubia. Al día siguiente, fueron a buscar a D. Germán, y fue obligada su madre a descubrir el lugar donde se escondía. Lo subieron a un coche y encarcelaron, en compañía de su madre, hasta el día 18. Le obligaban a blasfemar, pero él gritaba: “¡Viva Cristo Rey!”.

Con el pretexto de conducirle a Guadalajara, le subieron violentamente en un automóvil y lo arrojaron por un puente, pero como al despeñarlo, aún quedó con vida, lo quemaron con gasolina y remataron con disparos. Esto sucedió el día 18 de Agosto de 1936 en Brihuega. En esta ciudad está registrada su defunción, el día 28 de Junio de 1968, en virtud de auto firme del día 20 de Abril de 1968, al reconstruir los libros del Registro Civil, desaparecidos durante la guerra civil.

Como nota emotiva sobre el martirio de D. Germán, se incluye la siguiente carta informativa, escrita por Dña. Josefa García, madre del sacerdote, y testigo de su martirio. Dice así: “Día 14 de Agosto del año 1936. Nos encontrábamos con las puertas cerradas; a las once de la mañana, se presentaron las hordas rojas en gran número, obligando a que se abrieran las puertas de par en par. En aquel momento se escondió mi hijo Germán; como no lo encontraban, me amenazaban con quemarme con gasolina si no le encontraba. Estuvieron dos horas dentro de la casa, unos martirizándome, otros saqueando la casa y quemando todas las ropas de mi hijo y toda la librería, haciendo una hoguera en medio de la calle; fui detenida y conducida a una camioneta, en unión de D. Ángel Ríos Ravanera, párroco-arcipreste de Brihuega, juntamente con sus dos coadjutores, D. Ambenio Díaz Maroto y D. Telesforo Hidalgo Villarrubia, y varias monjas de los conventos. Mi hijo se quedó solo escondido; las llaves de la casa se las llevaron las hordas rojas, al echar a andar el coche para matar a los Sres. Curas y a otros tres más. A mí y a las monjas nos bajaron, depositándome en una casa.

El día 15, sobre las seis de la tarde, se presentó el alcalde a decirme que le presentara mi hijo para salvarle. Le dije que no me serían traidores, que ellos tenían hijos; pero me engañaron. Bajé con ellos; en cuanto llegué a la puerta abrió el alguacil, que tenía las llaves; yo, su madre, le llamé para que no se asustara; le tuve que sacar de donde estaba, porque estaba paralítico (entumecido) de la poca anchura que tenía donde estaba escondido. Una vez que salió, al ver las imágenes rotas y tiradas y todo cuanto en la casa había, a mí me consolaba que tuviera ánimos, porque él creía me habían matado. En seguida nos bajaron a mí y a mi hijo a la cárcel, permaneciendo él en ella hasta el día 18 de agosto, que se presentaron con un coche por él. Cuando me le sacaron, le dijeron que le llevaban a Guadalajara, yo me quedé en la cárcel, la despedida fue muy triste.

Le subieron al coche a culatazos con el fusil. Todo el trayecto fue custodiado por milicias; al llegar al puente, había una turba grandísima. Le dijeron que ahora sí que iba a echar sermones, que ahora tenía él que blasfemar doce veces y le perdonaban, a lo que se negó, contestando con un viva a Cristo Rey. En el momento le dieron un empujón, arrojándole puente abajo, diciéndole: “con eso tienes bastante”, contestando él: “todavía tengo vida”. Bajaron, llevándole a rastras hasta una revuelta grande que hay en el barranco, donde hay una piedra. Y allí le sentaron y le tiraban tiros, pero las balas no salieron; de soberbios le regaron de gasolina, quemándole vivo; ardió la ropa pero el cuero no, y otro día le volvieron a quemar. El cuerpo estuvo allí hasta el día 28, en que una persona caritativa le enterró. Cuando terminó la guerra, fuimos a recoger los restos, teniendo todos los huesos chascados. Los llevamos a Brihuega al Panteón de los Mártires...”. En este pueblo, y, en su pueblo natal, entre familiares y amigos, sigue muy vivo su recuerdo y su fama de mártir de Cristo, por lo que piden su canonización.