Camuñas, P. Marcelo Mariano

  

P. MARCELO-MARIANO CAMUÑAS

Comunidad de Quintanar de la Orden (Toledo)

EL P. Marcelo-Mariano Camuñas Velasco nació en Quintanar de la Orden (Toledo) el 16 de enero de 1873. Sus padres fueron Lucio y Dorotea. Siguiendo el ejemplo de su hermano Saturio, tomó el hábito franciscano el 26 de junio de 1888 en Pastrana (Guadalajara), en donde en la misma fecha de 1889 hizo su profesión temporal. Estudió dos años de filosofía en Pastrana de 1889 a 1891. Al año siguiente, el tercero en La Puebla de Montalbán (Toledo), en donde hizo su profesión solemne el 27 de junio de 1892. Los dos primeros cursos de teología los estudió en Consuegra (Toledo) de 1892 a 1894; el tercero, al año siguiente, en Belmonte (Cuenca). En septiembre de 1895 salió para Filipinas. Allí terminó los estudios sacerdotales y fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1896.

Destinado a la provincia de Camarines, fue coadjutor en la parroquia de Calabanga y párroco en las de Tinambac, Siruma y Naga (Nueva Cáceres). Con la guerra de independencia filipina, el P. Marcelo-Mariano y su comunidad fueron expulsados del convento de Naga y encarcelados. Muchas fueron las calamidades que padecieron en su cautiverio, pero ellos lo supieron soportar y convirtieron las prisiones en convento, en donde rezaban y celebraban la misa, según podían. De cárcel les hicieron diversos edificios, entre ellos el mismo convento de San Francisco. El 26 de febrero de 1900 fueron liberados por los americanos.

El P. Camuñas quedó un año en Manila y volvió a España en 1901. Vivió primeramente en el convento de Quintanar de la Orden y luego en el de Guadalajara hasta 1910, siendo predicador y confesor conventual. En 1912 fue nombrado Guardián del convento de Mayorga de Campos (Valladolid). En 1914 del de Santa María de los Ángeles, de Manila. De 1917 a 1920 residió en el de Almansa (Albacete). Fue definidor provincial (1920-23) y Guardián en los tres trienios siguientes, sucesivamente en Quintanar de la Orden, Almagro (Ciudad Real) y Ávila. Algunos testimonios sobre su actuación no le son muy favorables, pero los de varias personas, que responden a su última estancia en Quintanar, le califican de “simpático, sencillo, muy activo, muy apóstol y muy amable”. Desde 1935 hasta su muerte, residió en Quintanar, donde fue martirizado con toda su comunidad en 1936. Al empezar la guerra civil española, los ocho franciscanos de la comunidad de Quintanar de la Orden (Toledo) siguieron en su convento. El 21 de julio de 1936, les fue comunicada la orden de detención de parte del alcalde, orden que fue ejecutada por la tarde. Veinte milicianos y veinte milicianas los ataron con cordeles, de dos en dos, y los sacaron del convento. Todos los franciscanos iban con hábito. Entre burlas, los llevaron a la iglesia parroquial, convertida en prisión. Allí, les recluyeron en la capilla de la Virgen de los Dolores. Personas de la Orden Franciscana Seglar les llevaban de comer, pero no siempre se lo daban los milicianos. Estos blasfemaban delante de los religiosos, les insultaban y se burlaban de ellos, que lo soportaban en silencio. Como otros presos, los franciscanos también fueron maltratados. Alguna vez intentaron rezar en común, pero los vigilantes se lo prohibieron. Vivían en silencio y oración, preparándose al martirio.

En la noche del 25 al 26 de julio de 1936 sacaron de la iglesia a siete seglares, al P. Lorenzo Ayala y al Hno. Leocadio Polo. Hacia las 2,30 de la madrugada fueron fusilados los nueve junto a la carretera de Madrid, a poco más de un kilómetro de Quintanar, en el lugar llamado Las Canteras. El P. Ayala pidió a los verdugos que perdonasen a los padres de familia que tenían en prisión y confesó su fe con estas palabras: “Ha habido Dios, hay Dios y habrá Dios ¡Viva Cristo Rey! Los nueve fusilados fueron enterrados en el cementerio municipal.

Los demás franciscanos siguieron encarcelados. Al Hno. José Herrera le ofrecieron la libertad, pero él prefirió morir con sus hermanos, cosa que admiró a los milicianos, quienes decían que le iban a tener que matar sin querer. El 29 de julio fueron trasladados todos a la cárcel municipal. El 13 de agosto les mandaron quitarse el hábito y ponerse unos trajes pobres recogidos por el pueblo, burlándose de ellos cuando les vieron en ese atuendo. En la madrugada del 16 de agosto sacaron de la cárcel a los seis franciscanos, con tres sacerdotes y dos seglares. Los once fueron conducidos en un camión al cementerio de Quintanar y allí fusilados hacia las tres de la madrugada del 16 de agosto de 1936. El P. Camuñas dijo a los verdugos que los perdonaba. El P. Raimundo Mur gritó. ¡Viva Cristo! Sus cadáveres fueron enterrados en una fosa común del cementerio y trasladados posteriormente a la iglesia parroquial, donde permanecen.