Montoya Martínez Herrera, Julián
JULIÁN MONTOYA MARTÍNEZ-HERRERA
Comerciante
Nació el día 10 de mayo de 1894. Comerciante. Murió asesinado el día 8 de septiembre de 1936 de madrugada en las proximidades de Atalaya de Cañavate. Sus padres eran Diego Montoya Martínez del Peral y María Josefa Martínez-Herrera y sus hermanos Encarnación, Diego y Pilar.
Fue un católico fervoroso y un ardiente defensor de los principios nacionales. Socorría con largueza a los pobres y a los agricultores necesitados; prestaba dinero sin rédito y cuando le devolvían lo prestado, si eran pobres, siempre les regalaba una parte o todo lo devuelto. Militó siempre en las derechas y estaba en contacto continuo en el General Fanjul y con José Antonio Primo de Rivera. Al servicio del ideal católico y patriótico puso continuamente su persona y su dinero, que no escatimó para la Causa Nacional. Al instaurarse la revolución roja huyó al monte, donde vivió durante un mes; fue apresado en Pozo Rubio y conducido a Sisante donde lo martirizaron cruelmente durante ocho días, rompiéndole los brazos y mutilándolo bárbaramente para que declarara quiénes eran los falangistas del pueblo, pero no le arrancaron ninguna declaración.
Mientras le conducían al lugar de su muerte, en compañía de un sacerdote, los dos por el camino iban repitiendo el uno y el otro, vivas a Cristo Rey. Murió con este grito y con un viva patriótico en los labios.
Fue un católico fervoroso y un ardiente defensor de los principios nacionales. Socorría con largueza a los pobres y a los agricultores necesitados; prestaba dinero sin rédito y cuando le devolvían lo prestado, si eran pobres, siempre les regalaba una parte o todo lo devuelto. Militó siempre en las derechas y estaba en contacto continuo en el General Fanjul y con José Antonio Primo de Rivera. Al servicio del ideal católico y patriótico puso continuamente su persona y su dinero, que no escatimó para la Causa Nacional. Al instaurarse la revolución roja huyó al monte, donde vivió durante un mes; fue apresado en Pozo Rubio y conducido a Sisante donde lo martirizaron cruelmente durante ocho días, rompiéndole los brazos y mutilándolo bárbaramente para que declarara quiénes eran los falangistas del pueblo, pero no le arrancaron ninguna declaración.
Mientras le conducían al lugar de su muerte, en compañía de un sacerdote, los dos por el camino iban repitiendo el uno y el otro, vivas a Cristo Rey. Murió con este grito y con un viva patriótico en los labios.