Flores Molina, Julio Eugenio


JULIO EUGENIO FLORES MOLINA

Párroco de Romancos y Archilla
Era natural de Villapalacios, provincia de Albacete, y nació el día 30 de Julio de 1902, hijo de Gregorio Flores y Apolonia Molina. Fue bautizado al día siguiente de nacer, en la parroquia de San Sebastián por D. Guillermo Escribano, siendo su madrina, Vicenta Bermúdez. Fue confirmado el día 5 de Noviembre de 1905. Estudió en el Seminario de Toledo, y, en esta misma cuidad, fue ordenado subdiácono el día 9 de Diciembre de 1928, y le fue conferido, el sagrado orden sacerdotal, por el Cardenal Segura, el día 21 de Septiembre de 1929.

Cuando estalla la Guerra Civil lo encontramos ejerciendo su ministerio sacerdotal como párroco de Romancos y Archilla, ambos en la provincia de Guadalajara. Al comenzar la Guerra Civil, ambos pueblos se adhirieron al bando republicano, siendo, la Santa Misa celebrada el día 25 de Julio de 1936, el último acto de culto público. Era un sacerdote joven y bueno que vivía solo, sin ningún familiar que le acompañara. La población de Romancos era predominantemente socialista, y estaba bajo la dominación republicana, albergándose allí las Brigadas Internacionales.

Abandonó el pueblo cuando detuvieron a la familia Pedromingo, y decide irse a vivir al paraje denominado “Encima de la Peña”, aunque bajaba algunas veces al pueblo, para abastecerse de comida. Uno de esos días, fue localizado por una vecina que vivía cerca de la huerta del cura. D. Julio, al verse descubierto, se escondió entre las ortigas, pero ella cogió una hoz y comienza a segarlas, por lo que tiene que descubrirse. Después de este episodio, es detenido D. Julio a finales de Septiembre, por el alcalde, el secretario y demás gente extremista de Romancos, y fue conducido a la Cárcel Provincial de Guadalajara. El día 6 de Diciembre de 1936, por la tarde, la aviación nacional bombardeaba Guadalajara. Los milicianos, enfurecidos por este hecho, asaltaron la cárcel y fusilaron a todos los detenidos, comenzando por los sacerdotes.

En la capital de Guadalajara, sigue muy vivo el recuerdo de esta trágica ejecución, y, por ello, el pueblo cristiano alcarreño, considerando mártires a todos los que fueron inmolados en estas circunstancias, pide su canonización.