Martínez Soriano López-Girón, Juan Benito
JUAN BENITO MARTÍNEZ-SORIANO LÓPEZ-GIRÓN
Párroco de Villamayor de Santiago
Don Juan Benito nació en Mota del Cuervo, Cuenca, el día 6 de mayo de 1879. Cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario de Cuenca siendo ordenado sacerdote el año 1901. Murió asesinado el 15 de agosto de 1936 en la carretera de Saelices. Hijo de padres pobres, pero muy honrados y piadosos, pudo terminar su carrera a costa de ayunos y sacrificios sin cuento de los mismos. Estaba adornado de todas las virtudes evangélicas. En el ministerio sacerdotal, antepuso el deber a todo lo demás, por lo que era respetado por todos sus feligreses, que le apreciaban y querían. Era pacificador de los que reñían, conciliador de los enemigos y el sostén de los pobres. Siempre estaba alegre, dando alimento a los que lo necesitaban, trabajaba duramente y fortalecía a los demás con los buenos ejemplos de su resignación y confianza en Dios.
Inició el ministerio sacerdotal en Las Mesas el año 1901; y en 1904 pasó a Mota del Cuervo como Coadjutor, para ser nombrado Cura Párroco de Santa María de los Llanos en 1916, y, por fin Párroco de Villamayor de Santiago, Cuenca, en el año 1930, tomando posesión el día uno de enero de 1931, siendo recibido por el pueblo entero con gran entusiasmo y mostrándole toda clase de afecto y cariño. Pero allí encontraría la muerte. En todo momento se mostró como el padre de sus feligreses, pues les resolvía las dudas, les gestionaba sus asuntos, les consolaba en sus penas.
Pero llegó el año 1936. Corría el 16 de febrero cuando comenzaron las persecuciones y molestias, presagio de la tragedia que venía deprisa. Ante esta situación, el 19 de julio hizo una exhortación a los socialistas en la iglesia para que la respetaran, y ellos lo oyeron en silencio. A los seis días pusieron guardias a la puerta de su casa para que nadie entrara, y por la noche la registraron, sin encontrar armas u otros objetos, por los que pudieran acusarlo de algún mal.
El 29 de Julio se presentaron con un coche dos milicianos forasteros, armados con fusil y pistolas, quisieron llevárselo pero no lo hicieron por las súplicas que les dirigieron los del pueblo. Aquellos días no dejaba de rezar, daba ánimo a su sobrina y al que trabajaba en la casa, diciéndoles: “No temáis... ¿Qué puede pasarnos?... ¿Que nos maten?... Mirad a los apóstoles: cuando iban a morir, estaban contentos por haber tenido la dicha de ser elegidos para padecer por Cristo”. Otro día, hablando de lo que se debía hacer después de la guerra dijo: “No hay que pensar en venganzas, sino en hacernos mejores: que todos tenemos culpa en estas calamidades, que Dios ha permitido para nuestro castigo”. En agosto arreció la persecución religiosa de forma especial. El 5 de agosto de 1936, se lo llevaron preso junto con su sobrina a la cárcel instalada en el convento de las monjas, encerrándoles separados en celdas opuestas. Durante los diez días de prisión D. Benito fue maltratado bárbaramente e insultado sarcásticamente. Le dieron una terrible paliza para que les dijera dónde tenía el dinero y para que blasfemara del santo nombre de Dios; sólo dijo dónde estaba el poco dinero que poseía; pero no fue posible hacerle blasfemar.
Y llegó el día 15 de agosto. Lo montaron en un coche y no muy lejos de su parroquia querida, en la carretera de Saelices, le mandaron bajar, lo que hizo tan humilde como valientemente, y comenzó a exhortar a los milicianos, hasta que uno de ellos gritó diciendo: “Tiradle a este tío que nos convence...”. Y él replicó: “Sí; si matáis alguno, que sea yo; dejad a estos, que son padres de familia”. Después dio la absolución a todos sus compañeros de martirio, y dando vivas a Cristo Rey, murió por ser sacerdote y por odio a la fe, por lo que es considerado por todos como un verdadero mártir. Cuando fueron exhumados sus restos, en su cadáver aparecieron huellas de profanación y saña. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Villamayor de Santiago.
Inició el ministerio sacerdotal en Las Mesas el año 1901; y en 1904 pasó a Mota del Cuervo como Coadjutor, para ser nombrado Cura Párroco de Santa María de los Llanos en 1916, y, por fin Párroco de Villamayor de Santiago, Cuenca, en el año 1930, tomando posesión el día uno de enero de 1931, siendo recibido por el pueblo entero con gran entusiasmo y mostrándole toda clase de afecto y cariño. Pero allí encontraría la muerte. En todo momento se mostró como el padre de sus feligreses, pues les resolvía las dudas, les gestionaba sus asuntos, les consolaba en sus penas.
Pero llegó el año 1936. Corría el 16 de febrero cuando comenzaron las persecuciones y molestias, presagio de la tragedia que venía deprisa. Ante esta situación, el 19 de julio hizo una exhortación a los socialistas en la iglesia para que la respetaran, y ellos lo oyeron en silencio. A los seis días pusieron guardias a la puerta de su casa para que nadie entrara, y por la noche la registraron, sin encontrar armas u otros objetos, por los que pudieran acusarlo de algún mal.
El 29 de Julio se presentaron con un coche dos milicianos forasteros, armados con fusil y pistolas, quisieron llevárselo pero no lo hicieron por las súplicas que les dirigieron los del pueblo. Aquellos días no dejaba de rezar, daba ánimo a su sobrina y al que trabajaba en la casa, diciéndoles: “No temáis... ¿Qué puede pasarnos?... ¿Que nos maten?... Mirad a los apóstoles: cuando iban a morir, estaban contentos por haber tenido la dicha de ser elegidos para padecer por Cristo”. Otro día, hablando de lo que se debía hacer después de la guerra dijo: “No hay que pensar en venganzas, sino en hacernos mejores: que todos tenemos culpa en estas calamidades, que Dios ha permitido para nuestro castigo”. En agosto arreció la persecución religiosa de forma especial. El 5 de agosto de 1936, se lo llevaron preso junto con su sobrina a la cárcel instalada en el convento de las monjas, encerrándoles separados en celdas opuestas. Durante los diez días de prisión D. Benito fue maltratado bárbaramente e insultado sarcásticamente. Le dieron una terrible paliza para que les dijera dónde tenía el dinero y para que blasfemara del santo nombre de Dios; sólo dijo dónde estaba el poco dinero que poseía; pero no fue posible hacerle blasfemar.
Y llegó el día 15 de agosto. Lo montaron en un coche y no muy lejos de su parroquia querida, en la carretera de Saelices, le mandaron bajar, lo que hizo tan humilde como valientemente, y comenzó a exhortar a los milicianos, hasta que uno de ellos gritó diciendo: “Tiradle a este tío que nos convence...”. Y él replicó: “Sí; si matáis alguno, que sea yo; dejad a estos, que son padres de familia”. Después dio la absolución a todos sus compañeros de martirio, y dando vivas a Cristo Rey, murió por ser sacerdote y por odio a la fe, por lo que es considerado por todos como un verdadero mártir. Cuando fueron exhumados sus restos, en su cadáver aparecieron huellas de profanación y saña. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Villamayor de Santiago.