Pérez Del Cerro, Fernando
FERNANDO PÉREZ DEL CERRO
Cura Regente de Barajas de Melo
Don Fernando nació en Valdeolivas, Cuenca, el día 30 de mayo de 1889. Era hijo de Miguel Pérez Cano y Benita del Cerro y de la Torre. Tenía tres hermanos: Angustias, Rafael y Mariano. A los nueve años quiso ingresar en el Seminario, pero antes tuvo que examinarse de ingreso y primer curso de Bachillerato en el Instituto de Cuenca. El mismo año, después de prepararse durante el verano, ingresó en el Seminario, donde cursó todos los estudios con ilusión y aprovechamiento, siendo ordenado de presbítero en el año 1911, y su primer destino fue de Coadjutor de El Picazo del Júcar. En el año 1914, Coadjutor de la Parroquia de San Nicolás de Huete y capellán del hospital. Pasó a El Picazo como Párroco el año 1930, donde permaneció hasta el 1934, año en el que fue trasladado, como Cura Regente, a Barajas de Melo, donde murió. Desempeñó el ministerio sacerdotal con gran celo, se desvivió por el esplendor del culto y de los templos, siendo un gran apóstol de la caridad y un sacerdote muy humilde, encendido en amor de Dios y dócil en todo momento a las indicaciones de sus superiores.
“Siempre fue su máxima aspiración sufrir el martirio por su Divino Maestro, pensando varias veces marchar de misionero a tierras de América”. Habiendo comenzado la persecución religiosa, fue amenazado de muerte por los milicianos de Barajas de Melo, que trataron de arrojarlo a un estanque de agua y arrastrarle por las calles del pueblo.
En julio de 1936 se trasladó a Cuenca, para entrevistarse con el señor Obispo en aquellos momentos tan graves, hospedándose en el Seminario, que había sido convertido en cuartel de los milicianos. De donde lo sacaron para asesinarlo junto con otros sacerdotes, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1936.
Los que le conocieron afirman que toda su vida fue angelical; la caridad, el amor a Dios y al prójimo, su celo apostólico, el cumplimiento exacto de todas sus obligaciones, su afán de sufrir y morir por Cristo, fueron las ilusiones y anhelos de su vida. Murió asesinado en Cuenca, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1936, cerca del cementerio de Cuenca, sólo por ser sacerdote y por odio a la fe de Cristo.
“Siempre fue su máxima aspiración sufrir el martirio por su Divino Maestro, pensando varias veces marchar de misionero a tierras de América”. Habiendo comenzado la persecución religiosa, fue amenazado de muerte por los milicianos de Barajas de Melo, que trataron de arrojarlo a un estanque de agua y arrastrarle por las calles del pueblo.
En julio de 1936 se trasladó a Cuenca, para entrevistarse con el señor Obispo en aquellos momentos tan graves, hospedándose en el Seminario, que había sido convertido en cuartel de los milicianos. De donde lo sacaron para asesinarlo junto con otros sacerdotes, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1936.
Los que le conocieron afirman que toda su vida fue angelical; la caridad, el amor a Dios y al prójimo, su celo apostólico, el cumplimiento exacto de todas sus obligaciones, su afán de sufrir y morir por Cristo, fueron las ilusiones y anhelos de su vida. Murió asesinado en Cuenca, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1936, cerca del cementerio de Cuenca, sólo por ser sacerdote y por odio a la fe de Cristo.