Ayala Astor, Joaquín María

  

JOAQUÍN MARÍA AYALA ASTOR

Rector del Seminario y Canónigo de la catedral de Cuenca
Nació el día 26 de julio de 1878 en Novelda, Alicante. Hijo de una familia que se distinguía por su piedad y valores humanos. Sus padres se llamaban Eleuterio Ayala Martínez y Josefa María Astor Escolano. Tuvo seis hermanos: María de la Encarnación. Nicolás, Ana, Francisco, Eleuterio y Trinidad. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario Conciliar de Orihuela en Alicante. Pasó después a la Universidad Pontificia de Valencia en 1899, obteniendo el doctorado en Sagrada Teología. El 23 de marzo de 1901 recibió el Orden del Presbiterado de manos del Excmo. Sr. Obispo de Tortosa. Después, en la Universidad Pontificia de Toledo, obtuvo el grado de Doctor en la Facultad de Derecho Canónico, con la calificación de “nemine discrepante”, desempeñando, durante la preparación de grados, una cátedra en el seminario de Toledo, y la de Religión y Moral, en las Escuelas Normales de Magisterio y en el Instituto.

El celo por la gloria de Dios y salvación de las almas le empujó a dejar el trabajo de la enseñanza por el trabajo parroquial, siendo Tobarra, La Unión y Albacete las tierras que recibieron las sementeras del joven sacerdote, floreciendo la Congregación de S. Luis Gonzaga, y la Adoración Nocturna, en la primera; la Obra social del Patronato Obrero de San José, en la segunda, y la Cofradía Sacramental en la tercera. En la iglesia parroquial de San Juan en Albacete se encontraba cuando salió el edicto anunciando la vacante de la canonjía doctoral de la catedral de Cuenca y, resentida su naturaleza, débil y enfermiza por el trabajo realizado, resolvió opositar, quedando en posesión de aquella canonjía el 13 diciembre de 1911. La gloria del triunfo no lo envaneció, ni apagó su celo pastoral, sino que prestó nuevo impulso a su entusiasmo. Estableció la Obra de las Marías y los Discípulos de San Juan; creó los periódicos La Voz del Catecismo y El Sagrario. Colaboraba también en los semanarios locales de El Centro y El Defensor de Cuenca; También fundó el sindicato católico de Oficios Varios y la Juventud Franciscana, reorganizando también la Orden tercera franciscana.

Llegó el pontificado del obispo mártir, D. Cruz Laplana. En las pocas entrevistas que había tenido con D. Joaquín, el Prelado, descubrió en su Doctoral, desinterés y respetuosidad para la Jerarquía, franqueza de carácter, espíritu emprendedor, trato afable, firmeza en sus decisiones y amor entrañable a Dios y a las almas, trato afable y cautivador, gusto por las cosas de Dios y una prudencia exquisita guiadora de sus actos, por lo que el Obispo puso en sus manos la obra más trascendente de su Diócesis, el Seminario Conciliar “San Julián”. En el curso 1922-1923 quedaba encargado de la dirección de dicho centro. Comenzó por captarse la confianza de todos con la afabilidad que le caracterizaba. Era consciente que todo Rector es antes padre, por eso la disciplina en el seminario ni era laxa, ni rígida. No permitía a los superiores que trataran a los seminaristas con descortesía y falta de dignidad y consideración personal. A los jóvenes fluctuantes, los animaba, a los recalcitrantes los corregía fraternalmente sin desaliento, a los perseverantes, reafirmaba en sus sólidos propósitos.

Su “obsesión” era el Seminario. Por ello no dudó en prestarle ayuda incluso de su propio peculio particular. En vacaciones, se lanzaba por los pueblos animando a los jóvenes en una campaña particular “pro seminario”. También recogía ayudas que aportaban las gentes de los pueblos para el sostenimiento de los seminaristas necesitados. Dar sacerdotes santos a la Iglesia Conquense fue siempre su ideal. Sabía que el sacerdote sería como lo que es de seminarista, por eso se esforzaba en modelar las almas de sus alumnos en la disciplina y el amor. Su ilusión favorita, que era el “seminario de Verano”, no pudo verla realizada; pero, no obstante, mantenía contacto por correspondencia con cada uno de los seminaristas a quienes llegaba a ayudar económicamente en casos de problemas económicos de las familias. El Obispo estaba al tanto de la marcha del seminario, mediante informes verbales que mantenía con él y avalando en todo momento la manera de llevar la dirección de un lugar, tan importante y delicado a la vez, en la vida diocesana.

Cuando comenzó la persecución religiosa a este hombre, de excepcionales condiciones y lleno de prestigio, que tenía un temperamento dinámico y emprendedor que no solo abarcaba lo religioso sino también lo social, no se le podía perdonar la vida. Por eso ya en mayo de 1936, se había decidido su asesinato, del que providencialmente se libró. Era el sacerdote de acción revolucionaria a lo divino por excelencia, que arrancaba de la clase obrera de la ciudad y de la provincia un cúmulo de parabienes. Era el sacerdote polemista y “estorbaba”, por eso “tenía que morir”. Pronto se inició su búsqueda pidiendo informes de su posible domicilio y resuelven buscarlo en Villalba del Rey. Es denunciado ante un miliciano encargado de encontrarle y los milicianos dieron con él.

Se encontraba en una accidental hospedería en la que, unos días antes, había bautizado a un niño y animaba a la vocación sacerdotal a uno de los hijos de la casa. El diálogo se rompe bruscamente cuando aparece por la puerta de la casa el dueño de aquel hogar: “¡Huya usted, don Joaquín -le grita- que vienen a matarle! Para no comprometer a la familia, el Doctoral sale precipitadamente, cargando la cruz del sufrimiento y se esconde en “El barranco”, en medio de la campiña. Después de una búsqueda intensa es descubierto por los milicianos y, al salir, de una pequeña cueva en donde se había cobijado, recibe en sus carnes una lluvia de plomo. Después su cadáver fue despojado de todo, el cuerpo sangrante yacía en el camino cubierto con una blusa que, mano compasiva, había dejado caer sobre él, hasta que el vecino de Villalba del Rey, que lo hospedó en su casa, lo trasladó, con su volquete al estrecho cementerio del pueblo, en la tarde del 18 de agosto, día en que el doctoral fue asesinado.

Fue asesinado, por ser sacerdote de Cristo y por odio a la fe católica en Villalba del Rey, Cuenca, el día 18 de agosto de 1936. Sigue muy vivo el recuerdo de su muerte en el Seminario y en toda la Diócesis de Cuenca, teniendo fama de mártir.