Nieto Martín, Eustaquio (Monseñor)


MONSEÑOR EUSTAQUIO NIETO Y MARTÍN

Era natural de Zamora, y nació el 12 de Marzo de 1866. Fue bautizado en la parroquia de S. Lázaro el 15 de este mismo mes. Era hijo de Tomás Nieto Fernández, de ocupación albañil, y María del Carmen Martín Chillón. Era una familia sencilla, de posición social relativamente modesta, y en la que se cultivaba la vida cristiana. Eran ocho hermanos, de los cuales dos eran sacerdotes y dos eran religiosas. Eustaquio era el quinto.

Se formó bajo la dirección de D. Inocencio Calleja, profesor de primera enseñanza que más fama tenía en Zamora. En 1878, con 12 años, acude al Seminario Conciliar de San Atilano, de Zamora, donde estudiará tres años de latín y humanidades, tres de filosofía y siete de teología. En Zamora recibió las Órdenes de Tonsura, Grados y Epístola, y el Evangelio. Durante dos años de diaconado se preparó pastoral e intelectualmente, obteniendo los grados de Licenciado y Doctor en Toledo. Recibió el Orden Sacerdotal en Arévalo (Ávila) el 23 de mayo de 1881.

Ejerció su ministerio como Teniente Mayor de la parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel, en Madrid, a partir de agosto de 1892. En febrero de 1900 es nombrado cura ecónomo de Santa Mª La Mayor de Alcalá de Henares. En febrero de 1901 se le confía, como ecónomo, la parroquia de la Concepción de Ntra. Sra., en Madrid. El 14 de marzo de 1911, en virtud de concurso, queda en propiedad como cura párroco, siguiendo en la parroquia de la Concepción de Ntra. Sra. En este tiempo lleva a cabo las obras de construcción de dicho templo, cuya inauguración fue el 11 de mayo de 1914. El 27 de diciembre de 1916 es consagrado Obispo de Sigüenza en esta parroquia. Su entrada oficial en la diócesis de Sigüenza fue el día 31 de marzo de 1917.

Don Eustaquio, en sus 20 años de pontificado, atrajo una gran estima y aceptación tanto por el clero como por los fieles. En una de sus cartas pastorales dirigida a sus diocesanos, cuando en 1931 la situación política se hacía cada vez más difícil, les decía: “Si por desgracia se desencadenase contra nosotros una furiosa persecución instigada por el odio, permanezcamos firmes en nuestros puestos respectivos, cumpliendo con nuestros deberes sacerdotales de padre y pastor, sin abandonar jamás a nuestras ovejas, confesando siempre a Cristo a la faz del mundo como lo confesaron los mártires, las vírgenes y los confesores, que dieron su sangre y su vida por ensalzar y defender el sacrosanto nombre de Jesús…”. Como lo había profetizado, la persecución llegó, y él, fiel a su ideal, en su Diócesis se quedó, cumpliendo con sus deberes de Pastor, hasta dar su vida con el martirio.

Cuando en 1936 se produce el alzamiento nacional, su conductor, Antonio Dolado, impulsado por su fidelidad y cariño, le aconsejó salir en automóvil de Sigüenza, para evitar ser capturado por los milicianos marxistas, pero Don Eustaquio, consecuente con su pensamiento expresado anteriormente, aunque profundamente agradecido, rechazó la invitación con valentía, diciendo: “Ahora más que nunca, cada cual debe estar en su puesto, en el cumplimiento del deber; lo que sea de mis sacerdote, será de mí”. Fue en las últimas horas de la tarde del día 25 de julio, cuando, miembros integrantes del POUM (Partido Obrero Unificado Marxista), elementos de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo y de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), comenzaron a invadir las iglesias de Sigüenza, y especialmente, la Catedral. Se dirigieron en seguida al Palacio Episcopal, tiroteándolo e invadiéndolo, y detuvieron al Señor Obispo, al Padre Porras y a un lego del Seminario. Les insultaron y se burlaron de ellos con palabras y con gestos. Fueron éstos conducidos al sitio denominado Puerta de Guadalajara (hoy plaza de D. Hilario Yaben Yaben), donde se les formó una especie de juicio público. Tras él, D. Eustaquio fue puesto en libertad y regresó a su residencia.

Esa misma noche tuvo nuevamente tiempo y la oportunidad de escapar, pero también la rehusó, manteniéndose firme en sus convicciones, y permaneciendo en su diócesis, resuelto a aceptar la muerte si Dios así lo tenía determinado, dando ejemplo a su grey, y trazando una línea de conducta que muchos seguirían después. Durante la madrugada del 26, cuando aún se encontraba D. Eustaquio acostado en la Rectoral del Seminario, un grupo de milicianos entró en su habitación injuriándole. Mientras estos se dedicaban a saquear y a incendiar diversas estancias, aprovechó para esconderse en las bóvedas de la iglesia del Seminario, lo que trajo consigo que, durante la tarde de ese mismo día, los milicianos le buscaran, con avidez, por todo el Palacio y Seminario, sin poder dar con él.

Ese mismo día 26, llegaron al Ayuntamiento dos coches oficiales, preguntando por los concejales de la Gestora; se les dijo que solamente se hallaba allí el Sr. Andrés Ortega, que ejercía de Teniente Alcalde. Avisado éste, le manifestaron que traían orden de llevar al Ministerio de la Gobernación al Obispo de la ciudad, y que les acompañara al Palacio Episcopal, sin duda como garantía de su gestión oficial. Antes de avistarse con el gestor Sr. Andrés, habían mandado sacar de la cárcel al Rvo. P. Porras, C.M.F., para que les acompañara al Palacio Episcopal en busca del Sr. Obispo. El citado gestor supone que prometieron al P. Porras la libertad y respetar la vida del Sr. Obispo. En uno de los coches, bajaron al Palacio Episcopal, el Sr. Andrés, el P. Porras y dos que se decían agentes de la Dirección de Seguridad de Madrid, para llevarse prisionero al Sr. Obispo, y así evitar las furias de los milicianos incontrolados.

Le buscaron por el Palacio, a cuya puerta se apearon, y no encontrándole, bajaron al Seminario, quedando el coche a la puerta del Palacio. Tampoco le encontraron por la planta baja del Seminario; subieron al principal, y allí ordenaron al P. Porras, con amenazas y violencia, cuya voz era muy conocida por D. Eustaquio, que le llamara a voces por todo el claustro, diciendo que saliera, que no había peligro, sin obtener resultado. Recorrieron todas las dependencias, le mandaron insistir en su llamamiento, a voces, al Sr. Obispo y el P. Porras seguía gritando: “Nada le va a ocurrir, intentan salvarlo” y otras frases parecidas, sin conseguir que saliera de su escondite. A una de estas llamadas, D. Eustaquio salió finalmente dejándose ver; y le engañaron diciéndole que tenían órdenes de Madrid para llevarle allí.

Descendieron al piso bajo, y el Señor Obispo, al pasar por el refectorio, manifestó deseos de entrar a beber agua, identificándose con la sed de Cristo en la Cruz, pero los milicianos no le dejaron, y negándose a calmarla, le dijeron: “En el coche tenemos de todo: viandas y refrescos, y tomará lo que quiera. Tenemos orden de estar en Madrid antes de anochecer”, (sería aproximadamente las seis de la tarde). Al llegar a la puerta del Seminario, uno de los de la Dirección quitó al Sr. Obispo el solideo morado (único distintivo de obispo que llevaba, porque vestía sotana negra, y bajo ella llevaba escondido el pectoral) y lo entregó al P. Porras; cogió, a su vez, a éste, la boina negra, con que se cubría, y la puso al Sr. Obispo. Al percatarse D. Eustaquio que no había coche a la puerta, dio a conocer su extrañeza, mas el de la Dirección le manifestó que el coche no podía revolver allí, y por eso había quedado a la puerta del Palacio Episcopal, que la cuesta era corta y que la podría subir fácilmente. Subió a pie hasta la puerta de Palacio, donde le montaron en un coche y con él uno de la Dirección, pero en el pescante se montaron también dos milicianos. Supuestamente iban a trasladarle a Madrid, para entregarlo al Gobierno, según seguían diciendo los milicianos. Las últimas palabras que, el gestor D. Juan Andrés Ortega le oyó exclamar a D. Eustaquio al pisar el estribo del automóvil, con las manos en alto, fueron: “¡Dios mío, sólo en Vos confío!”. El coche salió de Sigüenza, tomando, no la dirección de Madrid, sino hacia Alcolea del Pinar (Guadalajara) y, en el kilómetro 4, a 14 Km. de Sigüenza, en la carretera de esta ciudad a Alcolea del Pinar, en el término municipal de Estriégana, los milicianos arrojaron del coche en marcha al Señor Obispo; la brutal caída le produjo diversas fracturas en las piernas. Detuvieron el auto, y procedieron a acabar con la vida del mártir, disparándole varias veces con pistola, mientras él gritaba “Viva Cristo Rey”, cayendo muerto al borde exterior de la cuneta, donde se hallaron casquillos de cápsulas. Después, arrastraron el sangrante cadáver, lo arrojaron por un terraplén y lo quemaron. Era la noche del 26 al 27 de julio de 1936 cuando D. Eustaquio entregaba su vida a Cristo. El cuerpo no fue enterrado, sino simplemente abandonado.

El peón caminero que por allí prestaba sus servicios, denunció el día 28 en el Juzgado Municipal de Estriégana, la existencia de un cadáver en un terraplén de la carretera. Este Juzgado comenzó a instruir diligencias, acudiendo al lugar, el Juez Municipal y el Secretario. Notaron particularidades del cadáver, por ejemplo, que llevaba calcetines blancos y botas de elástico; no le conocieron, pero dieron por seguro que se trataba de un sacerdote, y como no disponían de personal, por hallarse en las faenas del verano, decidieron aguardar al anochecer, en que volverían los hombres del campo y en unas andas llevarlo a enterrar en el cementerio. Antes de llevar a cabo su propósito, algunos milicianos les enviaron recado de que ya lo habían enterrado. Lo que realmente hicieron fue hacerle rodar hasta la hondonada, rociarle gasolina y prenderle fuego para quemar el cadáver. Y en efecto, lo quemaron dos veces. En esta forma fue hallado el 4 de agosto por las fuerzas nacionales, pequeña columna de requetés navarros que mandaba el Comandante Palacios y que había entrado el 3 de agosto de 1936 en Alcolea del Pinar.

El cadáver del Sr. Obispo fue identificado por encontrarlo junto con su rosario, el pectoral y un cinturón chamuscado. Se apresuró el Comandante a enterrarlo con todos los honores, y en su informe narra que los restos fueron “cogidos con pala, ya que estaban calcinados y la mayor parte eran cenizas”. Los restos chamuscados y mutilados (el tronco del cuerpo se hallaba unido a las extremidades, pero las manos, los pies y las falanges de los dedos estaban separados; la cabeza deshecha debido a los numerosos impactos de bala que sufrió), fueron depositados en un ataúd. Se le dio sepultura el 5 de agosto en la ermita de San Roque en Alcolea del Pinar. Aunque fue asesinado en la noche del 26 al 27 de julio, su defunción está inscrita en el Registro Civil de Sigüenza con fecha de! 6 de diciembre de 1937. El día 8 de octubre de 1946 los restos de D. Eustaquio, fueron trasladados desde Alcolea del Pinar a la Catedral de Sigüenza. Actualmente D. Eustaquio Nieto y Martín reposa en la capilla de la Anunciación, en un mausoleo erigido, por suscripción popular, en 1958, en espera que se haga realidad su beatificación. Tanto en la ciudad mitrada como en el resto de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara, su memoria sigue estando muy presente, ya que el pueblo cristiano de esta diócesis siempre lo ha considerado mártir de Cristo, y, por ello, pide su canonización.