Martino Martino, Eusebio

  

EUSEBIO MARTINO MARTINO

Profesor en las Escuelas Normales de Cuenca
Don Eusebio nació el día 15 de septiembre de 1872 en Anta de Rioconejos, Zamora. Casado con Teresa Casamayor Garí, tuvo seis hijos llamados: José, Augusto, Juan de la Cruz, Eusebio, María Natividad y Elena. De niño estudió la carrera eclesiástica; pero estimando que no tenía vocación para el sacerdocio, dejó los estudios del Seminario y se hizo maestro. En las escuelas donde trabajó, pasó dejando un grato recuerdo por su honradez y exactitud en el cumplimiento de sus deberes. Fue profesor en las Escuelas Normales de Valencia, Teruel, Logroño, Salamanca y Cuenca. Su sólida formación religiosa y delicada conciencia, bien formada, concentraban en la función docente toda su actividad y preocupación. Fue hombre de una cultura poco común, que supo llevar siempre con la modestia y el sigilo de los verdaderos sabios. Procuraba ser muy justo con sus alumnos de tal manera que los días de exámenes eran para él jornadas de preocupación y de insomnio.

Pundonoroso hasta límites insólitos, pidió la jubilación el año 1932, por estimar una farsa el nuevo plan de estudios aplicado por la República a las Escuelas Normales, y una indignidad prestarse a ella. Nadie ni nada pudo convencerle. Su vida austera casi de cartujo, lejos de actividades políticas y públicas que no fueran sus clases, la ejemplaridad de su conducta, y su serenidad y su corrección exquisita hicieron de él uno de los profesores más competentes de las Normales Españolas y uno de los hombres más dignos.

Los asesinatos nocturnos y alevosos del Señor Obispo, Beato Cruz Laplana y Laguna y de otros sacerdotes los días 9 y 10 de agosto de 1936, le hicieron comprender el verdadero carácter de la Guerra Civil, esencialmente anticristiana. Por eso el mismo día 9 de agosto de 1936, escribió su testamento hológrafo con unas instrucciones que contenían estas frases: “Si me matasen...” (del testamento entresacamos los siguientes párrafos que contienen su última y eterna voluntad): “Primero: Soy católico, y como tal, creo y confieso lo que cree y confiesa la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, y esta fe quiero vivir y morir”. “Sexto: Encomiendo mi alma a Dios, mi Creador, y quiero que, ocurrido mi fallecimiento, se dé a mi cadáver sepultura eclesiástica con modestia y sencillez, se le amortaje con hábito Franciscano, si es posible se prescinda de pompas fúnebres reservando para el beneficio de mi alma lo que había de gastarse en pomposos funerales”. “Séptimo: Mando a mis albaceas testamentarios que, en sufragio de mi alma, manden celebrar dos trentenarios de misas, las cuales serán encargadas precisamente al párroco o cura encargado de la parroquia del pueblo de mi naturaleza: quiero que la iglesia parroquial que recogió mi profesión católica, cuando fui bautizado, sea también el templo donde se eleven a Dios preces por mi alma, como último valioso tributo a mi memoria”.

No se equivocaba D. Eusebio cuando pensaba que lo matarían. En un registro que hicieron en su domicilio, los milicianos encontraron y leyeron el testamento: dos días después, era requerido para que se presentara en la cárcel del Seminario, y por la noche entregaba su alma a Dios, asesinado por los enemigos de Cristo, ofreciendo su vida por la Fe y por España. Murió asesinado el día 13 de noviembre de 1936, de madrugada, en las tapias del cementerio de Cuenca, donde fue enterrado, sólo por ser un buen creyente y haber dado en todo momento testimonio de su fe católica. Después todos le han considerado mártir.