Iniesta Redondo, Gabriel

  

GABRIEL INIESTA REDONDO

Párroco de las Pedroñeras
Nació, en Las Pedroñeras, Cuenca, el día 18 de marzo de 1889. Sus padres eran D. Pedro Iniesta Hortelano y Dª. Plácida Redondo Izquierdo, que tuvieron once hijos. Siendo monaguillo demostró vocación sacerdotal, por lo que ingresó en el Seminario de San Julián de Cuenca donde cursó los estudios eclesiásticos sacerdotales. Durante el verano trabajaba para ayudar a sus padres, pues eran muy pobres. Recibió el Orden Sacerdotal el año 1923, celebrando la primera Misa en su pueblo. Fue un sacerdote humilde y sencillo con todos.

La labor en las parroquias donde ejerció el ministerio prueba su celo y virtud: Villar de Cañas, San Clemente y, sobre todo, La Pesquera, que “dejaba mucho que desear” en el aspecto religioso, donde consiguió que no hubiera un sólo matrimonio ilegal, y lo mismo consiguió con la administración de los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Penitencia y Eucaristía. Destinado a Las Pedroñeras, tomó mayor interés, si cabe, por su iglesia y por sus habitantes, favoreciendo a los pobres con sus propios ahorros y creando un Colegio Católico, que fue clausurado poco antes de comenzar la Guerra Civil en España.

Cuando el año 1936 los milicianos marxistas le quitaron la llave de la iglesia, pidió al Alcalde que le dejara sacar el Santísimo Sacramento, a lo que le contestó que no diciéndole “que si lo sacaba, lo matarían”. Él contestó: “que moriría a gusto con tal de sacarlo...”. La noche del 13 al 14 de noviembre de 1936 los milicianos cercaron la casa para que no pudiera escapar y con amenazas de incendiarla y matar a su anciana madre y a toda la familia le obligaron a salir, presentándose resueltamente ante los asesinos con estas palabras: “Yo soy Gabriel Iniesta, por el que preguntáis. ¿Qué queréis de mí?”. Le respondieron que tenían que llevarlo ante las autoridades de Cuenca, por lo que les siguió, despidiéndose de su madre con estas palabras: “Adiós, madre,....Ruegue usted por mí”. Alarmados los “serenos” del pueblo avisaron al alcalde y le pidieron que lo librara de la muerte, pero les contestó que “nada tenía que ver con los curas” y que nada podía hacer.

Cuatro individuos armados lo sacaron del pueblo y lo llevaron hasta las proximidades de Alberca de Záncara donde le mandaron bajar del coche, lo que hizo con ejemplar entereza. Seguidamente descargaron sobre él una lluvia de balas, ensañándose hasta romperle las piernas. Por fin lo mataron y profanaron después su cadáver. Fue asesinado en la madrugada del día 14 de noviembre de 1936 en la carretera de Alberca de Záncara, perdonando a sus verdugos y confesando la fe con el grito de: “¡Viva Cristo Rey!”. Llevaba en las manos el Rosario que no había dejado de rezar. Su pueblo recuerda su muerte y lo considera mártir de la Iglesia.